El miedo une. Tanto o más que el amor. Y el miedo, la emoción más antigua del mundo según Lovecraft, es el pegamento secreto que une, precisamente, mundos de ficción tan aparentemente distintos y a veces distantes como el del género negro-criminal y el de terror.
A primera vista, se diría que los aficionados que disfrutan con las películas, novelas, series y cómics de horror más sangrientas y escalofriantes poco tienen que ver con aquellos que prefieren disfrutar de misteriosos asesinatos, investigaciones policiales y enrevesadas tramas criminales.
Tanto el seguidor de los clásicos y modernos detectives que se devanan los sesos para descubrir al culpable de un enigmático delito, como aquellos que buscan y encuentran en la novela negra un agudo análisis de la sociedad y sus miserias, denunciadas a través de una emocionante intriga criminal, parecen tener poco que ver con los amantes de zombis, psicópatas enmascarados, vampiros y monstruos de todo tipo, pelaje, tentáculo y condición. Pero nada más engañoso.
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¿Qué une a las señoras de toda la vida que devoran novelas de Agatha Christie y series de nordic noir con los góticos de camiseta negra y perilla que se sumergen en los horrores cósmicos de Lovecraft o las series de Mike Flanagan? ¿Qué tienen en común los veteranos del marxismo que veneran la santísima trinidad de Hammett, Chandler y Macdonald, mientras siguen autores como Petros Markaris o Leonardo Padura con los fans de Clive Barker, Richard Laymon o Ramsey Campbell? Sí, lo han adivinado: el miedo. Bueno: llámenlo suspense, angustia... como quieran. Pero algo hay común a todos. En palabras del escritor Laird Barron: “El secreto es que crimen, noir y horror, son todos cuartos de una misma mansión destartalada”. Y lo son desde el principio.
Misterios góticos
En el principio, fue la novela gótica. Surgida en Inglaterra a finales del siglo XVIII, impregnada de influencias alemanas, pronto la narrativa gótica anglosajona cobró personalidad propia gracias a obras como El castillo de Otranto de Walpole, El monje de Lewis o Los misterios de Udolfo de Ann Radcliffe. Precisamente, esta última, prefigurando una larga estirpe de escritoras de crimen y misterio, optó por hacer que los sucesos siniestros y aparentemente sobrenaturales de sus libros, fueran finalmente obra de bandidos y conspiradores. Es decir: aplicó una solución racional y materialista a una serie de misterios inexplicables. Nacía así una tendencia del género detectivesco que abarca desde algunos de los títulos más famosos de Conan Doyle, Agatha Christie o John Dickson Carr… hasta Scooby Doo.
Para cuando obras tardías como Melmoth el errabundo de Maturin o Rookwood de Harrison Ainsworth pusieron punto final al esplendor gótico, este había enraizado en la cultura popular, dividido en ramas que fructificarían en los géneros modernos: la ciencia ficción (Frankenstein), el romance, la novela histórica y, sobre todo, el policíaco y criminal.
La literatura gótica trasladaba a la novela un mundo trágico y cruel que tenía sendos antecedentes en el teatro isabelino y jacobino inglés, con Shakespeare a la cabeza seguido por Marlowe, Kyd o Webster, con sus historias de venganza y locura, aderezadas por apariciones y profecías. Aparte de parientes lejanos como el teatro kabuki de fantasmas de Tusuruya Namboku, que ahora da a conocer en nuestro país el estupendo libro Terror Kabuki (Satori), donde el experto Daniel Aguilar adapta y presenta varias obras de este dramaturgo clásico japonés, llenas de asesinatos, traiciones, torturas y espectros. Un universo sangriento y erótico, del que proceden el moderno eroguro y el carácter de las obras de Edogawa Rampo, el Poe nipón, padre de la novela policial del País del Sol Naciente.
Más allá de la presencia de lo fantástico, lo que todos tienen en común es, precisamente, lo que heredará el policíaco terrorífico: la atmósfera de amenaza. El suspense y la crueldad, que despiertan también fascinación y miedo. Y no necesariamente producto de criaturas diabólicas o sobrenaturales. Justamente, lo que da más miedo.
Damas en peligro
A la novela gótica, cuyos fantasmas con cadenas y monjas ensangrentadas resultaban ya risibles a comienzos del siglo XIX, la seguirían sus herederos directos: el folletín y la sensational novel. Autores como Walter Scott, Sade, Le Fanu, Dumas, Dickens, Victor Hugo, Wilkie Collins, Féval y otros muchos, que habían crecido con ella, llevarían sus tropos y tópicos a nuevos territorios, donde lo fantástico se diluye a veces en beneficio del puro suspense, la angustia y el terror, sin que importe demasiado que los monstruos sean sobrenaturales o humanos.
