La repetición. En Volveréis, la nueva película de Jonás Trueba, la repetición no solo es el libro de Kierkegaard que adquiere un protagonismo clave hacía el final, si no también el concepto sobre el que se asienta su narrativa.
Ale (Itsaso Arana) y Alex (Vito Sanz) van a separarse tras más de una década de relación y, recurriendo a una ocurrencia del padre de ella, una de esas boutades que se dice porque sí, han decidido montar una fiestón para la ocasión, por inapropiado que sea según las convenciones sociales.
Así, durante dos tercios del metraje, uno y otro se dedican a comunicarle sus planes a todos sus allegados (amigos, compañeros de trabajo, familia, vecinos e, incluso, al manitas que les arregla el fregadero), siempre con las mismas palabras: “el padre de Ale dice que hay que celebrar las separaciones y no las uniones”, “estamos bien”, “es bonito”, “queremos compartir con alegría el momento”, “es una boda, pero al revés”...
Sin embargo, uno solo repite la misma cantinela un millón de veces para convencerse de algo que no ve muy claro. O quizá para no afrontar la realidad de una situación que inevitablemente es dolorosa. Ya se sabe que a los peterpanescos cuarentones de hoy no les gusta demasiado el tema de sufrir.
En cualquier caso, la repetición, lejos de llevar la película hacía la monotonía, funciona como eficaz gag sostenido si consideramos que Volveréis es tan solo una comedia. Sobre todo, porque Trueba cuenta con dos actores en estado de gracia, Arana y Sanz, que además participan también como guionistas, y un ramillete de secundarios también muy inspirados. Pero el filme es mucho más que una simple comedia.
Asuntos amorosos
Trueba es un director con un estilo muy personal, tan madrileño (nadie le saca tanto partido a la ciudad) como afrancesado (no falta el homenaje a Truffaut, aunque quizá Volveréis sea más Woody Allen), siempre girando en torno a los asuntos amorosos y a los desafíos vitales de su generación.
Algunos lo podran tachar de cursi y de pedante, pero para el que esto escribe, que un director se coloque a la altura de sus personajes (y de los espectadores) y demuestre pasión por la cultura resulta, al menos en el cine español, un soplo de aire fresco.
Así ha sido toda la carrera de Trueba, que en una entrevista en El Cultural afirmaba que “cine y vida son lo mismo”. Ya lo reflejaba en la coda final de su anterior filme, Teneis que venir a verla, o aquel filme iniciático que fue la maravillosa Los ilusos. Pero ahora esa afirmación se lleva más lejos que nunca.
Trueba le otorga al personaje de Ale, el que interpreta Arana, su propia profesión y hasta su propio padre. Fernando Trueba es uno de los reclamos del filme, en el papel de ermitaño excéntrico, y emocionan los primeros planos que le dedica su hijo, sin justificación aparente. Quizá eso es otro de los puntos fuertes de Volveréis, que el director no se atiene a manidas reglas de guion ni montaje, con un gozoso sentido lúdico y con una pasmosa naturalidad.
Divertido es también el juego metacinematográfico que plantea el director, añadiendo una nueva capa a la historia. Hasta el punto de que él mismo convoca a un crítico para que le saque las costuras al filme, en otra escena hilarante. Y tras debatirse si la película es circular y de tesis o lineal y de búsqueda, Jonás Trueba acelera hacia un final tan inesperado como emotivo, en la que se puede considerar su película más perfecta.