Liv Ullmann (Tokio, Japón, 1938) adora los primeros planos. De modo que Ingmar Bergman, obcecado en indagar en sus películas en la naturaleza humana, encontró en la actriz, cineasta, dramaturga y escritora la horma de su zapato, capaz de sostener la mirada y desnudarse en toda su vulnerabilidad frente al objetivo durante minutos que a otros intérpretes se le harían eternos.

"La cámara se acerca a ti del mismo modo que una persona que te ama. Como actriz, siento que me ve y yo le permito que me atraviese para mostrarme tal y como soy", describía este mediodía en el Atlántida Mallorca Film Fest, donde ha brindado a la audiencia lo más parecido a un primer plano en una conversación autoparódica, honesta y generosa en el detalle íntimo.

Desde la despedida en el lecho de muerte de su director fetiche con idénticas palabras a las de su personaje en Saraband (2003), "He venido, porque me has llamado"; a su persecución a una espantada Greta Garbo por las calles de Nueva York, con la que solo quería compartir la alegría de estar interpretando en el teatro un papel que la leyenda sueca del cine había afrontado antes, el de Anne Christie; y la experiencia en su 80 cumpleaños en una isla de leprosos en Japón con supervivientes nacidos en torno al mismo año que ella, que le enseñaron a valorar la vida.

Pregunta. La huelga sindical de actores en Estados Unidos, cuyas directrices prohibían cualquier tipo de entrevista o aparición pública, le impidió estar aquí el año pasado. ¿Está contenta con el acuerdo alcanzado?

Respuesta. Estoy contenta, porque nos cuadramos frente a la inteligencia artificial, contra su uso cada vez más extendido y sus efectos en el alma y en la mente. Me alegra que nos plantáramos por las consecuencias que esta acción conjunta tendrá en las generaciones venideras. A alguien de 85 años como yo, le abruma, en general, todo lo artificial. Es algo que también experimentó en el día a día. Estoy muy agradecida por alojarme en Mallorca en un hotel donde hay manivelas en las puertas y un teléfono que descuelgo y al marcar el nueve soy atendida por una voz humana.

P. Con motivo de aquel premio, Filmin estrenó el año pasado la serie documental El camino menos transitado, donde la palabra más repetida es la de musa. ¿Le pesa ese

reduccionismo?

R. Para Bergman y para mí, ser su musa, en último término, era ser capaz de acceder a su alma y leerla. Él necesitaba de alguien que pudiera transmitir sus pensamientos existenciales. Durante todas las etapas de mi vida, la humanitaria también, ha habido hombres que me han pedido que hiciera, viajara, afrontara cosas. Hacía lo que ellos no podían. No me siento mal por ello, porque me siento muy fuerte y mis experiencias responden a cómo es el mundo.

»Mira lo que está pasando en este momento en Estados Unidos: la mujer de Biden debería tomarle de la mano y decirle «ya basta», porque él no es capaz de dar el paso para retirarse. Eso le hubiera dado a ella la relevancia que merece. Quizás las mujeres somos más fuertes y sabemos cómo afrontar las situaciones.

P. ¿No le desagrada entonces el término Stradivarius referido a su persona?

R. No pienso en ello como un menoscabo, porque un Stradivarius es un instrumento que procura una música exquisita. Es muy importante para quien lo toca. Rodé 11 películas con Bergman. No hizo ninguna sin mí, excepto Fanny y Alexander (1982) -a la que me negué porque no quería saber nada más de dramas-, y cuando no podía rodar más me cedió dos guiones para que los dirigiera yo. Vivimos en un mundo donde todos los dictadores, todos los Trump del mundo, son hombres. Mientras sea así, no hay vergüenza en ser un Stradivarius.

Nunca más, James Bronson

P. Respecto a su rechazo temporal de papeles dramáticos, en Estados Unidos rodó el musical Horizontes perdidos (Charles Jarrott, 1973) y una película de acción junto a James Bronson, Sudor frío (1979). ¿Por qué no siguió explorando otros géneros?

R. Porque no eran lo mío. Nunca hubiera trabajado con James Bronson otra vez. Pero no fui la única, James Manson, un actor británico, exquisito, que nada tiene que ver conmigo, decía que en su vida, por nada del mundo, hubiera vuelto a trabajar con Bronson, y que pensaba morirse más tarde que él, para verlo muerto.

»En cuanto al musical, no sabía cantar ni bailar, pero repetí en 1979 en la obra I Remember Mama porque James Rodgers la había escrito para mí e iba a trabajar en Broadway. Rodgers y su mujer me tomaban la mano cada noche para darme las gracias y eso no está pagado.

