La semana pasada se estrenaba en los cines la fascinante El eco, de Tatiana Huezo, sensible retrato de una comunidad indígena en México. Hace tiempo ofrece gratas sorpresas el “documental de creación”, ese que trasciende el documental-reportaje para utilizar las armas de la ficción, solo que en este caso la realidad es la base.

A medio camino entre el documental y la ficción, en La hojarasca la cineasta canaria Macu Machín retrata un encuentro entre su madre y sus hermanas, de setenta y tantos años, en la vieja finca familiar en la isla de La Palma. Un rincón agreste del mundo que Machín filma como si fuera el escenario de una novela romántica alemana del siglo XIX en la que siempre hay tormentas y las ramas de los árboles se agitan temblorosas.

Con una leve trama relacionada con la repartición de la herencia familiar, sobre la que las hermanas —una de ellas discapacitada que requiere constantes cuidados— no están de acuerdo, se construye un filme muy físico, casi carnal, a la vez telúrico y profundamente humano.

Lo que podría ser una reunión idílica de tres mujeres en su edad provecta se convierte, como el paisaje, en algo más turbulento. Lazos de afecto pero también rencores quizá no verbalizados pero largo tiempo larvados, viejas rencillas y disputas se interponen entre ellas.

El boom de lo rural

El cine español de los últimos años parece haber encontrado en el mundo rural un foco esencial de inspiración. De películas totémicas como Alcarràs (2022) de Carla SimónAs Bestas (2022) de Sorogoyen, a títulos valiosos más indies como Lo que arde (2019) de Oliver Laxe; El agua (2022) de Elena López Riera; 20.000 especies de abejas (2023) de Estíbaliz Urresola o Secaderos (2022) de Rocío Mesa.

Títulos que parecen conformar una verdadera ola de cine rural mientras España se vacía, aunque el precedente más claro de La hojarasca parece estar en otra película de ambiente rural patria como la insólita Destello bravío (2021), de Ainhoa Rodríguez, en la que el retrato de las mujeres de un pueblo de Extremadura adquiría una insospechada resonancia paranormal psicotrónica.

Hay algunas imágenes bellas en esta sensorial La hojarasca en la que sutil pero contundentemente la directora va armando los hilos invisibles que unen a las tres hermanas como si fuera amarrándolas en una telaraña de afectos y reproches inexpugnable.

Más allá de esas imágenes de romanticismo alemán de brumas y naturaleza agreste, curiosamente el filme acaba encontrando en las escenas de ternura, de una delicadeza conmovedora, sus mejores momentos.