Uno de los momentos más absurdos, y tristes, del cine de los últimos años es el sopapo que le metió Will Smith en plena gala de los Oscar a Chris Rock un 8 de abril de 2022. Actor icónico del cine comercial y la industria del entretenimiento de Estados Unidos, ya tuvo mérito por parte de Smith arruinar por completo la noche en la que ganó su primer Oscar, por el drama deportivo El método Williams y su momento de gloria se convirtió en su perdición. Está vetado en la ceremonia hasta 2032 y él mismo va pidiendo disculpas por la vida.

Actor prolífico, prueba de las malas consecuencias para su muy exitosa trayectoria es que desde entonces solo ha estrenado una película en plataformas, Hacia la libertad, un drama notable sobre la época de la esclavitud en el siglo XIX en el sur de Estados Unidos.

Decía San Ignacio aquello de que en "tiempos de tribulación, no hacer mudanza" y parece lógico que para su sonado regreso a los cines Smith prefiera jugar en terreno conocido. Bad Boys: Ride or Die (algo así como "cabalga o muere") supone un regreso controlado ya que lo hace con una franquicia (es la cuarta película) que desde sus inicios en un ya lejano 1995 cuando tanto él como su inseparable Martin Lawrence eran mucho más jóvenes, claro, le ha reportado pingües beneficios como intérprete, pero también como productor.

La penúltima de la saga, titulada Bad Boys for Life, estrenada en 2020, diecisiete años después que la secuela y dos meses antes de la pandemia cuando la debacle parecía imposible, recaudó nada menos que 6,4 millones de euros en nuestro país demostrando que a pesar de que había pasado mucho tiempo el público seguía interesado en las peripecias de estos policías de Miami en pie de guerra contra los narcotraficantes que convulsionan la ciudad, puente entre Estados Unidos y Latinoamérica.

Corrupción en Miami

Se trata, por una parte, de explotar la química, que existe, entre Smith y Lawrence, el segundo más "payaso" (está todo el rato como de coñeta) que el primero en una eterna reedición de la "buddy movie", centrada en el compañerismo y amistad entre dos hombres, con frecuencia policías como en la también célebre saga de Arma letal. En Ride or Die, los diálogos son ágiles, tienen chispa y de vez en cuando vas y te ríes.

Por otra parte, se trata de sacar partido a la propia ciudad de Miami, con su mezcla entre rascacielos, océano, playa, marismas y caimanes así como del atractivo que indiscutiblemente genera el mundo del narco. Un modelo en Miami fijado por la película Scarface (Brian de Palma, 1983), que es un referente generacional muy importante para los jóvenes raperos y músicos urbanos como dejan claro en sus letras con las continuas referencias a su excesivo protagonista, el Tony Montana de Al Pacino. Aquí, el retrato es más bien somero y se echa en falta un poco más de creatividad.

El centro de la trama, todo un clásico en las sagas de defensores de la ley, a James Bond le pasa en varias películas, es que Smith y Lawrence, que como policías y seres humanos son más buenos que el pan, se convierten a ojos del mundo y la propia policía en los "malos" por una argucia de los verdaderos villanos, que la lían. Dispuestos a salvar el mundo de las drogas y los tipos con bata que manejan el cotarro en áticos con vistas mientras les acaricia una novia veinte años más joven, como siempre, pero también su honor, la pareja deberá situarse al otro lado de la ley para poner orden. 

Que no pare la fiesta

No he visto, jamás, una película en la que pasen tantas cosas como en Ride or Die. Momentos dramáticos que en una película de autor llevarían quince minutos, aquí se despachan en dos. Como si los directores, los belgas de origen marroquí Adil el Arbi y Bilall Falah se conjuraran contra que los espectadores se entretengan mirando el móvil, cosa que supone un serio riesgo porque en dos segundos es posible que en Bad Boys ya este pasando algo tremendo que lo cambia todo.

Si Lawrence y Smith son la cara amable de la lucha contra la droga, y del propio imperio americano, al que representan con profusión de simbología patriotera, crucifijos y exaltación de los valores familiares, Ride or Die es una "película-cocaína" que como genera el efecto de ella misma, está siempre "arriba". No se trata solo de las escenas de acción, bien planteadas, orquestadas e indiscutiblemente divetidas, también del aspecto dramático. Smith se acaba de casar, poniendo fin a una eterna soltería, ama a su mujer, que por supuestos será secuestrada, y por ahí anda también un hijo perdido que ya salía en la anterior película que está en la cárcel porque se hizo malo y se metió en un cártel pero en realidad tiene buen corazón.



Al final, todo cuadra. Pasan dos horas y es como si salieras de una de esas atracciones de parque de atracciones que te dejan mareado pero te lo has pasado bien por el camino. Como la propia cocaína, Bad Boys: Ride or Die es adictiva pero también agotadora. Lo que no está claro es si Smith podrá tanto contra su propia caída reputacional, de la que sin duda se acabará recuperando porque los héroes caídos y rehabilitados también tienen su épica, como de la crisis de las propias salas de cine, que llevan varios meses de sequía.