En Rebelión en la granja, el famoso libro de George Orwell, vemos cómo los animales de una granja se rebelan contra la tiranía de los humanos. Crítica al estalinismo disfrazada de cuento para niños, lo que leemos en la novela es cómo los cerdos acaban imponiendo una dictadura aún peor que la de los humanos en nombre de los desamparados.

Al final, los puercos incluso acaban siendo peores que sus antiguos señores del mismo modo que, quería decir el escritor británico había sucedido en la Unión Soviética, donde una elite había sustituido a la vieja aristocracia para acabar adquiriendo sus peores vicios. Por desgracia, la historia de la humanidad está llena de casos similares (véase Venezuela) en la que los movimientos de "liberación" solo acaban liberando a quienes los conducen y oprimiendo a todos los demás.

El hoyo pasó sin pena ni gloria por los cines en 2019 pero se acabó convirtiendo en un espectacular éxito global cuando se estrenó en Netflix. La película alcanzó la primera posición de visionados en Estados Unidos y medio mundo, y calidad no le faltaba.

Lo que veíamos entonces era una ácida sátira del capitalismo entendido a la manera del economista francés Piketty (El capital en el siglo XXI) es decir, como un sistema en el que unos pocos se quedan todos los recursos mientras la inmensa mayoría se pelea a muerte por las migajas.

Se podrá estar a favor o en contra de las de teorías de Piketty, pero nadie podrá decir que el economista de izquierdas sea un lunático. Según un reciente informe de Oxfam, desde 2020, al inicio de la pandemia, el 1% más rico del planeta ha acaparado la mitad de la riqueza generada mientras el 99% nos hemos repartido la otra mitad. No está mal.

Del capitalismo al comunismo

Dirigida por Galder Gaztelu-Urrutia, la primera película de El hoyo planteaba una metáfora del capitalismo neoliberal mediante un ingenioso punto de partida narrativo. La película plantea una prisión vertical compuesta por 400 pisos en la que la comida se distribuye diariamente de arriba abajo. Si las personas de los pisos superiores se comportan de manera solidaria, hay comida para todos. Pero como no lo hacen, habitar en uno de los pisos inferiores significa de facto estar condenado a morir porque los de arriba comen más de lo que necesitan. La parábola es evidente.

Si El hoyo cargaba contra el capitalismo, El hoyo 2 carga contra el comunismo enfatizando su pesimismo existencial porque ahora sí, ya no tenemos salvación. Lo que vemos en esta secuela, protagonizada por la siempre magnética Milena Smit y Hovik Keuchkerian, es cómo el remedio puede ser peor que la enfermedad.

En esta ocasión, "el hoyo" está gobernado por una pandilla de fanáticos que aplican a rajatabla el principio de solidaridad. Tan a rajatabla, que como en la granja de Orwell o la Rusia comunista de Stalin, en nombre del bien se ha acabado imponiendo la mayor brutalidad. Se hablaba de un "hombre nuevo", un hombre que logra dominar sus peores instintos para convertirse en una especie de santo. Pero no hay nada más inhumano que negar lo humano, para bien o para mal, y lo que iba a liberar a los ciudadanos se acabó convirtiendo en una nueva forma de esclavitud.

Hay ecos de Orwell, también claros de otras metáforas sobre las dinámicas de poder y la pulsión autodestructiva del ser humano como la novela El señor de las moscas de William Golding en esta lograda y convincente segunda parte de El hoyo. Menos violenta y cruda que la primera (está directamente producida por Netflix y algo se nota), visualmente acaba pareciéndose al primer Alien de Ridley Scott en su recreación de un universo cerrado de pesadilla y tiene imágenes potentes, de belleza artística, como esa montaña de cuerpos que recuerda a World War Z de Marc Foster (2013).