Tras licenciarse en el Royal College of Art de Londres, Ridley Scott metió cabeza en la BBC, donde empezó diseñando escenarios y acabó dirigiendo capítulos de series. Sin embargo, pronto fue seducido por el acaudalado mundo de la publicidad, que en esa época vivía una revolución al ritmo del Swinging London.
En esos años, Scott aprendería valiosas lecciones que le sirvieron en su posterior carrera cinematográfica: apostar por la economía narrativa, cuidar la creación de atmósferas, ceñirse al presupuesto y, claro, intentar ganar todo el dinero del mundo, parafraseando el título de su filme sobre los millonarios Getty.
Lo curioso en una filmografía tan extensa como la de Scott, que con Napoleón cuenta ya con 28 películas, es que arranca cuando el director cumple 40 años, con Los duelistas (1977), en donde trataba de imitar a su admirado Kubrick de Barry Lyndon (1975) con una historia situada precisamente en la Francia napoleónica. La película le abrió las puertas de Cannes y de Hollywood.
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Su siguiente filme, la claustrofóbica Alien, el octavo pasajero (1979), a medio camino entre la ciencia ficción y el terror, dejaría claro la capacidad del director para seducir a grandes audiencias y elaborar impactantes imágenes que perduran en el imaginario colectivo, como el espeluznante alien saliendo del pecho de John Hurt. La Ripley de Sigourney Weaver sería además el primero de una larga ristra de poderosos personajes femeninos, como los de Thelma & Louise (1991) o La teniente O’Neil (1997).
A pesar del éxito de Alien, la década de los 80 fue oscura para el director, que no dejó de encadenar fracasos de taquilla: a pesar de que hoy es un clásico mayúsculo, Blade Runner (1982), con ese futuro de eterna lluvia y noche perpetua en la que la tecnología ha borrado la línea entre humanos y máquinas, fue masacrada por la crítica e ignorada por el público, mientras que otros filmes con grandes conceptos, como la fantasía de Legend (1985) o el ambicioso drama 1492. La conquista del paraíso (1992), tampoco lograron triunfar.
El punto de inflexión en la carrera de Scott fue, sin embargo, Gladiator (2000), actualización del clásico péplum que si bien adolecía de un plano guion, arrasó en la taquilla y ganó el Oscar a la mejor película (aunque el de director se le sigue resistiendo al británico).
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Desde entonces, Scott ha dado continuidad a la superproducción que mezcla historia o mito y aventuras en El reino de los cielos (2005), Robin Hood (2010), Exodus: Dioses y Reyes (2014), El último duelo (2021), Napoleón (2023) o la futura segunda parte de Gladiator, que se encuentra rodando.
Por otro lado, ha seguido cultivando la ciencia ficción, regresando al universo de Alien en Prometheus (2012) y Alien: Covenant (2017) o con la hiperrealista y emocionante Marte (The Martian) (2015). En todas ellas ha demostrado ser un maestro en el plano visual –él mismo dibuja los storyboards– y cierta inconsistencia narrativa.
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En cualquier caso, sigue siendo difícil clasificar a un cineasta que ha conjugado el blockbuster con filmes intimistas como Un buen año (2006), thrillers como American Gangster (2007) e incluso sátiras sobre el poder como La casa Gucci (2021).