Hay dos tipos de actores, las estrellas y los camaleones. No es que unos sean mejores que otros, no todo el mundo vale para estrella. James Dean, Tom Cruise, Marilyn Monroe o Angelina Jolie son grandes estrellas. Suelen hacer variaciones de un mismo personaje y su valor se basa en el carisma, uno no puede dejar de mirarlos.
Luego están los camaleones como Donald Sutherland, tipos que eran capaces de hacer de fascista en la maravillosa Novecento (1976) de Bertolucci, una película que electrizó a la izquierda europea, o de un padre próspero pero hipócrita en Gente corriente (1980), un drama de Robert Redford sobre una “familia americana perfecta” que se destruye cuando muere uno de los hijos.
Fue un icono de ese “nuevo Hollywood” que arranca a finales de los 60, muy marcado por mayo del 68, Woodstock, la contracultura y los hippies. Un Hollywood irrepetible que se alzó por los derechos de los afroamericanos y luchó contra la guerra de Vietnam.
En esa batalla antibelicista se involucró a fondo Sutherland con su novia de entonces, Jane Fonda, a la que conoció rodando Klute (Alan J. Pakula, 1971), un thriller sobre un policía que persigue a un asesino en serie que mata prostitutas, y que se enamora de una.
Fue un tiempo memorable del cine americano, de películas adultas, con personajes poco heroicos pero mucho más cercanos, que contrasta de manera notoria con el actual. Una época dorada que termina de manera abrupta con Spielberg y el apogeo del blockbuster, en la que los rebeldes tomaron el poder con películas de marcado contenido político y descaradamente izquierdistas.
Llamó por primera vez la atención en Doce del patíbulo (1967), de Robert Aldrich, en la que unos peligrosos delincuentes se convierten en los héroes al atacar una fortaleza nazi. Y su gran golpe llegó con M.A.S.H. (Robert Altman, 1970), donde interpreta a un médico pacifista en la guerra de Corea del año 1951 que se niega a llevar armas, bebe como un cosaco y mantiene una relación sarcástica con lo que llama “los fanáticos del ejército”. Personaje irónico, rebelde y deslenguado, es un icono de la cultura de Estados Unidos porque después se hizo una serie larguísima en la que Alan Alda le daba vida.
En Los violentos de Kelly (Brian G. Hutton, 1970), junto a Clint Eastwood, Sutherland dio vida a un comandante de tanques hippie que se mete a atracador durante la II Guerra Mundial.
Son películas bélicas, pero antimilitaristas, muy divertidas, que se burlan a veces de manera descarada del patriotismo y todo aquello que lleva a los hombres a matarse los unos a los otros.
De Dumbo a Casanova
El físico marca la carrera de un actor. Desgarbado, los ojos saltones, el cabello rubio lacio y la mandíbula prieta, caso aparte merecen sus orejas. En el colegio le llamaban 'Dumbo'.
Sutherland dijo en un programa especial de la CNN realizado hace siete años sobre su figura: “Cuando era pequeño le pregunté a mi madre si era feo. Le costó mucho tiempo responder y finalmente me dijo que 'tenía carácter'. 75 años después, me sigue angustiando. Para colmo me he dedicado al cine y nunca ha sido fácil ser un hombre feo en este negocio”.
Además de que le llamaran Dumbo, no tuvo una infancia fácil: enfermó de polio y estuvo un año entero sin ir al colegio. Nació en la Canadá sajona en una familia de clase media-alta. Su padre dirigía la compañía de gas local y Donald estudió ingeniería para contentarlo.
De origen inglés y alemán, a pesar de su fealdad, siempre tuvo una cierta apostura aristocrática, como de jefe, cosa que se puede ver en una de sus mejores películas, JFK (1991), de Oliver Stone, en la que interpreta a un coronel del ejército crítico con Estados Unidos que apoya la investigación del aguerrido fiscal (Kevin Costner).
Sutherland dijo en ese programa especial de la CNN que cuando comenzó a hacer castings nadie sabía muy bien cómo encuadrarlo. “Se suponía que como actor yo podía hacer de ese tipo común 'que vive en la puerta de al lado'. En uno de mis primeros castings el productor me dijo que lo había hecho maravillosamente bien, pero no iban a cogerme porque no daba la impresión de haber vivido jamás al lado de la puerta de nadie. Así ha sido toda mi vida. Así ha sido siempre”.
Sin embargo, si Dumbo logró acabar siendo un héroe, Sutherland consiguió lo que su propia madre nunca hubiera profetizado, que interpretara al mismísimo Casanova (1976) en la barroca y melancólica película que Fellini hizo sobre el mito de la seducción femenina en su madurez.
Casado dos veces, con cinco hijos, uno de ellos el también actor Kiefer, la vida le dio a Sutherland una renovada popularidad, quizá insospechada, como el carismático Coriolanus Snow en la franquicia de Los juegos del hambre, muy popular entre los jóvenes.
Como “presidente” de ese mundo distópico y tiránico, Sutherland no sale mucho pero sus apariciones son fundamentales, ya que es el que más manda. Es la ventaja de los feos pero listos, la vejez les da dignidad y se convierten en viejos carismáticos.