Cristina García Rodero (Puertollano, 1946) ha recorrido España y el mundo entero con una cámara colgada al cuello. Desde hace cincuenta años, allá donde haya vida, fiesta, celebración, ahí ha estado ella. Y lo sigue estando. A sus 74 años, la primera española en entrar en la agencia Magnum y autora de La España oculta (1989), el libro que cambió el modo de entender la fotografía en nuestro país, no ha abandonado su oficio y continúa portando su ilusión allá a donde va.
"Cristina es la dualidad y la contradicción. No conozco a nadie tan fuerte ni trabajadora como ella. Puede estar hasta 12 horas de pie sin beber agua, solo trabajando. Pero al mismo tiempo es muy sensible, se emociona mucho por las cosas", asegura a El Cultural Carlota Nelson, directora del documental La mirada oculta, dedicado a la fotógrafa y que se estrena el próximo 1 de diciembre.
En persona es fácil darse cuenta de que García Rodero también es menuda, coqueta, cercana, reservada; una mujer contradictoria que rezuma la misma humanidad que su trabajo. Sus fotografías son una oda a las tradiciones, a las fiestas regionales, a la felicidad. Y su mirada, pura y cándida, parece mantenerse intacta cinco décadas después, a pesar de la enfermedad ocular que padece.
"A mí todo me sorprende. Creo que tengo los ojos como tú, un poco más mayores, pero mantengo una mirada joven, una mirada muy curiosa y eso sí que no envejece con los años. Cuando amas lo que estás haciendo y sientes pasión, no pasan los años por tu mente, pasan por tu cuerpo", cuenta Rodero a El Cultural en su querida Fundación Juan March, que tantas alegrías le ha dado.
Fue en 1973 cuando la fundación le otorgó una beca de Creación Artística para realizar un ensayo fotográfico. Rodero renunció entonces a una vida corriente, lamentablemente en esa época destinada al género femenino, convirtiéndose en una nómada que protegió al folclore español del olvido.
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A través de sus ojos verdes cristalinos han pasado hombres, mujeres, niños, desde la comarca más recóndita de la Península Ibérica hasta Georgia o la India. "A mí me gusta la gente y creo que eso es importante. También tengo mucha empatía, porque creo que soy una persona muy sensible, a veces demasiado. Y esa capacidad de emocionarte con lo que está sucediendo, de desear conocer a la gente, te da mucha fuerza para intentar hacer las cosas con cariño, con respeto, con no tener miedo, con proximidad y no sentirte ni superior, ni inferior, simplemente uno más".
Carlota Nelson plasma en su documental cómo es el trabajo de esta todoterreno que no se achanta ante casi ningún obstáculo. "Recuerdo sentir miedo cuando iba los carnavales de Laza (Ourense), a principios de los años 70, que tenía que recorrer unos cuantos kilómetros del apeadero hasta el pueblo de madrugada y en soledad, con todos los perros del pueblo ladrándome, no precisamente en son de paz. Eso sí que me daba miedo, y me lo seguiría dando ahora", rememora la fotógrafa.
"Pero en general, creo que más que miedo lo que lo que ocurre es que te asombra y te impresiona lo que estás viendo. Recuerdo la primera vez que llegué Haití era tan potente lo que estaba viendo que no sabía si sacar la cámara iba a ser bueno o malo, cómo iban ellos a reaccionar. Saqué la cámara y no sucedió nada. Saque otra y tampoco sucedió nada. Nunca sucedió nada, nadie me atacó".
Uno de sus mantras es que hay que fotografiar sin miedo, a pesar de los peligros a los que se puede enfrentar: "El fotógrafo tiene que ser prudente e intentar no sentir miedo, porque este siempre es paralizante. Curiosamente, a mí no me da tanto miedo la gente, sino las alturas y los precipicios. He pasado más miedo en el coche que con las personas".
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Para ella, la fotografía es un combate continuo en el que su principal enemigo es el tiempo y su mejor baza, la curiosidad. La Premio Nacional de Fotografía 1997, que además del documental publica el libro Ser fotógrafa, un regalo de la vida cree que "la ilusión y el deseo de entender el mundo y a los demás" es lo que le ha hecho continuar sin descanso en este oficio tan exigente.
No obstante, lo que realmente le inspira es el deseo incansable por descubrir:"Lo que más me motiva es la curiosidad y el deseo de dejar un buen trabajo y hacer las cosas bien. No concibo hacer las cosas mal, sufro cuando no puedo dejar algo en el punto exacto en el que quiero dejarlo". Su filosofía es sencilla, pero también perfeccionista y pulcra.
"Creo que habrá habido momentos en los que ha dicho: '¡quién me manda a mi haber dicho que sí!', pero creo que está muy contenta", considera Nelson, la "culpable" de que García Rodero, siempre muy celosa de su vida privada y su proceso de creación, esté viviendo un nuevo esplendor.
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Además del documental y el libro, esta primavera el Círculo de Bellas Artes, en colaboración con la Fundación Juan March, acogerá una exposición para celebrar el 50º aniversario del comienzo de su proyecto España oculta, que condensó en un libro y que representa ese deseo prematuro de una chiquilla que quería descubrir su tierra y acabó descubriéndose a sí misma.
"Cristina es una de las figuras más importantes, no solo de la fotografía sino de las artes, de la cultura, de la antropología de este país. Aun así, hay muchísima gente que no conoce su obra y no sabe quién es, pero no solo porque ella se esconde y no quiere dar entrevistas. Por eso, la gente tiene que conocer quién es la mujer detrás de esta obra y no solo en España, también fuera", concluye la cineasta.
Mientras tanto, Cristina García Rodero seguirá como Kerouac, cámara en mano siguiendo a la gente que le interesa, esa que está loca por vivir, por hablar, por salvarse, con ganas de todo al mismo tiempo.