Bután es un país pequeño situado en la cordillera del Himalaya rodeado de dos gigantes como China y la India. Con una población de apenas 780 mil personas, por lo que vimos hace no mucho en la preciosa Lunana, un yak en la escuela (2019), y volvemos a ver en El monje y el rifle es un pueblo religioso (budista), más bien pacífico y muy apegado a sus milenarias tradiciones.

Ambas películas están dirigidas por el indio Pawo Choyning Dorji y tienen un tono similar, digamos amable, en su retrato de un país en tránsito desde una sociedad rural tradicional a la vida moderna, que como decía Blur en su famoso disco del 93 ya se sabe que es “rubbish”, o sea, un asco.

En Lunana Dorji nos contaba la odisea de una joven urbanita de la capital que no tiene más remedio que dar clase a los niños de un pueblo perdido en las montañas. Como en las mejores fábulas, veíamos cómo, claro, el chaval de ciudad acaba descubriendo la belleza de lo rural y la paciencia. A pesar de que pueda parecer tópico, la película es conmovedora y rezuma una sensible humanidad.

Las mismas virtudes de El monje y el rifle aunque aquí el director se acerca más a la farsa. La trama se ambienta en 2008, cuando el propio rey del país decidió abdicar de su poder absoluto para convocar las primeras elecciones democráticas.

Como los butaneses no sabían lo que era una democracia, poco antes de su celebración oficial hubo un simulacro para que cuando llegara el día de la verdad los campesinos tuvieran al menos una cierta práctica en lo de meter una papeleta en una urna.

Berlanga en el Himalaya

Vemos ese trascendental momento de “emancipación nacional” ubicado en una pequeña aldea en la que todos acabarán votando lo mismo y donde muchos no entienden por qué cambiar porque ya están contentos con el rey.

Es un extraño caso de democracia impuesta por el propio poder en el que es el pueblo el que se opone a sus libertades. Casi recuerdan a esos madrileños amotinados en 1808 contra Napoleón en el Palacio Real que gritaban aquello de “¡viva las cadenas!”.

En este mundo que vive una revolución, aparecen un traficante de armas de Estados Unidos (Harry Einhorn) obsesionado con comprar un fusil de la guerra civil americana que guarda un anciano del pueblo sin darle mucho valor.

Fotograma de 'El monje y el rifle'.

En una escena que para la mentalidad capitalista y materialista en la que vivimos es surrealista, el viejo y el yanqui se enzarzan en una discusión porque el primero no entiende por qué le ofrece tanto dinero ni está dispuesto a aceptarlo.

La cosa se lía, claro. Por en medio aparece un monje lama que no se sabe bien por qué (es el misterio de la película) también quiere el rifle y el viejo, al que han ofrecido 75 mil dólares, se lo da a cambio de una bolsa de nueces. Mientras, en el pueblo, la llegada de la democracia, lejos de pacificar a la población, se convierte en un elemento de discordia porque el único que vota distinto a los demás es marginado por la comunidad.

No deja de ser curioso que mientras parece que Estados Unidos se deja seducir por los placeres culpables del autoritarismo, el pueblo butánes comience a avanzar hacia la democracia en un extraño diálogo intercultural.

En su reflejo de una sociedad provinciana y de mentalidad algo obtusa, hay algo de Berlanga en esta película de ligero tono sarcástico aunque Dorjin no tiene la mala leche del director español, y Azcona. Y no es una crítica. El monje y el rifle, como Lunana, es sinceramente “bonita”.