La reciente cosecha de documental político va de las trincheras en Ucrania a un análisis del legado de Arafat en Oriente Medio. Las Pussy Riot, exiliadas en Europa, cuentan su historia de rebeldía bajo el yugo de Putin y un documental pone al descubierto el machismo hiperbólico de Irán. La hija de Nancy Pelosi se entrevista con los “trumpistas” que asaltaron el Capitolio y los líos con Sarkozy de Liliane Bettencourt, la mujer más rica del mundo.

20 días en Mariúpol (Mstylav Chernov, 2023, Filmin)

Cuando empezó la guerra de Ucrania hace ya casi dos años, el 24 de febrero de 2022, la ciudad de Mariúpol fue de manera inmediata uno de los escenarios más cruentos. Se trata de un importante centro industrial no muy lejos de la frontera con Rusia en la región de Donbass, en guerra desde mucho antes de que empezara la guerra a gran escala en todo el país. 

El periodista ucranio de AP Mstylav Chernov, junto a dos reporteros, fue de los pocos que se quedó durante el brutal asedio a la ciudad durante las tres primeras semanas hasta que no tuvo más remedio que escapar, como hizo la mayoría de la población. Hoy Mariúpol está controlada por Rusia y forma parte de la autoproclamada y no reconocida por nadie en el mundo República Popular Donetsk rusa.  

Ganador junto a sus compañeros del premio Pulitzer por su cobertura de la batalla, el periodista nos muestra en toda su crudeza la barbarie de una invasión criminal. Al principio del documental, favorito para ganar el próximo Oscar, Chernov dice que “las guerras no empiezan con el estruendo de las bombas sino con un clamoroso silencio”.

Antes de que aparezcan los tanques y los ataques indiscriminados con misiles, la ciudad contiene la respiración preparándose para lo peor aunque lo peor, cuando llega, es tan horrible que nadie quizá imaginaba la forma en que las vidas de sus habitantes iban a convertirse en un infierno. Porque 20 días en Mariúpol es un documental de obligada visión pero desde luego no resulta fácil de ver.  

Si fuera un ensayo, podría llamarse “la fragilidad de la civilización”. Un lugar ordenado, bonito, en el que sus gentes hacen tranquilamente su vida de repente se ve sumido en un caos absoluto, todo lo que hace cinco minutos importaba deja de hacerlo salvo preservar la propia vida.



Rodada en buena parte en un hospital, vemos imágenes durísimas de niños muriendo mientras médicos en lágrimas tratan en vano de salvar sus vidas a la vez que luchan contra la falta de suministros, material e incluso electricidad. Ver a esas jóvenes madres derrumbarse cuando sus bebés mueren hiela la sangre.  

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Algunas de las imágenes de 20 días en Mariúpol las hemos visto ya que el trabajo de Chernov dio la vuelta al mundo como las de las fosas comunes en las que los mariupolenses tiran los cuerpos amontonados o el ominoso y brutal ataque a una maternidad. Observamos cómo en medio del caos, algunos habitantes de la ciudad aprovechan para saquear las tiendas. Por momentos, dan ganas de apartar la mirada ante tanto horror, tanto dolor.



Vemos también a personas de todas las edades observar atónitos y desconsolados cómo se destruyen sus casas y todo lo que habían construido con esfuerzo y sacrificio durante décadas mientras se preguntan por qué. “La guerra hace mejor a la gente buena y peor a la gente que ya era mala”, dice Chernov. 

Los insurgentes de al lado (Alexandra Pelosi, 2023, HBO)

En este documental, el asalto al Capitolio de Estados Unidos parece sobre todo un extraño remake de Viridiana de Buñuel. En el clásico de 1961 veíamos cómo una panda de pordioseros y marginados sociales lograban hacerse con el control de una casa señorial subvirtiendo el orden social. 

Los insurgentes de al lado está dirigida por Alexandra Pelosi, hija de Nancy, la líder demócrata más odiada por la derecha de Estados Unidos. En uno de los momentos más impactantes, Pelosi Jr le pregunta a una de las atacantes del Congreso si “pensaba matar a su madre”. La tipa, claro, se queda a cuadros.  

