El maestro Francis Ford Coppola (Detroit, Míchigan; 7 de abril de 1939) ha asegurado en Cannes, durante la rueda de prensa de su largometraje Megalópolis, que nunca le ha importado el dinero.
Sin ir más lejos, en plena crisis financiera de 2008, el cineasta pidió una línea de crédito de 20 millones de dólares para construir en Sonoma un complejo de ocio en torno a sus viñedos que dispondría de restaurante, piscina y espacio de juegos.
"Así podrían compartir el tiempo de esparcimientos los niños y los abuelos", ha explicado. "Es un riesgo que asumí y ahora otros negocios lo replican. Qué importa la fortuna sí se puede evaporar, lo que hay que cuidar son los amigos, porque nunca te abandonan".
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El autor de La conversación (1974) y Apocalypse Now (1979), premiadas con la Palma de Oro en el festival francés, enunciaba estas palabras en su regreso a La Croisette rodeado de amigos y familia. A su vera estaba su hijo Roman, que ha ejercido de segunda unidad de cámara, y su hermana Talia Shire y su nieta Romy Mars, que forman parte del elenco.
Su hiperbólica, excéntrica y apabullante última película es una fábula que coteja la deriva de Estados Unidos con la decadencia del Imperio romano, pero la monumental empresa de su forja evoca a un mito griego, el de Sísifo, que, testarudo, empujaba y empujaba una piedra cuesta arriba para asistir a su despeñamiento toda vez que estaba a punto alcanzar la cumbre de la montaña.
El italoamericano ha coronado la cima tras invertir una desmesurada cantidad de tiempo y dinero. El salto al vacío que se conjetura como alegato vital le ha costado dos décadas, 300 borradores y 120 millones de dólares levantarlo.
El artista como faro
"Cuando hace años dije que iba a hacer un peplum moderno en el Estados Unidos actual, no sabía que las políticas actuales lo harían resonar así en el presente", ha comentado Coppola. "Saturday Night Live y cantidad de artículos en la prensa están trazando paralelismos históricos, porque los políticos nos han llevado hasta el extremo de poder perder la república".
"El rol de los artistas es iluminar la vida contemporánea, no hacer hamburguesas sin nutrientes. Solo los creadores pueden hacer que la gente vea lo que está sucediendo, porque, de lo contrario, no tienen la capacidad de reaccionar", reflexionaba también el cinco veces oscarizado realizador, que ha hecho las veces de guionista, director, productor y financiador del proyecto.
En Megalópolis, Adam Driver da vida a un ingeniero premiado con el Nobel que descubre un material llamado megalon con el que pretende regenerar su ciudad, abocada al fascismo y el caos. En su gesta, como a Coppola, no le importa comprometer su patrimonio.
Del mismo modo que arquitectos utopistas como Le Corbusier con su Ville Radieuse o Constant Nieuwenhuys con su Nueva Babilonia, su patricio César Catilina aspira a construir una urbe sobre las ruinas de Nueva Roma a modo de motor de cambio social.
"He visto muchas veces Megalópolis y cada vez es más rica", alababa el intérprete. "Tengo antecedentes en las tablas y este rodaje lo he vivido como teatro experimental, rebelde y estimulante. Has de ser un director muy generoso para reconocer que puedes estar equivocado y dar libertad al reparto".
Actor amuleto de los proyectos utópicos
Con este papel, Driver se consolida como actor amuleto de los directores del empeño, en su doble sentido, y del exceso. Ahí está su protagonista en dos títulos 20 años postergados, Silencio (Martin Scorsese, 2016) y El hombre que mató a Don Quijote (Terry Gilliam, 2018), y del musical que inauguró Cannes en 2021 y le supuso a Leós Carax la perseverancia de una década, Annette.
Su personaje en Megalópolis se inspira en el de un patricio llamado Catilina que en el año 63 antes de Cristo instó a derrocar la República. Con su llamada de brocha gorda a la acción, Coppola parece querer repetir la proeza compartida en los setenta con directores como Martin Scorsese, Steven Spielberg, George Lucas y Brian de Palma.
Como ya hiciera entonces al regenerar los estudios de cine desde dentro, el adalid de Nuevo Hollywood no cede en su anhelo revolucionario y en su acercamiento libérrimo al acto creativo. Indisimuladamente, entre la sobreabundancia de citas de la película, se enuncia: "cuando saltamos a lo desconocido, demostramos que somos libres".
Albedrío del que, ha lamentado, no disfrutan los directores actuales: “Me temo que el trabajo no es tanto hacer buenas películas, como asegurarse de pagar las obligaciones de deuda de los estudios. Las nuevas empresas como Amazon, Apple y Microsoft tienen mucho dinero, pero podría ser que los estudios que conocimos durante tanto tiempo ya no estén aquí en el futuro".
Catarsis en el Palais
Los actores no han sido ajenos a la tensión unida a la puesta en pie de esta inclasificable cinta de ciencia ficción. Un entusiasta Giancarlo Esposito, que en Megalópolis da vida a un alcalde conservador más inclinado por la construcción de un casino que por la edificación de una ciudad inspiradora, elogió el tesón del autor de la trilogía de El padrino.
"Anoche, durante la proyección, rompí a llorar", aseguraba Esposito. "Yo no tengo porqué saber las respuestas, como tampoco Coppola, pero ¿no es genial que con su cine nos inspire una nueva forma de pensar?".
A Francis, como ha pedido al moderador de la rueda que se refieran a él, "ya que a los directores nos llaman por el nombre", le preocupa arrojar luz y esperanza sobre la actualidad, "porque vista la tendencia fascista mundial, me asusta que se repitan los horrores de la II Guerra Mundial".
Interpelado sobre si tiene pensado editar la película, como ya lo hiciera hasta en tres ocasiones con su clásico sobre la guerra del Vietnam, el octogenario creador ha asegurado: "Si hay forma de mejorar esta película, lo haré, pero sé que ya he terminado con ella, porque he empezado a trabajar en otro guion".