Sheridan Le Fanu puede ofrecernos el primer relato de vampiras moderno con Carmilla, y una modélica novela de intriga romántica y suspense criminal como El tío Silas (1864), reeditada recientemente por Valdemar en excelente traducción de Francisco Torres Oliver, cuya nueva versión cinematográfica, El legado, dirigida por la irlandesa Lisa Mulcahy, acaba de estrenarse.
El tío Silas se inscribe en la misma línea que la célebre La dama de blanco de Wilkie Collins. Obras que marcarán tendencia dentro de la novela gótica de misterio, donde jóvenes inocentes son acechadas por siniestros complots criminales, en una atmósfera cargada de peligro y amenaza.
Daphne Du Maurier llevará este estilo al siglo XX con Rebeca, junto a escritoras como Anya Seton (El castillo de Dragonwyck), Mary Stewart (Nueve carruajes esperan), Victoria Holt (La señora de Mellyn) o V. C. Andrews (Flores en el ático), entre otras, solapándose con la novela policíaca en El huésped de Marie Belloc Lowndes, La escalera de caracol de Ethel Lina White —no confundir con la también misteriosa La escalera de caracol de Mary Roberts Rinehart, publicada antes—, Laura de Vera Caspary, Noche eterna de Agatha Christie y muchas más, hasta llegar a la popular Mary Higgins Clark. Un subgénero de tal éxito entre las lectoras que más de un escritor cambiaría su nombre, adoptando seudónimo femenino para aumentar también sus ventas.
El denominador común en todas estas obras es, aparte del romance, por supuesto, el miedo. No hace falta que haya de por medio monstruos, demonios o fenómenos paranormales: un marido celoso, un tío sin escrúpulos, un amante ambicioso, unos padres posesivos o un sádico sexual al acecho, bastan y sobran para poner la piel de gallina. Quizás con mayor motivo: porque pueden existir... y existen.
La culpa de todo la tiene Poe
Entre la vieja tradición gótica y el nacimiento del terror y el policial moderno, se erige una figura única que resumió y renovó la primera y prácticamente inventó los segundos: Edgar Allan Poe.
Aunque inspirándose en los clásicos alemanes e ingleses que le precedieron, especialmente en Hoffmann, y utilizando también a menudo elementos metafísicos y fantásticos, Poe no se conformó con los espectros de guardarropía y los demonios de leyenda. Adelantándose en décadas a Freud, la psicología profunda y el psicoanálisis, Poe descubrió y mostró a un asombrado y aterrorizado lector que el horror hunde sus raíces profundas en el alma o, si se prefiere, la psique humana. La locura, la obsesión, las parafilias, los procesos psicofísicos morbosos, las perversiones, los misterios de la mente, están en el centro de su obra, configurando un catálogo del mal, el miedo y el horror que no necesita fuerzas sobrenaturales para provocar el más hondo escalofrío. El sueño de la razón produce monstruos, sin duda. Pero son humanos, demasiado humanos.
En cuentos como El corazón delator, El barril de amontillado, “El demonio de la perversidad”, “El gato negro”, “Berenice” y otros, son los fantasmas de la mente los que conducen al crimen y el terror, prefigurando el thriller psicológico moderno y sus psicópatas, personajes amnésicos, paranoicos o acosados, que se debaten entre la duda y la locura. ¿Es casualidad que sea Poe el padre de la literatura detectivesca? Tres relatos: Los asesinatos de la Rue Morgue, El misterio de Marie Rogêt y La carta robada, dejan establecido el carácter y métodos del detective moderno.
Lo que no es casualidad es que de los tres, el más veces llevado a la pantalla y el que más profundamente ha quedado en el imaginario popular sea el primero. Quizá porque mucho más que el método deductivo de M. Dupin, más que el juego intelectual, lo que impacta de “Los asesinatos de la Rue Morgue” sea la terrorífica idea de un simio brutal degollando a dos hermosas mujeres. Algo de lo que tomarían buena nota Conan Doyle, Gaston Leroux, Agatha Christie, Pierre Very, John Dickson Carr y tantos y tantos otros autores clásicos del policial, que a menudo recurren a crímenes monstruosos, de apariencia inexplicable, amén de terrorífica, para construir sus intrigas. Aunque finalmente la solución racional se imponga, sus obras se benefician con la creación de una atmósfera de miedo que atrapa al lector. Y la atmósfera, en el terror, lo es todo.
La mansión encantada
Una parte del policíaco clásico juega a meter el miedo en el cuerpo a sus lectores, por más que se crean protegidos por la esencia racional del género. Aunque la gran diferencia entre terror sobrenatural y whodunit sea cómo el aficionado al segundo disfruta desenmascarando el misterio mientras el primero disfruta de su naturaleza fantástica e inexplicable, hasta que se llega al final, todos disfrutan por igual con el escalofrío del suspense, la angustia y el temblor del puro miedo.