Los “insurgentes de al lado” de este documental no son, ni remotamente, tipos duros que dan miedo, todo lo contrario, provocan una profunda compasión. Uno tras otro, vemos a una panda de losers que se sienten maltratados por el sistema para los que el asalto al Capitolio es una especie de venganza contra sus opresores, una forma espantosa y equivocada, pero en su cabeza legítima de reivindicar su derecho a existir en un país obsesionado con la riqueza que los considera unos apestados.  

Casi todos vienen de familias rotas y disfuncionales a las que culpan de su fracaso personal. Parte de su odio furibundo contra los “izquierdosos” (liberales en inglés) tiene que ver con que los culpan de su de su propia desgracia personal debido a esos valores “antifamiliares” que han posibilitado su tragedia. 

Uno tras otro, echan balones fuera, dicen arrepentirse, algunos aseguran haberse desligado de Trump, con un cierto rencor, como el del hijo devoto que en el momento de su caída se siente abandonado por el padre.

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Para ellos, el probable futuro presidente de Estados Unidos por segunda vez es una versión mejorada de sí mismos, el político al que todos desprecian resulta ser el ganador, se identifican con él, cuanto más lo insultan los “liberales” más les gusta porque son las mismas personas que identifican como aquellos que los ningunean a ellos mismos.



Los “deplorables”, dijo la propia Hillary Clinton para definirlos en el momento menos acertado de toda su trayectoria política. Pus los “deplorables” sienten cólera y su cólera amenaza al mundo. 
 

Siete inviernos en Teherán (Steffi Niederzoll, 2023, Filmin)  

Hace poco veíamos una película extraordinaria como Holy Spider, del iraní Ali Abbasi. Contaba el increíble caso de un asesino en serie de principios de siglo en Mashhad, una “ciudad santa”, que mataba a prostitutas drogadictas para “limpiar de pecado” las calles.



Cuando es capturado, parte de la sociedad de ese inmenso país (tiene 88 millones de habitantes) lo consideró un héroe, incluida su propia familia, que no solo lo justificaba sino que celebró sus crímenes. El asesino, eso sí, finalmente fue ajusticiado, a puerta cerrada para evitar que las masas convirtieran su ahorcamiento en un espectáculo del martirologio.  

La locura machista de Irán no tiene límites. Lo que cuenta Siete inviernos en Teherán, un documental vibrante que se ve con el corazón en un puño, deja devastado. Trata sobre la condena a muerte de Reyhaneh Jabbari, junto a Masha Amini, la joven asesinada por la “policía de la moral” por llevar puesto mal el velo, el símbolo más doloroso e icónico de un régimen simplemente demencial. 

La historia es esta, a los 19 años, Jabbari asesinó en defensa propia a un prestigioso médico mucho mayor que ella cuando intentó violarla. Por increíble que parezca, acabó siendo ejecutada por ese homicidio. La sentencia, absolutamente delirante, consideraba que la joven rechazó ese acto sexual debido a su “narcisismo” y mató al cirujano por maldad. O sea, la víctima es la culpable.  

Conocemos a la familia Jabbari, formada por mujeres, en la que el padre ha enseñado a sus hijas que valen tanto como los hombres. Una familia razonablemente feliz cuya vida queda en ruinas después de que la joven sea detenida y comience un interminable calvario hasta que finalmente fue ahorcada, siete años después. 

Vemos también otro de los aspectos siniestros del régimen legal iraní por el cual los familiares de la víctima tienen el derecho a perdonar al perpetrador y salvarle la vida como vimos en una notable película reciente como El perdón (Maryam Moghaddan y Behtash Sanaehaa, 2022).



Aparece en escena el infame personaje de Jalal, hijo del médico ejecutado por la joven, a quien la madre de Reybaneh está dispuesta a “querer como un hijo”. Hay grandes sentimientos, verdadera belleza, en esa madre de una compasión ilimitada.  

Jalal está empeñado en que la joven se autoinculpe y retire su declaración diciendo que mató a su padre porque intentó violarla. Reybaneh se niega para desesperación de sus padres, su integridad conmueve de una manera profunda, es imposible olvidarla después de ver esta película.



La obtusa insistencia de Jalal por defender lo indefendible, su espantosa crueldad que puede ejercitar gracias a un sistema legal enfermo hace que el personaje, por siniestro, mediocre y villano, nos recuerde a aquel desesperante Nader de Nader y Simin (Asghar Farhadi, 2011), ese tipo de una irritante imbecilidad que se empeña en no conceder el divorcio a su mujer (el hombre tiene la última palabra en estos casos) convirtiendo su vida en un infierno.  

