Wolfs, la nueva película que se estrena para la plataforma Apple TV+ dirigida por Jon Watts (Spider-man: Homecoming), se presenta ya desde el principio con un error garrafal en el mismo título. Esa 's' díscola que quiere marcar el plural en la palabra que en español significa lobo es un atentado ortográfico -la forma correcta sería wolves- que haría revolverse en su tumba al bueno de William Shakespeare... O quizás despertaría su aplauso entusiasmado.
El Bardo de Avon era un hombre proclive a experimentar con el lenguaje. De sobra es conocido su gusto por añadir vocabulario a una lengua inglesa que nunca volvió a ser la misma tras el paso arrollador del dramaturgo. De pronto, el populacho que se asomaba a las obras del autor de Hamlet y El rey Lear volvía a sus hogares con palabras nuevas en la boca. Lonely, generous o hurry pasaron de ser conceptos en el aire a vocablos apuntalados en el lenguaje coloquial de todo un país.
En este sentido, esa aparente herejía ortográfica de la película de Watts no es otra cosa que un artificio que pretende mostrar ya en su carta de presentación la disonancia en la que el guion se quiere desenvolver. Las escenas en las que se juguetea con las expectativas del espectador y la discordancia de los diferentes elementos que se ofrecen en pantalla son los instantes más brillantes de una película discontinua con flaquezas tan contundentes como lo son sus virtudes.
Los primeros minutos del filme corresponden a la misteriosa muerte de un joven (Austin Abrams) con el que una fiscal de distrito bien entrada en los cuarenta pretendía mantener relaciones sexuales en la suite de un hotel de lujo. La mujer (Amy Ryan), entonces, contacta con un "arreglador": no puede permitir que su boyante carrera se vea truncada por lo que -según ella- ha sido un accidente.
No tarda en entrar a escena el personaje interpretado por George Clooney, un lobo solitario cuyo oficio consiste en solucionar estropicios como el que le ha sucedido a la fiscal. El personaje es un claro tributo a la figura que popularizó Harvey Keitel en su célebre papel de El Lobo en Pulp fiction. Como él, Clooney aparece en las primeras secuencias nimbado de misterio, recorriendo en un travelling horizontal la noche invernal de Nueva York al ritmo de una banda sonora de pátina nostálgica que recuerda a las películas policiales ochenteras de serie B.
La atmósfera resultante, de acabado impecable, invita a pensar que nos encontramos ante una historia en la que seremos testigos de la pericia del carismático lobo, con artimañas gracias a las cuales sorteará los peligros de un acechante cuerpo policial. Las expectativas están servidas. El espectador se puede acomodar en el sofá para disfrutar con el entretenido tira y afloja que se prevé entre las autoridades defensoras de la ley y el inefable atractivo del que las infringe empleando el intelecto.
Pero la noche de trabajo se le tuerce a Clooney. No porque el crimen sea algo más complicado de esconder bajo la alfombra de lo que podría esperarse -que también-, tampoco porque aparezca un enemigo inesperado -eso podría esperárselo un tipo como Clooney-, sino porque de pronto aparece otro exactamente como él.
Jack, el personaje que encarna Clooney, se da de bruces en la habitación que está "limpiando" con Nick (Brad Pitt), otro profesional como él especializado en "solucionar" situaciones desesperadas. La propietaria del hotel ha reclamado la ayuda de este segundo hombre para asegurarse de que se corre un tupido velo con respecto al "follón" que se ha montado en la suite más cara del establecimiento. De ahí en adelante, ambos personajes tendrán que cooperar para cumplir con su trabajo.
A partir de entonces el guion comienza a juguetear con las expectativas y la disonancia que produce juntar al estereotipo de lobo solitario con su doble. La soledad, esencia medular de ambos personajes -que son, en realidad, solo uno-, se disuelve. La atmósfera construida con tanto mimo en los primeros compases del filme y que tan bien maridaba con el personaje también pierde la razón de ser.
Lo que era una película de género se torna en una inteligente parodia de un estereotipo trillado, sostenida por unos diálogos veloces y bien armados. La soledad de Clooney ha perdido toda lógica. El plural de la palabra "lobo" no tiene sentido, debe de ser un error, algo no concuerda. De ahí el velado error ortográfico del título.
En consecuencia, el modus operandi del lobo solitario ya no es una suerte de artesanía a la que observar desde el prisma de la admiración. Lo que merecía alabanza, de súbito, es ridículo. En la primera hora de la película asistimos al derrumbamiento de un mito moderno del cine, aderezado con brillantes giros argumentales tan inesperados como absurdos.
Lamentablemente, la sorpresa que nos espera en el tramo final del filme es un retorno al estereotipo en un esfuerzo inexplicable por volver a la sobriedad de la que con tanto brío y eficacia se había estado desprendiendo hasta el momento. El último tercio de la película consiste en un bombardeo de lugares comunes y tópicos del género policial que, al estar desprovistos de la ironía del inicio, en lugar de provocar carcajadas, causan un cierto rubor.
En Wolfs Jon Watts firma una película en la que demuestra ser capaz de transgredir la monotonía de lo esperable. Lamentablemente, cuando logra convencer al espectador de que está ante algo diferente de lo habitual, parece arrepentirse de la senda que con tanto ahínco y acierto había decidido explorar hasta el momento. En su lugar, toma la desafortunada decisión de dirigirse hacia otros derroteros que, aunque más conocidos, no le han llevado a ninguna parte.