Denis Villeneuve (Trois-Rivières, Quebec, 1967) construyó en Dune: Parte 1 algo que parecía imposible viendo los proyectos que habían adoptado anteriormente la novela de Frank Herbert, como la desastrosa versión de David Lynch. La película del director canadiense se desplegaba como una poderosa ficción, tan tangible como asombrosa visualmente, con una narrativa fácilmente asequible sobre shakesperianas traiciones entre casas feudales planetarias por el control de Arrakis, en donde brota la especia más valiosa del universo.
Dune: Parte 1 conseguía facturar increíbles imágenes de naves suspendidas en el cielo, y todo el imaginario de libro, desde los enormes gusanos del desierto hasta la concepción escabrosa y maligna de los villanos Harkonnen, funcionaba en ese estilo visual tan suyo de extrema frialdad y escalas imposibles. Sin embargo, el filme se quedaba corto a la hora de implicar emocionalmente al espectador en lo que le ocurre a la Casa Atreides, masacrados al final del metraje a causa de un terrible complot.
Esta Parte 2, resuelta ya la presentación de personajes, culturas y escenarios, era una oportunidad para que Villeneuve resolviera ese y otros problemas de la primera entrega, como el escaso desarrollo de los protagonistas o el rutinario planteamiento de las secuencias de acción. Lamentablemente, no lo ha conseguido, al menos del todo, y aunque este filme sigue brillando en el apartado técnico (desde la fotografía de Greig Fraser a la música de Hans Zimmer), que logra de nuevo dar empaque al universo de Herbert, Villeneuve vuelve a naufragar a la hora de otorgar corazón y humanidad a la historia.
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Lo que nos encontramos en Dune: Parte 2 es un relato mesiánico en el desierto que es inevitable comparar con Lawrence de Arabia (1962), aunque David Lean desplegaba un mayor sentido para la aventura y una mayor capacidad para utilizar el desierto con vuelo poético. Apenas hay aquí una pequeña fuga de Arrakis, en una secuencia francamente impactante, en la que viajamos al planeta en blanco y negro de los Harkonnen para conocer al heredero Feyd-Rautha, al que interpreta un sádico Austin Butler, el Elvis de Luhrmann. Por lo demás, todo es desierto, calor y gusanos.
La película arranca justo donde acababa la primera parte. Los Harkonnen creen haber aniquilado a los Atreides, pero Paul (Timothée Chalamet) y su madre Lady Jessica (Rebecca Ferguson) han logrado escapar y han contactado con la tribu de los Femen, nativos del planeta. Uno de sus líderes, Stilgar (Javier Bardem), a modo del Morfeo de Matrix, está convencido de que Paul es el elegido que conseguirá llevar la paz a Arrakis, mientras que la guerrera Chani (Zendaya) se mostrará más escéptica con este destino para el protagonista, mientras se enamora de él.
Así, la película, que avanza a golpe de diálogo explicativo y cortantes elipsis, sigue los pasos de Paul, que intenta ser aceptado por los Fremen mientras estos inician una guerra de guerrillas contra los Harkonnen. Por su parte, Lady Jessica, que forma parte de la Hermandad Bene Gesserit, una especie de orden religiosa compuesta por mujeres con poderes telequinéticos que mueven los hilos en la sombra, se marcha al sur del planeta para propagar la idea de que Paul es el elegido. Al reparto de la primera entrega, se añaden además Christopher Walken en la piel del Emperador; Florence Pough, como su hija, y Lea Seydoux, como otra hermana Bene Gesserit.
Aunque no se haya leído la novela, es evidente que Villeneuve ha realizado una encomiable adaptación de una obra compleja que supuso un gran fracaso para otros talentosos creadores, como Alejandro Jodorowsky o el ya mencionado David Lynch. Sin embargo, para ser una obra maestra de la ciencia ficción, como muchos se han apresurado a calificarla, Dune: Parte 2 debería haber sido algo más infiel a Hebert para llevar la historia a un lugar que resonara de verdad a los espectadores de hoy.
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Más allá de su mensaje ecologista, Dune: Parte 2 plantea cómo se alza el fanatismo en torno a un héroe vengativo y con ínfulas mesiánicas como Paul, lo que lo arruina como centro moral del relato. Por eso, no le hubiera ido mal a la película potenciar a Chani, el personaje de Zendaya -con el que Villeneuve se toma ciertamente libertades-, la única que parece temer que todo cambie para que todo siga igual.