Misterio en Venecia, tercera incursión de Kenneth Branagh en el personaje de Poirot, creado por Agatha Christie, utiliza elementos de varias de sus novelas, sobre todo de Las manzanas, pero también de El misterio de Sittaford, para vertebrar una trama de aires góticos y sobrenaturales, muy apropiada para Halloween (aunque personalmente siga prefiriendo la novela, titulada originalmente, de hecho, Hallowe' en Party, que Branagh traiciona tanto en su forma como en su fondo).
Y es que la gran dama del cosy mystery es también la inventora del slasher: el subgénero de terror basado en las muertes crueles y misteriosas de un montón de personajes, implacablemente ejecutados por un asesino (o asesinos) cuya identidad se nos revela en un sorprendente giro final. Diez negritos (perdón: Eran diez) es, sin duda, el proto-slasher y también el proto-giallo —ese estilo de terror cinematográfico netamente italiano ejemplificado por Dario Argento—, además de haber merecido numerosas adaptaciones a la pantalla por sí misma. Un insospechado rastro de sangre nos lleva desde la creadora de Miss Marple hasta Viernes 13 y Scream.
[Conan Doyle, entre Poe y Walter Scott]
Son incontables los ejemplos. Sherlock Holmes se enfrenta a una supuesta maldición encarnada por un diabólico sabueso en la seminal El perro de los Baskerville, la más famosa de sus aventuras de tintes fantásticos, que incluyen “El vampiro de Sussex”, “La banda de lunares”, “El dedo pulgar del ingeniero”, “El misterio de las hayas de cobre”, “El pie del diablo” o “El hombre que trepaba”, siempre con explicación final racional, pero al borde de lo fantástico, con atmósfera de terror y misterio. Doyle, convencido espiritista, escribió también estupendos relatos de horror sobrenatural.
Otro magnífico ejemplo lo encontramos en la novela de Michael Innes (seudónimo de J. I. M. Stewart) La torre y la muerte, reeditada por Who, editorial dedicada a la Golden Age de la novela detectivesca. En ella están todos los ingredientes del terror gótico: un pequeño pueblo atemorizado, un siniestro castillo en decadencia, regido por un noble excéntrico, un crimen imposible, rodeado de rumores fantasmales... Una vez más, esta novela exquisitamente escrita, narrada por distintos personajes con diferentes estilos y puntos de vista, ofrece una solución racional para su enrevesada trama. Pero hasta llegar a ella disfrutamos con los escalofríos propios de la novela de misterio más gótica y espectral. Una deliciosa lectura para Halloween.
La ficción criminal está tan llena de castillos y mansiones con esqueletos en el armario, pasadizos secretos y maldiciones ancestrales como el horror gótico, con el que se entrelaza. Parafraseando a Barron, son habitaciones de una misma casa encantada de feria. Con la diferencia de que en el policial al final salimos al aire libre con un helado en la mano y en el terror a menudo nos quedamos perdidos en su laberíntico interior o encerrados en el sótano.
Más negro todavía
Pero este caserón de las sombras tiene todavía estancias más oscuras. No solo el whodunit busca asustar y angustiar al lector o espectador. La novela negra, el estilo hard boiled, tanto clásico como moderno, abunda en elementos de terror psicológico y visceral, procedentes del teatro del Grand Guignol y la pulp fiction donde nació.
Autores como William Irish (Cornell Woolrich) o Bruno Fisher comenzaron su andadura en los shudder o menace pulps de los años treinta, que combinaban misterio criminal y horror sangriento sin problemas, como se puede comprobar en la antología Los hombres topo quieren tus ojos (Valdemar), que recorre su historia. Hasta Dashiell Hammett tiene su “perro de los Baskerville”: la enrevesada La maldición de los Dain. Detectives en el molde del duro estilo Sam Spade, como el Dan Turner de Robert Leslie Bellem, se enfrentan a criminales locos y misterios extravagantes en relatos como los recogidos en Las estrellas mueren de noche (Valdemar). El delirante mundo del pulp fue un crisol donde se mezclaron terror y crimen sin ningún prejuicio y con mucho beneficio.
En las coordenadas del noir se inscribe el suspense psicológico de autores como el citado William Irish o el John Franklin Bardin de El percherón mortal, así como las obras de Philip Macdonald, Patricia Highsmith, Frederic Brown, Ruth Rendell, Gillian Flynn y muchos y muchas más, con sus propias características. ¿Qué otra cosa que terror provocan las historias de asesinos psicópatas, por mucho que sean monstruos reales o, precisamente, por el hecho de serlo? De Psicosis de Robert Bloch a El silencio de los corderos de Thomas Harris, el psychokiller se ha convertido en epicentro del terror y el policíaco. Los años 80 del siglo XX, con Hannibal Lecter y La Dalia Negra de James Ellroy o American Psycho de Ellis a la cabeza, consagraron esta impía unión que han bendecido otros como James Patterson, Michael Connelly, Caleb Carr, Anne Fraser, Fred Vargas, Bernard Minier, Jonathan Kellerman, Pierre Lemaitre o Jean-Christophe Grangé, ya bien entrado el XXI.
