Hace poco llegaba a los cines una película extraordinaria como Eureka, del argentino Lisandro Alonso, en la que nos contaba con tono a la vez realista y poético, crudo y lírico, pero en último término demoledor, la dura vida cotidiana de tres comunidades indígenas muy diferentes entre sí en América, de Dakota del Norte en Estados Unidos pasando por México y el Amazonas brasileño.

La película comenzaba como un wéstern clásico con Viggo Mortensen para que el espectador confrontara la imagen que por un lado ha dado el cine del indígena (siempre como personaje secundario, medio vago y probablemente maleante) y que ha calado en nuestros prejuicios gracias a un género tan gozoso como expresión máxima del colonialismo. El propio John Ford, a medida que avanzaba su brillante carrera, fue adquiriendo una mirada mucho más profunda y empática con los “indios”.

En El eco, de la distinguida realizadora salvadoreña Tatiana Huezo, su mirada se parece a la de Alonso aunque también resulta menos cruda, menos demoledora, que la que vemos sobre todo en la primera parte y más importante de Eureka, con los sioux de Dakota, donde la extrema pobreza adquiría un tono sórdido por los problemas de alcoholismo y drogas que la acompañaban. Eureka es la constatación de un fracaso y El Eco, de manera tímida, también de una esperanza.

Cineasta atenta, detallista, de esas que se pasan horas acompañando a los sujetos a los que reflejan, de la escuela del portugués Pedro Costa (Juventud en marcha) o el español Carlos Agulló (Los demás días), Huezo es una “trituradora de festivales” gracias a películas sobresalientes como esta El eco, ganadora en Berlín, pero también otras anteriores como La tempestad (2016), sobre la lucha de dos mujeres marginales en México o Noche de fuego (2021), sobre los estragos del narcotráfico en una comunidad serrana secuestrada por el narco, Mención Especial del Jurado en Un Certain Regard en Cannes.  

Dolor y gloria

Situada en el Estado de Puebla, a tres horas en coche de Ciudad de México aunque más bien parece un viaje en el tiempo a una sociedad pretecnológica y olvidada de la mano de Dios, la película documental de Huezo refleja las mismas condiciones de pobreza y cuasimarginalidad de estas comunidades indígenas pero también por estar protagonizada por varios niños y sobre todo niñas, se contagia de la mirada inocente y pura de esa etapa vital así como de su intrínseca ilusión y sentido mágico de la vida.

El eco del título es una escuela rural en la que conviven niños de distintas edades en una misma clase. La inmensa mayoría, apenas superará la educación primaria y muy jóvenes deberán comenzar a trabajar para ayudar a sus familias y formar las suyas propias.

Los ritos de aprendizaje (esa niña que prepara sus exámenes dando charlas a osos de peluche y muñecas) se solapan con imágenes de la cosecha, el cuidado de los animales, los funerales o la propia naturaleza, siempre presente, casi siempre hermosa pero también violenta, destructiva.

En una comunidad rural, agrícola y ganadera, vemos la vida que pasa. La agonía final de una mujer muy anciana, a la que cuida su hija y sobre todo sus nietas con esa conexión hermosa que se produce en la infancia con los abuelos, sirve como leve hilo conductor a este retrato coral de unas gentes marcadas por la miseria pero también en el caso de las jóvenes, por una alentadora chispa de rebeldía y de desafiar al destino. Parece que nada cambia en este mundo pero en sus cimientos profundos está siendo recorrido por un tímido pero imparable espíritu de emancipación.

Porque la situación de la mujer, en una sociedad con aspectos muy hermosos como la solidaridad, la pervivencia de los ritos y el sentido de lo colectivo, pero también profundamente machista se eleva como subtexto del filme. Vemos a esa madre que siendo una adolescente ya estaba casada con hijos por lo que nunca pudo estudiar que le recomienda a su hija que no siga sus pasos. A ese padre atento y cariñoso que le prohíbe a su hijo levantar un plato de la mesa porque eso “lo hacen las mujeres”.

Si alguien cree que este es un "documental" al uso, con pasmarotes hablando a cámara, rótulos y voz en off, nada más lejos de la realidad. Se trata de un verdadero “documental de creación” que se ve como una película de ficción en la que los actores resultan especialmente realistas.

Directora célebre por su estilo "inmersivo", con un uso muy cuidado del sonido y los movimientos de cámara, de la quietud a lo turbulento, El eco es una hermosa película que deja la sensación de adentrarse en la verdadera intimidad de un mundo tan desconocido en nuestro país como en la mirada de Huezo, humano, cálido, fascinante.