P. Durante sus incursiones en la dirección, hubo directores de fotografía y productores que desautorizaron su visión creativa y tomaron decisiones a sus espaldas. ¿Cree que es algo que de suceder hoy volvería a repetirse?

R. Es mi responsabilidad, porque no supe pedir que me respetaran. Es algo con lo que he luchado toda mi vida y todavía estoy trabajando: decir que no, porque siempre he temido hacer daños a la otra persona.

P. Bergman decía que nunca podría trabajar con un actor de método, alguien que fuera impuntual o que no se supiera sus líneas. ¿Qué hay de usted?

R. Como directora no he trabajado con actores de método. Me gusta hacerlo con intérpretes que conocen su oficio, como Cate Blanchett (a la que dirigió en 2003 en un montaje en Nueva York de Un tranvía llamado deseo). Como actriz tan solo lo hice una vez, en la representación de Casa de muñecas, en Broadway, y fue raro. Te voy a dar un ejemplo de cómo encaro yo mis papeles.

P. Por favor.

R. Hay una secuencia en Pasión (1969) donde Ingmar me dijo que yo tenía que interpretarla con la convicción de que era una asesina, porque había matado a mi marido y a mi hijo en un accidente de coche. Yo le repliqué que no y él confió en mi criterio, pero me pidió que al describirle al personaje de Max von Sydow lo sucedido, me tomara una pausa. Me recliné, me di un tiempo, y la ira empezó a poseerme, pero no me convertí en otra persona, era yo misma que me había parado a dejar que la emoción fuera creciendo en mí.

P. ¿Le dolió la lectura del libro Los inquietos (Gatopardo Ediciones, 2021) donde su hija con Bergman, Linn Ullmann, pormenoriza reproches contra usted?

R. Cuando leí el libro me resultó duro. Hablé con ella y le dije que nuestros recuerdos diferían. Cuando nos mudamos a Estados Unidos, fue ella la que eligió el instituto. Durante los rodajes compartió muy buenos momentos con los niños que hacían de mis hijos. Por aquel entonces, quería ser bailarina, y estuvo bailando con Mijaíl Barýshnikov, que era amigo mío.

»Recientemente ha publicado otro libro biográfico, Chica, 1983 (Gatopardo Ediciones, 2022), donde echa la vista atrás y retoma algunos de esos momentos y los encara con otro talante. Ayer, con el apagón informático que afectó a vuelos en todo el mundo, Linn estuvo intentando localizarme, preocupada. Me mandó un mail, diciéndome: "Mamá, espero que estés bien y que no hayas subido al avión". Al aterrizar lo leí y le escribí de vuelta: "Con lo bonita que es Mallorca, tu carta me ha resultado todavía más hermosa".

Liv Ullman, en Mallorca. Foto: Atlántida Mallorca Film Fest

P. Tampoco deber haber sido fácil ser la hija de dos tótems del cine.

R. No solo eso. Mi mejor amiga ha tenido hijos varones y aunque lidia con problemas, sus conflictos han sido de otra naturaleza. Las relaciones entre madres e hijas son de una mayor complejidad, porque hay amor y también algo parecido a la lucha. Es más bien un deseo de autonomía, de desarrollar tu propia identidad y deshacerte de la sensación de ser la musa de tu propia madre.

La hora azul

P. Hace un tiempo comentó que planeaba escribir un tercer libro de memorias, tras Changing y Choices. Se iba a titular The Blue Hour. ¿Sigue en pie?

R. Qué hermoso que me pregunte sobre este libro. Da la casualidad de que hace dos o tres meses, limpiando los armarios en Noruega, porque ahora paso la mayor parte del tiempo en Boston con mi marido, me encontré con el manuscrito. No es un libro publicable, pero lo escribí en la recta final de mis 60 años y ahora estoy dialogando con mi yo de entonces. Estoy tomando fragmentos de aquellas reflexiones y sumándole conversaciones con la mujer octogenaria que soy.

P. ¿De qué conversa con su antiguo yo?

R. De las cosas en las que qué creo, de mis viajes al encuentro de personas que no tenían nada y de lo que me enseñaron. Al conjunto también le añadiré extractos de un diario de mi madre que mi sobrina me entregó hace semana y media. Lo encontró a la muerte de mi hermana. Recoge su ilusión y su angustia en Tokio cuando estaba embarazada de mí. Escribía que esperaba que su marido estuviera allí cuando se pusiera de parto.

»Mi madre murió hace 20 años, escribió aquello antes de su hora azul y ahora formará parte de mi hora azul, antes del fundido a negro, porque me habla de sus sensaciones estando embarazada, de mi hermana, que entonces tenía dos años, de sus temores, porque había guerra en Noruega. Gracias, eternidad, por entregarme su diario en este momento.