A lo largo de la historia del cine la época veraniega se ha ido convirtiendo por méritos propios y recurrentes en un genero en si mismo. Así lo certifican multitud de películas que giran en torno a esta época tan especial.
Desde clásicos de toda la vida como El nadador (Frank Perry, Sydney Pollack, 1968), Un verano con Mónica (Ingmar Bergman, 1953) o Cuenta conmigo (Rob Reiner, 1986) hasta muestras mas recientes como Call Me By Your Name (Luca Guadagnino, 2017) o La isla de Bergman (Mia Hansen-Love, 2021), las sirven de perfecto escenario para nuevas experiencias fuera de la rutina así como para ver florecer los amores más fugaces y memorables.
En definitiva, un estado de ánimo muy especial que queda pertinentemente reflejado en esta selección que hemos preparado de las películas veraniegas más interesantes de los últimos años.
Adventureland (2009), de Greg Mottola
Un joven con planes de futuro se tiene que quedar todo el verano trabajando en un parque de atracciones de mala muerte para poder pagarse la universidad. Lo que descubrirá allí es, en pocas palabras, la complejidad agridulce de la vida adulta.
La música de las bandas Sigue Sigue Sputnik y Big Star colorea nostálgicamente los escenarios de fondo, mientras que las canciones de la Velvet Underground subrayan magníficamente (y también de manera agridulce) los altibajos emocionales entre los personajes que interpretan fantásticamente Jesse Eisenberg y Kristen Stewart.
Un filme que fue poco apreciado en su momento por ser considerado erróneamente como un coming of age más, pero que en manos de Greg Mottola transmite una energía especial y diferente, llegando a convertirse con el tiempo en una gran comedia de culto.
Y es que quedarse trabajando en un sitio tan particular junto a la chica que te gusta, puede convertirse en uno de los mejores veranos de tu vida.
Aftersun (2022), de Charlotte Wells
Lo que podría ser otra película más, en clave melancólica, sobre el recuerdo nostálgico del verano se convierte, por obra y gracia de la directora escocesa Charlotte Wells, en una pequeña pieza de cámara que contiene varias capas emocionales a descifrar.
Aftersun supone uno de los debuts cinematográficos más conseguidos de los últimos años debido a su valentía y audacia a la hora de retratar las relaciones paternofiliales y la memoria de una manera tan bella y triste como la vida real.
Un filme contemplativo con un ritmo y una estética austera que destila una madurez y una seguridad poco habitual. Y todo con el objetivo claro de ir dibujando poco a poco, (por medio de recuerdos y cintas de video) y de manera sucinta uno de los mejores retratos sobre la depresión adulta filmados recientemente.
La opacidad que rodea a ese padre cordial y enigmático interpretado con sorprendente delicadeza por Paul Mescal y la luminosa naturalidad de Francesca Corio crean momentos de una química aplastante que pueden perdurar en la cabeza del espectador incluso un buen rato después de haber visto esta película.
Especialmente con esa parte final tan enigmática y sobrecogedora donde el Under Pressure y las voces de Freddy Mercury y David Bowie cobran un nuevo significado pareciendo proceder de otra extraña dimensión.
Moonrise Kingdom (2012), de Wes Anderson
El campamento veraniego también es un must que nunca debe faltar en una buena niñez y, por qué no, también sobre una pantalla de cine. Por medio de su habitual propuesta ultra-estilística, el cineasta Wes Anderson nos habla de los misterios del primer amor en clave peterpaniana, en uno de los trabajos más icónicos y logrados de toda su filmografía.
Y es que ya desde su deslumbrante y silencioso comienzo, prácticamente sin dialogo alguno, el espectador asiste a un festival colorista, cómico y enternecedor (¿hay alguien que pueda resistirse al baile deliciosamente nerd de los protagonistas en la escena de la playa?) donde los personajes habitualmente inmaduros que pueblan sus películas, y que se comportan como niños, son al fin auténticos niños.
Un filme inteligente y emotivo perfecto para revisar en esta época del año y que acaba resultando ser un placer para la vista y los oídos, mientras Anderson nos recuerda, con su habitual magia visual, cómo seguir manteniendo vivo al niño que todos llevamos dentro.
Verano 1993 (2017), de Carla Simón
Verano 1993 recorre la experiencia de una niña de seis años que, de repente, se enfrenta al trabajo de entender y poner orden en algo de lo que nadie quiere ni puede hablar: la muerte de su madre.
