Cathalina Geeraerts en 'La chica que sanaba'

Cathalina Geeraerts en 'La chica que sanaba'

Cine

'La chica que sanaba': los mecanismos de la fe y los límites de la bondad humana

Fien Troch cuenta la ambigua historia de una chica que decide no ir al colegio el mismo día que este se incendia. ¿Casualidad o premonición?

19 abril, 2024 01:54

Holly, una chica belga de 15 años, opta una mañana por no ir al instituto. La decisión no resulta demasiado sorprendente, en cuanto que, para la joven, víctima de bullying, la experiencia estudiantil dista mucho de ser gratificante.

Sin embargo, cuando esa misma mañana un violento incendio acaba con la vida de varias personas en el recinto escolar, los interrogantes empiezan a aflorar. ¿Fue la decisión de Holly una casualidad afortunada o el fruto de una inquietante premonición?

¿Y qué hay del hecho de que, súbitamente, los amigos y familiares de las víctimas del incendio encuentren un profundo sosiego al entrar en contacto con Holly? ¿Ostenta la protagonista de La chica que sanaba un poder curativo o estamos ante una fantasía colectiva suscitada por el impacto del trauma?

Y todavía más: ¿qué hay detrás del acompañamiento sanador que ofrece Holly a aquellos que se sienten desamparados? ¿Estamos ante muestras de altruismo o lo que mueve a la joven es la satisfacción de sentirse aceptada?

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El mayor logro de La chica que sanaba –quinto largometraje de la cineasta belga Fien Troch (Londerzeel , 1978)– radica en su negativa a ofrecer respuestas unívocas para las dudas y dilemas que va diseminando la acción. Afincada sobre un poderoso principio de ambigüedad, la película propone un conjunto de sugerentes reflexiones sobre los mecanismos de la fe y los límites de la bondad humana.

Y lo hace situándose en la frontera entre un realismo de tintes naturalistas y un misticismo cargado de extrañamiento. Resulta revelador que Troch encontrara la inspiración en la enorme cantidad de vídeos que circulan por internet sobre supuestos fenómenos sobrenaturales.

Pese al trasfondo verista de La chica que sanaba –el cine de Troch ha sido comparado con el de sus compatriotas, los hermanos Dardenne–, el increíble proceso de autodescubrimiento que experimenta Holly trae a la memoria la relectura que propuso M. Night Shyamalan del “despertar” de un superhéroe en El protegido (2000), aunque la ironía que pone en juego Troch remite también a otras investigaciones fílmicas sobre la santidad, de la acidez de Luis Buñuel a la pulsión de Lars von Trier. Observando con escepticismo una realidad materialista, en la que la sobreabundancia de imágenes digitales ha dado pie a una obsesión por las certezas.

Un afán por explorar la dimensión metafísica de la existencia que se materializa en unos lentos y prolongados movimientos de acercamiento a la figura y el rostro de Holly, cuyo misterio se ve acrecentado por el hermetismo de la actriz Cathalina Geeraerts.

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En este punto, los referentes del cine trascendental que maneja la cineasta belga son evidentes, desde los primeros planos de La pasión de Juana de Arco (1928), de Carl Theodor Dreyer, a los planos detalle de manos que abundan en la obra de Robert Bresson, quien dirigió su propia versión de El proceso de Juana de Arco (1962).

En el caso de La chica que sanaba, la protagonista transita por un mundo que necesita recobrar la fe, pero que, como antaño, goza viendo caer a sus ídolos.

La chica que sanaba

Dirección y guion: Fien Troch.

Intérpretes: Cathalina Geeraerts, Greet Verstraete, Felix Heremans, Serdi Faki Alici, Robbie Cleiren.

Año: 2023.

Estreno: 19 de abril