El celebre infinito “universo Marvel” (los iniciados lo llaman MCU) arranca en 2008 con el superéxito de Iron Man, en la que el director Jon Favreau y un Robert Downey Jr rescatado del infierno iniciaron una saga con películas cada vez más grandes y espectaculares. Y es que la célebre compañía de cómics y productora cinematográfica tiene más personajes que todas las novelas de Balzac juntas. 

Aunque, en realidad, el atracón de superhéroes comenzó a principios de siglo con la interminable saga de X-Men, que no ha podido formar parte del MCU hasta hace poco, ya que Disney se ha hecho con Fox, que tenía los derechos.

En Deadpool y Lobezno, que llega este jueves a las salas, se hacen muchos chistes a costa del asunto. De hecho, es una película en la que se habla mucho de conflictos corporativos y en la que hasta se hacen chistes sobre los fracasos de taquilla de la propia Marvel.

La compañía del ratón acumula ya la mayoría de los personajes de Marvel y puede dedicarse a seguir mezclándolos hasta el infinito. Sobre todo si Deadpool y Lobezno funciona y consigue desterrar la palabra crisis del dichoso MCU.

Casi veinticinco años después del primer X-Men (Brian Singer, 2000), y quince del primer Iron Man, la fórmula parece haber llegado a su propio agotamiento y por lo visto aquí, su vía de salida es la comedia pura y dura y la autoparodia.

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Franquicias en crisis

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En 2019 la fiebre Marvel pareció alcanzar su momento de máximo esplendor. Después de 22 películas, se dice rápido, culminaba la Fase 3 de su MCU con Vengadores: Endgame, que se convirtió en la primera película de la historia en alcanzar los mil millones de dólares en la taquilla mundial en su primer fin de semana.

Tras la gloria, llegó la pandemia y estos últimos tiempos no han sido muy propicios para los salvadores del mundo. Si Endgame marcó el momento de gloria, algunos vieron en The Marvels, lanzada a finales del año pasado, el canto del cisne de la época de esplendor. “Solo” recaudó 200 millones de dólares en todo el mundo, además de cosechar críticas terribles.

A sumar los fracasos recientes de otros superhéroes, como Ant-Man y la Avispa: Quantumanía (Peyton Reed, 2023) o The Flash (Andy Muschietti,2023), han saltado las alarmas. ¿Han muerto los superhéroes? Muertos no están, pero digamos que han pasado definitivamente “la edad de la inocencia”.

Saltos temporales

Las dos primeras películas de Deadpool (lanzadas en 2016 y 2018 con enorme éxito de taquilla) planteaban un superhéroe “distinto”, políticamente incorrecto, bocazas, medio punk y con rasgos de inestabilidad mental.

Con una violencia más extrema, casi gore, pero muy teatralizada, y un personaje que rompía la cuarta pared y reflexionaba sobre la propia ficción que protagonizaba, supusieron un soplo de aire fresco al mundo superheroico. Por su parte, Lobezno es el Batman de Marvel, el personaje perpetuamente torturado con dificultades para gestionar de manera adecuada sus superpoderes.

Por lo visto, según la propia Marvel, ahora estamos en la era del “multiverso”. Lo vimos en la notable Spider-Man: No Way Home (2021) y la mareante Doctor Strange en el multiverso de la locura (2022). No es que haya que tener estudios de física cuántica o un doctorado en Harvard para seguir estas películas, pero para un espectador no demasiado fiel a la saga es un lío. Eso sí, se suceden los cameos de otros personajes, mientras los fans celebran estas apariciones estelares como si fueran goles de la selección.

No tengo muy claro cómo describir la trama de la película. Viajando entre universos, Deadpool busca “resucitar” a Lobezno para que sea su compañero de aventuras y le ayude a luchar contra los malos. Como no lo consigue, se ha retirado de superhéroe y malvive en Nueva York como vendedor de coches de segunda mano, compartiendo piso con una afroamericana cocainómana y ciega.

Cuando es acosado por haber quebrado “las líneas del tiempo”, debe enfrentarse a Paradox (David Matthew Macfayden), una especie de autoridad que se dedica al gobierno de los superhéroes y mutantes y que tiene planes diabólicos para hacerse con el control de todo. Algo así.

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Finalmente, claro, Deadpool encuentra a Lobezno, se hacen “amigos/enemigos” y se van a luchar a un planeta inhóspito al que van a parar los superhéroes caídos en desgracia. Como dice el propio Deadpool, “se parece mucho a Mad Max y aún nos harán pagar derechos”.

Buddy movie

Lo más sorprendente a primera vista es la cantidad de chistes sobre cocaína que se llegan a hacer en toda la película. El propio Deadpool en un momento dado se lamenta de que “Disney nos haya prohibido meternos rayas en pantalla”. Sumen a eso chistes sobre sexo anal, una cierta ambigüedad en la sexualidad del propio Deadpool, que Lobezno se pasa toda la película bebiendo whisky...

Dirigida por Shawn Levy, conocido por la saga Noche del museo con Ben Stiller, Deadpool y Lobezno es una especia de mezcla de buddy movie y road movie sobre dos tipos jodidos, pero condenados a entenderse.

Deadpool es el sentimental y Lobezno, el borde. La química entre Reynolds y Jackman funciona y la larga secuencia final, con el Like a prayer de Madonna sonando a todo trapo, deja buen sabor de boca. No sé si Deadpool y Lobezno devolverá a Marvel al olimpo de las taquillas milmillonarias, pero es indiscutiblemente graciosa.