La violencia del hard boiled se une al gótico americano más oscuro en autores próximos al noir, cuya descripción sin piedad del crimen y de los tortuosos procesos psicológicos de sus personajes despierta ecos de Poe. Siguiendo las huellas de James M. Cain y sobre todo de Jim Thompson, así como del naturalismo descarnado de Frank Norris, Theodore Dreiser o Richard Wright, Cormac McCarthy, Joyce Carol Oates y Pete Dexter despiertan el escalofrío del horror sin recurrir a nada más que la realidad humana y social más sórdida. Lo mismo haría Jack Ketchum en novelas como Joyride o Perdición, publicadas en nuestro país por la editorial de terror La biblioteca de Carfax.
Cazafantasmas
Pero Halloween es una fiesta, así que terminamos nuestro viaje en el tren de la bruja del policíaco terrorífico, con una nota más divertida: los detectives de lo Oculto.
Cuando se cumplen cincuenta años del estreno de El exorcista, no está de más recordar que para el autor de la novela, William Peter Blatty, se trataba de “una historia de detectives sobrenatural”. Algo que remarcaría después con su estupenda secuela, Legión, donde el teniente Kellerman, que investigara infructuosamente la muerte del padre Karras, se enfrenta por fin a la diabólica solución del misterio en un estupendo thriller que cumple todos los requisitos del procedimiento policial y el whodunit… pero donde crimen y criminal son realmente satánicos.
A veces, la novela policíaca se rinde ante lo esotérico y fantástico. Aunque sigue las reglas del género, la solución no es racional ni materialista, sino al contrario. Así ocurre en el clásico de John Dickson Carr El Tribunal del Fuego, ejemplar misterio de cuarto cerrado donde la brujería es (o al menos puede ser) algo muy real. O en El valle de las luces de Stephen Gallagher, donde el asesino psicópata resulta una diabólica entidad desencarnada. Sin olvidar El corazón del ángel de William Hjortsberg, llevada al cine por Alan Parker, con su endemoniado detective. El irlandés John Connolly se ha convertido en el gran experto de esta modalidad, con su saga del detective Charlie Parker, cóctel desequilibrado de novela negra, crimen y terror sobrenatural.
Pero los profesionales del ramo son los detectives ocultistas. Una respuesta esotérica a Sherlock Holmes que incluye nombres como los del Carnacki de Hodgson, el John Silence de Algernon Blackwood o el Jules de Grandin de Seabury Quinn, aunque recientemente hemos descubierto otros como el estupendo Flaxman Low, detective psíquico (Alberto López Aroca Ed.) de Kate y Hesketh Pritchard, alabado por Conan Doyle, o el juez Pursuivant, de Gans T, Field (seudónimo de Manly Wade Wellman), cuyas aventuras recoge El drama negro (Los libros de Barsoom). Una parentela que llega hasta los Mulder y Scully de Expediente X, el Constantine de cómics y cine, el Harry Dresden de Jim Butcher o el Felix Castor de Jim Carey, por citar algunos.
Hasta España tiene algo que decir aquí. Aparte de algún ejemplo tan peculiar como la mítica novela La torre de los siete jorobados (Valdemar) de Emilio Carrere, nuestro más popular cazafantasmas es el británico de nacionalidad Inspector Dan de la Patrulla Volante, creado para Pulgarcito por Eugenio Giner en 1947, personaje de tebeo para el que escribirían guiones Francisco González Ledesma (el gran Silver Kane) o Andreu Martín.
Sus aventuras son un catálogo del policial de terror universal, del cine, los seriales y el pulp, que describe con gracia el experto Pedro Porcel en un indispensable libro para Halloween: Viñetas infernales. Cien años de cómic de terror (Desfiladero). Por fortuna, esta oscura tradición española ha sido recogida hoy por uno de nuestros mejores autores del género: Juan Ramón Biedma, cuya reciente Crisanta (Alianza), con sus investigadores psíquicos enfrentados a crímenes humanos y diabólicos, en una Sevilla en plena Guerra civil, es ejemplo pluscuamperfecto de la fértil e íntima relación entre el género negro-criminal y el terror.
Y si alguien tiene todavía dudas al respecto, que piense en tres nombres propios: Poe, Hitchcock y Stephen King. Tres maestros del suspense y el terror, capaces de asustarnos este Halloween con misterios fantásticos… o no. El policial también puede dar mucho, pero que mucho miedo.