Alain Delon, fallecido este domingo a los 88 años, fue el más guapo de los guapos, rostro angelical y magnético de una etapa de esplendor del cine europeo a las órdenes de los grandes directores franceses e italianos. Destacamos siete películas de los 60 inolvidables, del mejor Ripley al arribista Tancredi de El gatopardo o el samurái de Melville. Su rostro representaba al propio cine.

A pleno sol

(René Clément, 1960)

Su primer papel protagonista y la película que lo lanzó al estrellato a los 24 años. Como un dios griego, Alain Delon interpreta a un atractivo y a la vez despreciable Tom Ripley, el inmortal personaje creado por Patricia Highsmith. La historia del arribista y despiadado Ripley ha tenido muchas versiones (la última, notable, la acaba de estrenar Netflix) pero ninguno ha dado tanto miedo como el de Delon bajo la dirección de René Clément.

Con una sola mirada, en la que pasaba de la inocencia más pura a la maldad más extrema, el actor lograba que entendiéramos por qué los incautos millonarios a los que quiere engañar (la pareja interpretada por Maurice Ronet y Marie Laforêt) no solo caían en sus garras sino que nosotros también caíamos seducidos por el monstruo en una historia que siempre tuvo una cierta ambigüedad moral en su reflejo de la crueldad de las diferencias sociales.

Rocco y sus hermanos 

(Luchino Visconti, 1960)

Una de las mejores películas de todos los tiempos. Nada menos. En su año de gloria, Alain Delon interpreta a un personaje radicalmente distinto al de Ripley dando vida a Rocco, un “paleto” del sur de Italia que se busca la vida en Milán junto a su madre y sus hermanos. En clave neorrealista, un Visconti comedido firma un drama ejemplar que es una reedición del mito de Caín y Abel. A un lado, Abel, el propio Rocco, el joven guapo, talentoso y de buen corazón, y enfrente, Caín, o Simone (Renato Salvatori), un tipo furioso porque es consciente de su propia mediocridad.

Reflejo impagable de la vida de los emigrantes rurales a las grandes ciudades en la época, es una película tristísima y bellísima sobre el potencial catastrófico de la envidia y el rencor así como un reflejo poético y detallista de un momento histórico fundamental.  

El eclipse 

(Michelangelo Antonioni, 1962)

Conclusión de la trilogía sobre el “malestar moderno”, Antonioni despliega su conocido estilo manierista, turbulento y “denso” en esta película en la que aborda desde una perspectiva muy distinta a la de Rocco, pero complementaria, el tránsito de una sociedad europea rural a otra urbana en la que se quiebran los viejos vínculos sociales.

La musa del cineasta italiano, Monica Vitti, interpreta a una mujer que tras dejar a su pareja (Francisco Rabal) comienza una aventura amorosa con un joven seductor y misterioso (Delon, claro) marcada por la atracción física pero también la desconfianza y el miedo.

El gatopardo 

(Luchino Visconti, 1963)

“Que todo cambie para que todo siga igual”, la frase más citada de la historia del articulismo moderno. La breve y célebre novela de Giuseppe Tomasi di Lampedusa sobre la crisis de la aristocracia por la pujanza burguesa a finales del siglo XIX en Sicilia se convierte en un gran clásico del cine en el que en esta ocasión brilla el Visconti clasicista, que saca todo el partido posible a la belleza infinita del arte y el refinamiento italiano.

Protagonizada por la familia Corbera, cuyo padre, Fabrizio (Burt Lancaster) ostenta el título de príncipe, vemos cómo se enfrentan al éxito económico de una nueva clase social burguesa que comienza a tener parcelas de poder que ancestralmente les habían pertenecido, y a la que consideran vulgar.

Si Fabrizio simboliza la melancolía por el fin del viejo mundo, el personaje de Alain Delon, su sobrino, Tancredi, quien se alista a los “camisas rojas” de Garibaldi y se esfuerza en hacer carrera política en el nuevo escenario, muestra por su parte la capacidad de la “vieja” aristocracia para mantener su poder “aunque todo cambie”.

El silencio de un hombre 

(Jean Pierre Melville, 1967)

También muy conocida por su título original, El samurái, Alain Delon logra en esta película lo que muy pocos actores serían capaces de hacer, “aguantar” minutos y minutos de primeros planos de su rostro sin apenas diálogos en una película que es una de las más bellas obras de arte de la historia del cine.

Homenaje al cine noir americano que los directores surgidos de Cahiers du Cinéma elevaron a los altares, Delon interpreta a un asesino a sueldo que lleva una vida solitaria y en uno de sus “trabajos” comete una debilidad al no matar a una posible testigo y comienza una pesadilla sobre la lealtad, la traición y el honor. La película arranca con una cita del Bushido, el libro de los samuráis: “No hay mayor soledad que la del samurái, salvo, quizás, la del tigre en la jungla”.

La piscina 

(Jacques Deray, 1969)

Gran éxito en su época, es una película prototípicamente “francesa”, densa, pretenciosa y deliberadamente lenta. Aupada por el romance en la vida real de la pareja protagonista, Delon y Romy Schneider, que en su época representaban el sumun de lo que hoy llamamos cool, la película trata, como dice el New York Times, sobre “gente guapa en lugares hermosos comportándose mal”.

Ambientada en una villa de Saint-Tropez, se trata de un thriller psicológico en el que la tragedia se desencadena cuando una pareja burguesa recibe la visita del examante de ella junto a su explosiva hija adolescente (Jane Birkin).

Borsalino 

(Jacques Deray, 1970)

En esta explosiva película de ambiente gangsteril, Jean Paul Belmondo y Alain Delon, las mayores estrellas francesas de su época, son lo que Robert Redford y Paul Newman al cine americano en El golpe. Gran éxito de público en su momento, los actores interpretan a dos truhanes de poca monta en la Marsella de los años 30.

Enamorados de la misma mujer (Catherine Rouvel), vemos cómo las cosas se van poniendo cada vez más feas y violentas a la pareja de delincuentes a medida que avanzan en el mundo del crimen organizado marsellés y se van volviendo codiciosos.

Si El silencio de un hombre es una sublimación vanguardista de los códigos del cine negro, Borsalino es una celebración de los mismos en una película sobre aquello que ya decían en La jungla de asfalto de John Huston: “El camino del crimen es el de la perdición”.