Ha pasado casi medio siglo y llega a las pantallas españolas una película esencial, un psicodrama que articula el trauma de la violación que sufrió su directora en su juventud. Martha Coolidge recrea en la seminal Not a Pretty Picture (1976) una parte de su biografía con la complicidad de la actriz protagonista, Michele Manentim, que también fue víctima de un abuso semejante en una cultura en la que, por ejemplo, la madre de la cineasta siempre le dijo que “la violación no existe, es algo en lo que tú te metes”.
Ese sentimiento de culpa y vergüenza, cuando los límites entre el sexo consentido y la agresión sexual estaban (o están) absolutamente difuminados, recorre la película con un peso extraordinario, pues el cine se ofrece como ese lugar desde el que psicoanalizar, explicar, mostrar y reflexionar.
El filme no se detiene en la reconstrucción. De hecho, es su derivada. Pone en escena el antes, el durante y el después del episodio de la violación. Es una película sostenida por una inteligencia bárbara, que se abre en canal a los traumas inherentes al propio proceso de reconstrucción, mezclando conversaciones, ensayos y recreaciones que confluyen en sus propios límites. Se preguntan por su pertinencia –“porque será valioso para muchas otras personas” –, y se preguntan por sus formas: hasta dónde se puede llegar en la puesta en escena de la agresión sexual.
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Asistimos, casi participamos, en el proceso psicoanalítico y emocional, pero sin excesos dramáticos, sin poesía alguna, de dos mujeres que rompen su silencio a través del cine y que, en el marasmo de una “cultura de la violación” lejos de asumir sus propias grietas, implican en esa reflexión al actor que ejerce de agresor, Jim Carrington, y a la compañera de habitación de la directora en el momento en que ocurrieron los hechos, Anne Mundatuk, interpretada por ella misma. El valor y acaso la radicalidad del filme es cómo logra mostrar algo que debería ser extraordinario de un modo que hasta resulta banal y cotidiano, pues formaba (forma) parte de la norma social.
Not a Pretty Picture no en vano busca cierta catarsis, tanto en la directora como en la actriz –“No sé por qué estoy haciendo esta película”, se pregunta la actriz nada más empezar el filme–, pero en la absoluta entrega al proyecto por parte de ambas late el deseo de trabajar sobre sus recuerdos más dolorosos, de acaso “volver a experimentarlos” con el fin de dejar de sentir vergüenza y responsabilidad por lo ocurrido, de lidiar con el recuerdo reprimido viéndolo desde fuera y acaso entenderlo mejor.
La propia directora dice que nunca ha podido tener una relación seria con un hombre desde entonces, y la actriz Michele Manenti llega hasta donde puede para volver a experimentar lo que sintió entonces, cuando tenía 16 años, en un claro proceso de autoconocimiento y expiación emocional.
Realizada completamente a la contra de la industria del cine, que escondía o maquillaba los elementos propios de esta cultura de la violación (pensemos en Infierno de cobardes o en American Graffiti o, algo más tarde, en Grease), Not a Pretty Picture busca la denuncia no tanto a través de la catarsis, sino de la performance, la teatralidad y el psicodrama. Es decir, a través de las formas. Como la propia directora que debe detener la escenificación porque no puede seguir mirando, también el espectador se sentirá incómodo y violentado frente a la brutal honestidad del filme.
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Son muy reveladoras en este sentido las conversaciones que mantienen Coolidge, Manenti y Carrington en las pausas. El joven actor explica cómo ha podido identificarse con el agresor, cómo ha sentido la pulsión violenta, introduciendo así la experiencia masculina y su aceptación colectiva (ofrece testimonios de amigos suyos que han cometido “violaciones adolescentes” y que son “personas normales”), así como el grado de ignorancia y deseducación patriarcal respecto al sexo consentido.
Dos canciones, al principio y al final del filme, trazan el arco emocional en cuyo centro surge el trauma, la mancha que todo lo oscurece. Manenti, con una voz angelical, interpreta en directo 'The First Time I Ever Saw Your Face' (Ewan MacColl), sobre la belleza y la idealización del despertar sexual , y ya en los créditos finales escuchamos 'What Will Love Be Like' (Ginny Redington), que después de lo visto suena como un gigante, melancólico signo de interrogación: ¿cómo se puede amar ahora?