Pamela Anderson es un icono. ¿De qué? De casi todo lo que uno quiera echarle. De la cultura pop de los 90, de la televisión, de la “mujer rubia”, del capitalismo, de California y del propio Estados Unidos aunque sea canadiense o de la vida roquera gracias a sus tumultuosos matrimonios con Kid Rock y muy especialmente Tommy Lee de Mötley Crue, con el que protagonizó el primer vídeo sexual viral de la historia.

En The Last Showgirl, la directora Gia Coppola, la Coppola que el mundo no sabía que necesitaba, la exconejito de Playboy y bomba sexual se reinventa a los 57 años como actriz dramática. Y le ha salido tan bien, que figura en todas las quinielas como una de las favoritas para los próximos Oscar.

En la rueda de prensa de presentación de la película en el Festival de San Sebastián se la veía un poco asustada, vestida con tanto recato que parecía de la familia real inglesa, pero todo el mundo aplaude una reinvención insospechada.

¿Por qué? Porque en el fondo, todos amamos a Pamela y además es posible que el hecho de que a una edad ya avanzada se reivindique como artista “seria” también despierte en nosotros esa voluntad de creer que para ella, y también para nosotros, todo es posible. Sobre la posibilidad de ganar un Oscar, Anderson ha afirmado: "Ya dije en Playboy a los 25 años que mis sueños eran ganar un Oscar y ser buena madre. No sé qué pasará. Es curioso y es divertido".

Ha dicho Pamela con voz de pajarillo: “Cuando leí el guion estaba abrumada, no me habían ofrecido un personaje así en la vida. Me sentí muy emocionada por esta relación madre e hija, por la forma en que ella maneja su vida, sus asuntos… Fue muy ilusionante. Sabía que podía hacerlo. Me sentía inspirada y agradecida. Siempre he estado segura de que podía hacer más de lo que me pedían. Es un momento muy emocionante. Me toca a mi edad hacer esto ahora”.

Pamela Anderson posa en la alfombra roja tras presentar este viernes 'The Last Showgirl', que compite en la Sección Oficial del Festival de Cine de San Sebastián. Foto: EFE/Javier Etxezarreta

En The Last Showgirl, Pamela Anderson (Ladysmith, Canadá, 1967) interpreta a Shelley, una mujer que ha sido toda su vida precisamente eso, “showgirl” en un espectáculo llamado The Razzle Dazzle inspirado en los viejos cabarets parisinos de tipo picante. Un espectáculo que los nuevos dueños del casino en el que trabaja deciden cancelar porque se ha quedado anticuado, dejando a la bailarina en la estacada.

Con indiscutible sensibilidad y dulzura, Anderson da vida a una mujer que se queda colgada en un país como Estados Unidos donde no todo el mundo tiene seguro médico ni planes de pensiones, obligada a hacer una nueva vida y preocupada por la relación con su hija, que le reprocha que la desatendiera de niña.

Ha dicho Pamela: “Me relaciono con el personaje desde mi experiencia personal, por supuesto, pero no hubo tiempo de pensarlo demasiado. Era mi única oportunidad de hacer algo así, una experiencia muy distinta. Utilizo mi infancia, mi vida, mi carrera para construir ese personaje. Sentía que era mi gran oportunidad”.

Ha explicado la sex symbol que cuando recibió la oferta de Coppola, no se lo podía creer y le preguntó varias veces si estaba segura de que lo hiciera. Ha añadido Anderson: “Ser creativa viene con mucha inseguridad. Debes seguir y apagar la voz negativa en tu cabeza. Pero tienes esta llama ardiendo dentro de ti, y no debes creer en nadie. Debes intentar romper los prejuicios y sorprenderlos”.

Pamela Anderson en un momento de 'The Last Showgirl'

Detrás de la cámara está Gia Coppola, nieta de Francis Ford y sobrina de Sofia, con la que tiene una relación muy estrecha. Tras dos películas como Palo Alto (2013) y Mainstream (2020), bien recibidas por la crítica y los festivales, la cineasta más joven de la familia retrata el mundo del espectáculo, que conoce bien. Dice Coppola: “Una parte importante de la película es tu familia real y tu familia escogida. Estás con esa gente mucho tiempo en el trabajo. Íbamos a casa de Pamela, nos hacía la comida, ella cocinaba y así conseguimos crear ese ambiente familiar”.

The Last Showgirl es también cine social, neorrealista casi, sobre las precarias condiciones de las clases menos afortunadas de Estados Unidos. Ha dicho Coppola: “Las Vegas es una metáfora del sueño americano, no todo lo que reluce es oro. Gran parte de América tiene esa vida, gente que está en el negocio del entretenimiento y para la cual las cosas muchas veces no les funcionan. ¿Y en qué momento decides dejar de lado tus sueños? No hay planes de jubilación, no tienes ingresos y no puedes vivir de ello. Y para las mujeres todo es mucho más difícil porque además deben ocuparse de sus hijos”.

Sobre esa Las Vegas tan explosiva y brillante como deprimente, ha añadido Anderson que “era interesante rodarla durante el día, cuando es como una mujer sin maquillaje en su estado más vulnerable”.