Sobre el papel, la propuesta del debutante Pham Thiên Ân se perfila como un ejercicio autoral de ambiciones desmedidas; sin embargo, este joven cineasta vietnamita logra encauzar su genio poético y su talento escénico para alumbrar una emocionante meditación sobre la eterna búsqueda de respuestas que despierta el cara a cara con la muerte.

Afincada en las coordenadas del conocido como slow cinema, El árbol… sitúa su premisa en las calles de Saigón, donde el choque entre dos motocicletas deja un saldo fatal –dos conductores muertos– y a la vez milagroso –un niño, que iba de paquete junto a su madre, sale ileso del accidente–.

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El cuñado de la madre, quien a la postre será el protagonista del filme, acompañará a su sobrino hasta una aldea del Vietnam rural para asistir al funeral cristiano de la fallecida. Un viaje que la película presenta como una suerte de tránsito al pasado del protagonista y su nación.

Desde su inicio, El árbol… cautiva al espectador con sus virtuosos planos secuencia, que combinan una precisión extrema en el manejo de la cámara y una sublime apertura al fluir de lo real, una estrategia que remite a la obra del griego Theo Angelopoulos y del taiwanés Hou Hsiao-hsien.

Sin embargo, nada puede preparar al espectador para el deslumbrante plano de veinticuatro minutos que acompaña al protagonista desde la cima de un poblado hasta una habitación en la que un anciano rememora sus años de lucha contra el Frente Nacional de Liberación de Vietnam.

La película no deja de saltar fronteras en su elusivo avance narrativo. A la división histórica entre Vietnam del norte y el sur se suma el choque sensorial entre el bullicio de la ciudad y la paz que impera en el espacio rural. Por no hablar de la aproximación de Pham Thiên Ân a la idea de lo sagrado.

Al contraste entre la liturgia cristiana y los ecos de un cierto paganismo cabe sumar una dialéctica de mayor calado, que resuena en las palabras de un párroco: “Nuestra vida eterna se debate entre la carne y el espíritu”.

Sumido en una profunda crisis de fe, el protagonista de El árbol… emprenderá la búsqueda de su hermano, quien debería asumir el cuidado de su hijo. Pero el viaje se verá interrumpido por un conjunto de fugas oníricas y encuentros reveladores, como aquel en el que una anciana le pregunta al protagonista: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde el alma?”.

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Afincado en la formulación de interrogantes pertinentes, Pham Thiên Ân logra esculpir, a la estela de Andréi Tarkovski, una luminosa inmersión en las espesas aguas del cine trascendental.