Scarlett Johansson tiene el carisma, la belleza y la sofisticación de las legendarias estrellas de Hollywood. Un carisma que explota a fondo en Fly me to the Moon, comedia romántica de la “vieja escuela”, que también produce.
La película es romántica, divertida y acaba funcionando sobre todo gracias a la actriz, que está sensacional interpretando a una publicista despiadada para la que no hay nada en el mundo que no pueda convertirse en una mercancía.
Ambientada en 1969, la película mezcla hechos históricos reales (la llegada del ser humano a la Luna) con la vieja “conspiranoia” de que los astronautas nunca salieron de un plató en el que les rodó Stanley Kubrick.
Una “fake new” antes de las “fake news” que propagaron con ansia los soviéticos, molestos porque, después de años de llevarles la delantera, la NASA les había ganado la partida con un show insuperable, televisado en directo para toda la humanidad.
En ese contexto, que todo saliera bien para el gobierno americano era mucho más que ver cumplido un sueño, era una parte fundamental en su guerra fría con los comunistas.
Y aquí surge la miga de la película. ¿Dónde empieza el hallazgo científico y tecnológico y dónde la mera propaganda? ¿Tiene alguna importancia que fueran o no fueran a la Luna con tal de que la gente lo creyera?
Miles de personas siguen haciendo el Camino de Santiago y todo el mundo sabe desde hace siglos que es racionalmente imposible que sea el cuerpo del apóstol el que veneran.
En tiempos en que los articulistas llenan sus textos de la palabra “narrativa” y cunden las noticias falsas por internet, con millones de personas que desconfían de manera sistemática de la información “oficial”, Johansson se luce dando vida a una publicista de Nueva York.
Para el personaje, la tragedia del Apolo 1, en cuyo despegue murieron tres astronautas, no es una tragedia humana, si no “una historia inspiradora de patriotismo”. ¿Todo se puede vender?
La sombra de los maestros
La comedia romántica fue uno de los géneros en los que brilló con más fulgor el Hollywood clásico de los años 30, 40 y 50.
Una serie de directores, muchos de origen europeo, exiliados en Estados Unidos por culpa del fascismo, dirigieron películas maravillosas, claras herederas del teatro victoriano inglés y centroeuropeo, ambientadas en escenarios de la clase alta, con damas sofisticadas y aguerridas que ejercían el papel “fuerte” en la relación.
Mujeres como la revoltosa y rebelde Katherine Hepburn en La fiera de mi niña (Howard Hawks, 1938), gran reina del género, o Greta Garbo en Ninotchka (Ernest Lubistch, 1939), esa comunista glacial que acaba rendida a los pies de un decadente aristócrata en un París de ensueño. Y Claudette Colbert triunfó con Pasó una noche (Frank Capra, 1934), dando vida a una millonaria caprichosa que tiene que bajar al fango.
El carisma de las estrellas era importante, pero también unos diálogos vivaces, ingeniosos, en los que la ancestral “guerra de sexos” se convertía en un duelo dialéctico por ver quién soltaba la mejor chanza. En Fly me to the Moon se pone tras la cámara Greg Berlanti, conocido por la tierna Con amor, Simon (2018), imbuido del espíritu de Hawks, Lubitsch y también Wilder o Leo McCarey.
Y mucho hay de eso en esta Fly me to the Moon, en la que vemos lo que sucede cuando Johansson es contratada por la mismísima Casa Blanca para que se instale en Cabo Cañaveral, Florida, donde la NASA prepara el asalto a la Luna com un equipo de científicos veinteañeros.
Por una parte, la publicista que se sabe todos los trucos y para la que todo puede convertirse en una historia que vender a los medios. No solo eso, para mejorar las arcas de la agencia espacial, también hade caja con la imagen de los astronautas en las cajas de cereales o los utiliza como modelos para vender relojes. La cosa se complica cuando la Casa Blanca quiere que grabe en un plató con actores la llegada a la luna y se retransmita la ficción para asegurarse el tiro.
El que no está contento con tanto alboroto es el sensato y recto Cole Davis (Channing Tatum), un rudo ex piloto de guerra e ingeniero aeroespacial, jefe de lanzamientos, veterano de Corea.
Luchador incansable por conseguir que el cohete llegue a la Luna y que nadie se mate por el camino, los trucos publicitarios de Johansson, que llega a utilizar dobles con actores para interpretarlos, le sacan de quicio.
Con un extraño aspecto como de muñeco de cera, Tatum está “raro”. Su personaje, de un patriotismo, sacrificio y pureza moral inalcanzable, resulta, además, tan bueno que acaba dando un poco de grima.
Un sueño común
La película no solo establece un paralelismo con la realidad actual al plantear el conflicto entre realidad y simulación, o el triunfo de la dichosa “narrativa” por encima de la austera verdad, también pretende lanzar un mensaje de esperanza en tiempos convulsos.
Alternando imágenes de archivo de la guerra de Vietnam, que se libraba por entonces socavando la imagen internacional de Estados Unidos, plantea la forma en que la llegada del ser humano a la Luna tuvo un efecto catártico y sanador en tiempos turbulentos.