Un verano que le servirá a la pequeña Frida como inevitable período de adaptación mientras la cámara se limita a seguir las dudas de una niña que, de repente, se ve fuera de su sitio. Lejos de la ciudad, sin madre y rodeada de gallinas en el campo con su tía.
La estrategia de su directora Carla Simón consiste en respirar al mismo ritmo que cada uno de los descubrimientos, a veces tiernos, a veces crueles, nunca cursis, de la protagonista. A partir de ellos el espectador tendrá que reconstruir la propia película desde el desconcierto, la rabia, el asombro y finalmente el llanto de Frida.
Laia Artigas está sencilla y naturalmente increíble y, de manera inconsciente, toma el testigo de Ana Torrent en El espíritu de la colmena, creando un clásico instantáneo que, sin duda, ya se ha convertido en una de las óperas primas más bellas, precisas y memorables de nuestro cine reciente.
La isla del tesoro (2018), de Guillaume Brac
En Cergy-Pontoise, dentro de una isla de la reserva natural Vexin, está situado una especie de balneario y parque acuático al que cada día de verano concurren miles de parisinos para darse un buen chapuzón.
Lo que sencillamente hace su director Guillaume Brac en esta docuficción es seguir las historias de niños, adolescentes, jóvenes y adultos en ese ámbito lleno de travesuras, desafíos, seducciones, anécdotas o simples momentos de esparcimiento y relax, consiguiendo un efecto inmersivo realmente notable.
Si bien podríamos encasillar a La isla del tesoro como un documental (incluso hay alguna parte detallada del metraje que sería digna de Frederick Wiseman), hay varios pasajes donde aparece lo ficcional con situaciones ligeramente guionizadas, pero que jamás pierden su naturalidad.
Las imágenes resultan tremendamente bellas sin caer en la ostentación ni la artificialidad y las pequeñas ‘viñetas de vida’ de los persoanjes adquieren un carácter especialmente entrañable. El resultado es un mosaico social y multirracial inspirado desde el título en las aventuras de Robert Louis Stevenson, pero también recorrido por el espíritu naturalista de Eric Rohmer, y con esa gracia y fluidez que constituyen el sello personal del director.
Luca (2021), de Enrico Casarosa
La vida de las pequeñas ciudades italianas costeras de los años 50 puede servir de fondo perfecto para recordar el mejor verano de nuestras vidas. Y eso es lo que hace exactamente esta pequeña historia luminosa y ágil, rebosante de brisa marina, de aventuras en Scooter y espaguetis al pesto con su eminente sabor Mediterráneo, mientras apuntala unas necesarias lecciones sobre la amistad y la aceptación.
Su director Casarosa se las arregla, a través de un encanto cinematográfico irresistiblemente refrescante y divertido, para no renunciar al legado e historia de la firma en la que trabaja encontrando su sitio en una delicia de homenaje a los
veranos de la infancia.
Un irresistible ‘capricho italiano’ repleto de canciones yeyé que entona un colorido himno a la tolerancia y que, a su vez, es lo más cerca que ha estado Pixar de capturar el espíritu tan particular de las películas del Studio Ghibli.
Todos queremos algo (2016), de Richard Linklater
El final del verano y posterior comienzo del curso suele ser habitualmente un momento difícil cuando eres joven. Un evento con su punto triste y melancólico, pero que en manos de Richard Linklater puede convertirse en una experiencia radicalmente distinta.
La desbordante naturalidad que desprenden algunos de los mejores títulos de su filmografía, como la trilogía romántica de Jesse y Celine o su experimento con el paso del tiempo realizado en Boyhood, también inunda esta extraordinaria Todos queremos algo.
Y es que Linklater parece poseer un particular secreto cinematográfico a la hora de revelar el paso del tiempo, así como un sorprendente talento para extraer momentos mágicos de la memoria y de lo cotidiano.
Una cualidad que ya quedaba constatada desde su primer filme, Movida del 76 (que funciona casi a modo de precuela espiritual de ésta), y conectándonos directamente con la diversión que él mismo experimentó en la universidad de Texas en esa etapa de su vida.
A través de sus jóvenes protagonistas Linklater nos transporta de manera fulminante, con su habitual autenticidad, como si realmente estuviésemos en una película de 1980, obsequiándonos con su particular carta de amor a la música, a los flechazos instantáneos, a los futbolines, a los pinballs y a las fiestas interminables que nunca ceden ante la primera luz de la mañana.
El final del verano no tiene por qué ser tan triste como la canción del Dúo Dinámico ni mucho menos, sino que puede significar el comienzo de una nueva y excitante vida universitaria a la que todos estaríamos encantados de regresar en esas condiciones tan irresistibles.