Pussy Riot: En lucha contra Putin (Denis Sneguirev, 2023, Movistar +) 

Las Pussy Riot son un colectivo de número y composición variable formado por mujeres, y algún hombre, rusas que utilizan la música punk y la “acción política” para luchar contra la dictadura de Putin en Rusia. Sus líderes iniciales fueron Nadezhda Tolokonnikova y María Aliójina, quienes hoy siguen caminos distintos y protagonistas del documental. Su valentía y coraje a la hora de enfrentarse a uno de los tiranos más brutales del mundo, es impresionante.  

Saltaron a la fama en febrero de 2012 con su primera performance de protesta. En plena Plaza Roja de Moscú, al lado del Kremlin, las activistas hicieron una actuación contra el dirigente en el que berreaban su lema “Putin se mea”, haciendo alusión al miedo del déspota por las recientes masivas protestas en todo el país contra su enésimo pucherazo de las elecciones. Fueron arrestadas en seguida pero esos 60 segundos de rebelión contra un poder cada vez más autoritario y brutal le dieron fama mundial cuando el vídeo se hizo viral.  

Poco después, las Pussy aún tuvieron más eco internacional con su segunda acción, en la Catedral de Cristo Salvador en Moscú, el Vaticano de la Iglesia ortodoxa rusa, en la que asaltaron al altar para gritar contra la alianza del patriarca Kirill y el propio régimen de Putin.



Su improvisada actuación aún duró menos, 40 segundos, pero se convirtió en un increíble escándalo mundial. En respuesta, las condenaron a dos años de trabajos forzados en una cárcel siniestra que como recuerda una de sus integrantes, poco tenía que envidiar al gulag de Stalin.  

Lejos de amilanarse, volvieron a la carga a la salida de prisión irrumpiendo en los Juegos Olímpicos de Sochi de 2015 para denunciar la corrupción y el despilfarro, una “acción” que también terminó en unos pocos segundos ya que en esta ocasión la policía irrumpió de manera casi inmediata y comenzaron a darles latigazos.



Y aun quedaba la que quizás ha sido su performance más vista cuando en plena final del Mundial de Fútbol de 2018, disfrazadas de policía para denunciar que en su país, “la policía hace lo que quiere”, asaltaron el campo de juego. 

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Tras esta acción, las cosas aun se pusieron más feas ya que uno de sus miembros, Pyotr Verzilov, portavoz y ex marido de Tolokonnikova, fue envenenado por el régimen y si no acabó en la tumba fue porque lograron recaudar 40 mil dólares en tiempo récord para llevarlo a Alemania.  

Las Pussy Riot hoy viven en Europa, donde prosiguen con su activismo antiPutin y se resignan a la idea de que si vuelven a su país lo más probable es que acaben sentenciadas de por vida en una cárcel siniestra como Navalni o asesinadas. En el filme, ellas mismas, sobre todo las líderes, Tolokonnikova y Aliójina, cuentan esta historia de activismo artístico en tiempos en que el régimen ha llegado a su propio paroxismo de violencia con la guerra de Ucrania.  

Desvelando a Arafat (Fabrice Gardel y Florian Uzan, 2023, Filmin)  

La trágica guerra en Gaza ha devuelto a una sangrante actualidad la convulsa situación entre Israel y Palestina. Este documental francés ahonda en las raíces del conflicto al repasar la figura de Yassir Arafat, el líder palestino más longevo e importante de la historia con sus luces y muchas sombras. 

Arafat, como recuerda Simon Peres en esta interesante serie documental, desprendía una “indiscutible calidez”, era un líder carismático, viajero, capaz de crear una imagen icónica de sí mismo al estilo Che Guevara con el célebre pañuelo palestino y las gafas de sol, creando una marca que se convirtió en emblema no solo de su propia causa, también de la lucha mundial contra el colonialismo y el “imperialismo” de Estados Unidos y Occidente.  

Mentiroso como pocos, Arafat se inventó su lugar de nacimiento, Jerusalén, ya que nació en Egipto, hijo de una familia palestina malograda. Tras la muerte de la madre, el padre lo manda a la ciudad del muro de las Lamentaciones a vivir con su tío, donde crece huérfano.



