La vida de José Bergamín (Madrid, 1895-Fuenterrabía, 1983), que atraviesa la dictadura de Primo de Rivera, la Segunda República, la Guerra Civil, el exilio y la Transición, nos podría servir para explicar todo el siglo XX español, como ocurre con tantos otros literatos. Sin embargo, más complejo es encontrar parangón alguno para su heterodoxa obra.

Hombre libérrimo y contradictorio, íntimo de Juan Ramón Jiménez o Miguel de Unamuno, promotor de la Generación del 27, intentó adherirse a lo largo de su vida a posturas y creencias dispares como el catolicismo y el comunismo, lo que marcó su obra.

Cultivó el teatro, la novela, la poesía y el ensayo, todo sobradamente estudiado y conocido. Pero, ahora, la Filmoteca Española nos recuerda que Bergamín también hizo sus pinitos en el cine con Los ángeles exterminados.

La proyección este jueves en el Cine Doré de este filme de 1968, concebido y escrito por Bergamín, dirigido por el francés Michel Mitrani y protagonizado por Paco Rabal y Josep María Flotats, es todo un acontecimiento.

“En primer lugar, por ser un trabajo poco conocido de un pensador y escritor tan importante y reivindicable como Bergamín”, explica Isaac Tejedor, comisario del ciclo España y Guadaña, que acoge la proyección del filme. “Y, después, porque era una película prácticamente inaccesible”.

La obra, producida por la ORTF francesa, se proyectó en cines en el año de la muerte de Bergamín, en 1983, y después tuvo un recorrido televisivo tanto en Francia como en España, en RTVE, pero desde hace más de 20 años no se había vuelto a ver. “La restauración que han llevado a cabo la Filmoteca Española y el INA le va a dar una nueva vida”, asegura Tejedor.

Los ángeles exterminados es un filme inclasificable, en el que seguimos a una carreta de cómicos en sus andanzas por la Castilla de finales de los 60. Buena parte del metraje consiste en representaciones de obras de la literatura clásica española: El Lazarillo de Tormes, Numancia de Cervantes, Peribañez y el comendador de Ocaña de Lope de Vega, La Celestina de Fernando de Rojas, El estudiante de Salamanca de Espronceda…

Pero, por la película, desfilan también monumentos y lugares, como el Escorial o el monasterio de Guadalupe, los cuadros de Goya y el Guernica de Picasso, canciones populares, poemas…

Por otro lado, Bergamín y Mitrani, con vocación casi antropológica, pintan cuadros costumbristas de la España de los 60, con procesiones y pinballs, caminos rurales y extrarradios urbanos, con entrevistas a clérigos, militares, toreros…

“Es una película bastante particular, magnética y extraña, con algo muy actual y contemporáneo”, explica Tejedor. “Por momentos, se acerca al cine de las nuevas olas que surgieron en los 60 o 70, con ese potencial político, pero tiene también un carácter muy popular, no está hecha para intelectuales”.

Un viaje hacia la muerte

El viaje que propone Bergamín hacía la esencia del pueblo español choca una y otra vez con una cuestión nuclear en su obra: la relación de nuestra cultura con la muerte.

Los ángeles exterminados ofrece un recorrido por las imágenes posibles de la muerte que han surgido de cada movimiento cultural o corriente política que, en distintos contextos, han tenido lugar en nuestro territorio a lo largo de la historia, siendo a veces muy contradictorias”, asegura Tejedor.

Hay momentos estéticamente fascinantes en Los ángeles exterminados de Bergamín (cuyo título juega con El ángel exterminador de su amigo Buñuel). Destaca la representación de El estudiante de Salamanca, en la que un Don Félix interpretado por Paco Rabal se casa con la muerte y desciende a un inframundo representado por los túneles del metro.

Sin embargo, Tejedor prefiere hablar de su sentido político: “Es muy claro: la confrontación con la dictadura y el nacionalcatolicismo. Donde más destaca la idea revolucionaria, antifascista y anarquista de Bergamín es al final, cuando el nacimiento de un niño nos viene a decir que puede haber luz al final del túnel del franquismo”.

Con la película también regresa la bergaminiana idea de la contraposición de un arte analfabeto, relacionado con los poetas y los niños, que se mueve y que no se estanca, frente a la cultura dominante del arte despótico de la letra.

“Todo archivo cerrado es un cementerio y las películas necesitan ser invocadas, proyectadas, para ver qué nos apela en el presente, que es aquella fuerza que las mueve y las retorna a nosotros”, apunta Tejedor.