En 2007 Paul Auster llegó a España para desdoblarse (algo muy típico de su universo) en el Festival de San Sebastián. Por un lado, ejercía de presidente del Jurado de la sección oficial. Por otro lado, presentaba su segunda película como director, La vida interior de Martin Frost.
En conversación con El Cultural, nos dejaba varias ideas sobre las diferencias entre el cine y la literatura: “En un libro puedes sumergirte, leerlo a tu gusto, volver atrás y al principio, hacer con él lo que quieras y dedicarle todo el tiempo que necesitas a la reflexión mientras lo lees. Una película te obliga a estar alerta porque es ella la que viene a ti, no al revés. Para mí, es un placer muy sensual, muy directo, que por otra parte también soy capaz de percibir leyendo. Finalmente, creo que el cine es dramático y la literatura narrativa”.
Dramáticas, sin embargo, fueron algunas de las críticas que recibió La vida interior de Martin Frost, que puso final a su escueta carrera como cineasta. Carlos Boyero, en El Mundo, hablaba de "una película muy leve, confusa, pretendida aunque olvidablemente romántica, sin nada que irrite especialmente, pero que tampoco apasione".
Por su parte, Esteve Rimbau, en Fotogramas, apuntaba a que "un guión dilatado (...), unos actores que luchan contra las limitaciones de sus personajes y un presupuesto excesivamente ajustado” asfixiaban el filme.
Ciertamente, Martin Frost era una película poética, con un toque extravagante, en el que David Thewlis interpreta a un exitoso novelista americano que, tras publicar una novela, decide descansar mentalmente en una pequeña casa de campo a las afueras de Nueva York. Al amanecer del primer día, descubría asombrado que una misteriosa y deslumbrante mujer (Irène Jacob) yacía en la cama a su lado.
Mucho mejor recibida fue su ópera prima en la dirección en solitario, Lulu on the Bridge (1998), una historia romántica protagonizada por Harvey Keitel y Mira Sorvino, en la que un famoso saxofonista, que atraviesa una gran depresión tras resultar herido en un tiroteo, se enamora de una bella aspirante a actriz. La felicidad, sin embargo, se vía truncada por una serie de eventos extraños y oníricos.
El éxito de Smoke
Auster, sin embargo, será recordado en la gran pantalla por haber escrito el guion de la maravillosa Smoke (1995), filme dirigido por Wayne Wang en el que vemos como las historias de un puñado de personajes solitarios se entrelazan en torno a un estanco neoyorquino.
Por el pasa el escritor Paul Benjamin (William Hurt), que trata de superar la muerte de su esposa, el joven Rashid (Harol Perrineau), que trata de encontrar al padre que le abandonó cuando era un niño; Cyrus Cole (Forest Whitaker), que vive la amputación de su brazo como un castigo divino, y, por supuesto, el carismático dependiente Auggie Wren (Harvey Keitel).
El filme se hizo con el Premio Especial del Jurado de la Berlinale y destacaba por su estilo naturalista, por su ligereza, por las interpretaciones de unos actores en estado de gracia, por el monólogo final de Keitel, por el amor que despliega por la Gran Manzana…
Auster y Wang intentaron repetir la fórmula en la posterior Blue in the Face (1995), en la que el escritor ejercería como co-director, pero sin demasiado éxito. También aparecería el nombre de Auster en los créditos de una película posterior de Wang, The Center of The World, aunque el escritor matizara posteriormente su participación en ese filme.
“Wayne nos pidió a Siri [Hustvedt, su esposa] y a mí ayuda para estructurar una historia que le rondaba por la cabeza y deseaba contar en su película. La escribimos, pero nunca llegó a convertirse en imágenes, a lo sumo se aprovecharon dos o tres frases, pues el director cambió de idea y prefirió improvisar”, aseguraba a El Cultural en 2002.
Por cierto, ¿saben quién se llevó la Concha de Oro el año en el que Auster fue presidente del Jurado en San Sebastián? Pues su amigo Wang por Mil años de oración.
Amor por la comedia
A lo largo de su trayectoría, en varias entrevistas en El Cultural, Auster dejó interesantes reflexiones sobre el cine. Afirmaba, por ejemplo, que trataba de estar al día de lo que se estrenaba, pero que sus películas favoritas era antiguas.
“Me encanta ver una y otra vez mis preferidas porque siempre hay algo nuevo que descubrir”, aseguraba en 2007. “En literatura el ritmo lo marcas tú como lector, y es posible detenerte en una parte que te intriga especialmente. Pero en cine estás sometido a un tempo que te dicta el director, por lo que hay que ver varias veces una película (si es buena, claro) para poder apreciarla al cien por cien”.
Afirmaba, además, que la comedia era su género favorito. “Soy un fan absoluto del trabajo de Laurel Hardy, los Hermanos Marx o W. C. Fields”, comentaba en El Cultural. “He visto sus películas incontables veces”.
“Aparte de eso, me suele interesar el cine que no es americano”, continuaba explicando. “Hay tres filmes que me subyugan y han tenido un efecto fortísimo sobre mí. Uno es Ladrón de bicicletas, de Vittorio de Sica; el otro, Cuentos de Tokio, de Yasujiro Ozu y El mundo según Apu, de Satyajit Ray. Creo que son obras supremas de arte, que alcanzan el mismo nivel de profundidad que el mejor de los libros”.