Tras graduarse como ingeniero civil, Arafat se unió a la Organización para la Liberación de Palestina, una organización de “liberación” de los árabes expulsados de sus tierras tras la fundación del Estado de Israel que oscilaba entre el activismo político y el terrorismo puro y duro, un asunto con el que Arafat siempre mantuvo en público una calculada ambigüedad. 

En cualquier caso, con los años, sobre todo después de la Guerra de los Seis Días en 1967 cuando Arafat fue expulsado de Oriente Medio y comenzó un deambular mundial el conflicto se fue volviendo más violento. Se sucedían los atentados sangrientos como el de los atletas israelíes en los Juegos Olímpicos de Munich de 1972 o el secuestro de judíos en el aeropuerto de Uganda de 1976 (en el que por cierto murió Yoni Netanyahu, el hermano del actual presidente de Israel). Después llegaron las brutales "intifadas".   

Narrado de manera equidistante, el documental, dividido en dos episodios de 50 minutos que se hacen cortos, se entretiene un poco demasiado en la condición de “rockstar” de Arafat, icono cool de la lucha del sur contra el norte, los oprimidos contra los opresores y etc.

Se le califica de “corruptor” y no de “corrupto” ya que según los autores del documental no arramblaba fondos para enriquecerse sino para ganarse el favor de otros a pesar del lujo ostentoso que gastaba su mujer.  

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El momento clave es cuando Arafat logra que se reconozca la Autoridad Nacional Palestina, que sigue gobernando con limitaciones en Cisjordania, y comienza unas negociaciones de paz que como todo el mundo sabe y queda rotundamente claro en estos tiempos, acabaron mal.



¿Se equivocó Arafat al no firmar con Ehud Olmert los acuerdos de Camp David en el año 2000 o el acuerdo era miserable para los palestinos? ¿Fue un liberador heroico e infatigable o un terrorista sanguinario y cínico que decía una cosa mientras hacia la contraria?  

El caso Bettencourt: El escándalo de la mujer más rica del mundo (2023, Netflix)  

Un poco de bling bling. Lilianne Bettencourt fue la mujer más rica del mundo en calidad de dueña de L’Oreal, la archifamosa marca de cosméticos. Una anciana riquísima y refinada que quizá nunca hubiera pasado de las páginas de la crónica rosa si no fuera por la aparición del buscavidas François-Marie Banier, un fotógrafo de “celebrities” que primero logró convertirse en su mejor amigo y al que “regaló”, nada menos, que 993 millones de euros según la fiscalía francesa. 

Una generosidad extrema que llevó a la hija de Liliane, Françoise, con la que tenía una ancestral mala relación, a denunciarlo por, supuestamente, haberse aprovechado del deterioro cognitivo debido a la ancianidad de la millonaria para desplumarla. La justicia francesa primero dio la razón a la hija, en apelación, no tanto, y Banier acabó devolviendo solo una ínfima parte de esa hiperbólica donación con una condena reducida.  

La cosa quizá no hubiera pasado también de la crónica de sucesos, el asunto tiene una indiscutible mezcla entre glamur a raudales e intriga criminal, si no fuera porque el mayordomo (como en las mejores novelas de Agatha Christie) grabó las conversaciones privadas de Liliane para desenmascarar al odiado Banier y cuando quiso dañarlo filtrando esos audios a la prensa, resultó que había algo más como un supuesto tráfico de influencias de la potentada hacia varios políticos, de distinto signo, a los que untaba de manera rutinaria sin motivo concreto y muy especialmente a Sarkozy, por el que mostraba devoción.  

En El caso Bettencourt: El escándalo de la mujer más rica del mundo no falta de nada para mantenernos entretenidos. Con una historia cada vez más enrevesada en la que vemos una siniestra intersección entre el mundo del dinero y el poder político, un drama familiar por la compleja relación de Françoise con su madre, por la que se siente despechada, y la ambigüedad moral de ese Banier que logró ganarse el corazón de Liliane porque era el único que le hablaba con naturalidad sin hacerle la pelota y le hacía reír.  

¿Era Banier un sinvergüenza que supo aprovecharse de la soledad y la tristeza de una mujer tan rica como aislada? ¿Tenía todo el derecho del mundo Liliane a ser todo lo generosa que quisiera y hacer lo que le daba la gana? La verdad, como casi siempre, está en un lugar intermedio.