"Quien define 'diva' sois todos los que estáis en esta habitación", ha respondido tajante Angelina Jolie al cuerpo de periodistas que dirigían todas sus preguntas a ella, durante la presentación de Maria ante la prensa. Aunque todo el reparto (con Pierfrancesco Favino y Alba Rohrwacher) y el director Pablo Larraín estuvieran en la sala, prácticamente no se les ha dirigido palabra.
"Los grandes compositores definen 'diva' diferente", Jolie ha contestado apelando a Larraín. El cineasta ha estrenado un biopic delicado y humanista sobre los últimos días de la cantante de ópera, que murió aplastada por el mito que a su alrededor se había creado: "Una diva nunca existiría si no hubiera excelencia en lo que hace". Para ser una diva, "primero tienes que hacer tu trabajo de forma perfecta. Luego puedes ser una diva".
El chileno ha explicado en la presentación celebrada en el Festival de Venecia una anécdota sobre cómo la Callas abandonaba el escenario si en un ensayo cualquiera se equivocaba en una línea: "La 'diva' puede nacer de una sensación derivada de la simple disciplina".
Sin embargo, los años y las drogas hicieron mella sobre una mujer marcada por la pérdida. Concluía Jolie que "Me gustaría que estuviera aquí para ver este gesto de amabilidad. Cuando murió la crítica fue muy cruel con ella, y no porque ella no lo hubiera intentado. Murió entre mucha soledad y dolor".
Excesiva pero tocada de gracia
Con ‘Maria’ Pablo Larraín pone cierre a su trilogía de las divas rotas, que ya había corregido los mitos acerca de últimos coletazos en las biografías de Jackeline Kennedy en ‘Jackie’ y Diana Spencer en ‘Spencer’. Sus frescos son siempre reparativos, buscan mezclar compasión sin renunciar al genio.
Para esta ocasión, Larraín imagina una entrevista entre la Callas y una representación metafórica de las pastillas a las que era adicta (Kodi Smit-McPhee), que juegan al ajedrez como la Parca bergmaniana mientras enfilan los recuerdos que la diva invocó durante la semana anterior a su fallo cardíaco.
La película se mueve en dos registros: primero, eleva todo el universo alrededor de la cantante, convirtiendo París en un escenario de ensueño. Un mundo digno de anuncio de perfume (a la altura inefable de su voz), donde volver a poner en escena sus grandes éxitos, hitos que desbordan un solo formato y piden al cine todos sus esfuerzos. Obediente, Larraín filma en Super-8 y en digital-4K, ya sea bajo las sacudidas del cine-verdad o en travellings lustrosos.
Por otra parte, Maria pide clemencia y deja a Jolie tan sola como esquelética, convertida en una señorona Norma Desmond, manoseada y tan frágil como el temblor de los ojos de una suntuosa diva sabe expresar. Nos preguntamos dónde acaba la presencia de la Callas y empieza la de su intérprete.
De mujer-trofeo a mujer con trofeos
Jolie teme a una soledad y un dolor difícilmente palpables sobre la alfombra roja, y más después de conocer, apenas este martes, que el Festival de Toronto la premiará el 8 de septiembre con el galardón honorífico Tribute por su trabajo uniendo "el impacto social y el cine".
Pasará justo después de conocer, este sábado, si gana una Copa Volpi a la interpretación, a la que tiene muchos números. Un auténtico renacimiento: "Estos años -cuatro años apartada de la cámara- he necesitado estar más en casa con mi familia. Por eso ahora estoy muy agradecida sólo de estar en este mundo creativo".
Jolie, ya oscarizada por Inocencia interrumpida no espera premios: "Sabré si lo he hecho bien cuando sepa qué opinan los fans de Maria Callas y de la ópera. Mi gran miedo es a decepcionarlos, todo lo demás es ruido".
"Me relaciono mucho con su parte más tierna", confesaba en referencia a la Callas. "En un mundo que no tiene espacio para la ternura comparto su vulnerabilidad". La fragilidad no es algo que el público relacionaría con un icono utilizada por la industria como "mujer de", ya sea Brad Pitt o Billy Bob Thornton, o como curvas que recorrer, incluso cuando era una heroína como Lara Croft o la Señora Smith.
Transgresión queer
El Jockey, con Úrsula Corberó, ha cerrado la jornada abriendo todos los armarios. El dato podría parecer anecdótico, sólo que no lo es. Úrsula Corberó es la cara reconocible de lo que en España ve todo el mundo: de Física o química a La casa de papel. Y hoy ha presentado la obra más transgresora –no de forma necesariamente obvia–, y queer de toda la Competición veneciana.
Se trata de la nueva película del argentino Luis Ortega, que sorprendió en el circuito de premios con El ángel, también nominada a Mejor película iberoamericana en los Goya.
Si aquel era el retrato de un dandi que se embadurnaba lujurioso en la mugre de un mundo aristocrático y moralmente acabado, hoy Ortega querrá redoblar la provocación… Aunque El Jockey, esta fábula que invoca lo líquido de la identidad humana y nuestras constantes transformaciones, más que provocativa sea humanista. Humanista, en un sentido cóncavo.
Contará el final de los días de Remo Manfredini (Nahuel Pérez Biscayart), jockey gañán y amante de una corredora que, al contrario que este pobre adicto al caballo, sí gana carreras (Corberó). Después de un accidente más absurdo que trágico, Remo se vaciará del macho que era hasta entonces y comenzará a deambular, cual Monsieur Hulot sacando las miserias del mundo con paso tranquilo, destapando las realidades más excéntricas de una Argentina miserable, una que merecería ser "puesta a dormir".
La expresión es buscada. Habla de un filme que invoca el realismo descarnado de Aki Kaurismäki sólo como telón de fondo para una retahíla de sueños oscuros, risibles y desorientados. Un camino de muerte y renacimiento en algo que no podremos explicar… Una existencia en transición. A pesar de sus ocasionales descosidos absurdos, la aplaudimos. Y no digo más.