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Levan Akin nació en Estocolmo en 1979, pero su condición de hijo de padres georgianos procedentes de Turquía ha aflorado en sus dos últimas películas. Siempre desde un acercamiento queer. Si en Solo nos queda bailar (2019) sondeó la opresión de la que es objeto el colectivo LGTBI a través de una compañía de danza tradicional georgiana, ahora, con Crossing, estrenada este fin de semana, realiza un alegato a favor de la comunidad trans de Estambul.

Su cuarto filme, reconocido con el Premio Teddy en la pasada Berlinale, está protagonizado por una suerte de Anna Magnani de Tiflis que viaja a Turquía en busca de su sobrina, huida de casa largo tiempo atrás. A su llegada a la capital, su topografía y el crisol de gentes que la habitan dan a la trama una cualidad humanista y ramificada, donde la atención se va posando en diferentes personajes, arrojando un fresco de la solidaridad en los márgenes.

Pregunta. ¿Qué impacto tiene en su trabajo como director las raíces e influencias tan diferentes que combina?

Respuesta. Nunca puedo responder a la pregunta de si me veo más como un cineasta sueco o georgiano. Vengo de todas partes y de ninguna. En Suecia la gente es muy cansina preguntándome de dónde soy, pero, por supuesto, tampoco me siento como un local en Georgia. Es un sentimiento extraño.

P. Su cine siempre está protagonizado por personajes desubicados. ¿Hasta qué punto son sus alter ego?

R. No me siento en casa en ningún lado. Por eso en mis películas siempre hablo de personas desvinculadas de la sociedad. La protagonista de Crossing, Lia, provoca tanta extrañeza como su joven vecino Achi, que la acompaña espontáneamente a Turquía. Son gente en los márgenes, que cuando se conoce cuidan unos de otros. En Crossing se plasma una realidad que a mí me llamó mucho la atención en Estambul, la de la solidaridad entre los niños abandonados por sus familias y la comunidad trans. En otra situación podrían ser homófobos o tránsfobos, pero allí se cuidan, viven juntos. Creo que el cine es una herramienta poderosa, y pienso que si muestro otras alternativas, la gente puede sentirse empoderada.

P. ¿Podía haber contado esta historia en otra parte del mundo?

R. No creo. El contexto es tan interesante porque no demasiada gente sabe acerca de la cercanía entre Georgia y Turquía. Cruzas la frontera y en unas horas de autobús estás en Estambul. Hay una diáspora georgiana bastante grande en Turquía, asciende a alrededor de un millón de personas. Muchos huyeron allí cuando estaban bajo el yugo de Stalin. No obstante, son culturas muy diferentes por el influjo soviético. Quizás Brasil es similar. São Paulo, en concreto, por la intensidad de la música y la atmósfera en la calle. En ambos casos hay una lucha continua por la supervivencia, pero sus habitantes no son conscientes de ello, son felices.

P. La motivación para su anterior película, Solo nos queda bailar, surgió tras ver una noticia en 2013 donde medio centenar de jóvenes que decidieron celebrar el Día Internacional del Orgullo Gay en Tiflis fueron sitiados en un autobús por los participantes de una contramanifestación fomentada por la Iglesia ortodoxa. ¿También aquí parte de hechos reales?

R. Sí, al principio mi objetivo no era hacer una película sobre personas trans. Mi punto de partida fue la historia de un anciano de Georgia que se convirtió en el mayor defensor de su nieto trans. Eso me conmovió. Solo nos queda bailar origino una gran controversia en Georgia por su historia gay, pero me di cuenta de que hay muchas personas de generaciones mayores que apoyan a sus hijos y nietos LGBTQ+. No es cierto que sólo los jóvenes sean progresistas y tolerantes. Así lo he comprobado en mi investigación.

P. Sin embargo, no pone a esta persona trans en el centro de la película...

R. No me lo podía permitir. Al fin y al cabo, yo soy cis y tengo una perspectiva diferente. Por eso me pareció más apropiado acercarme a esta comunidad desde fuera, al igual que mis dos personajes principales. De ahí que también incorporara a la historia al personaje de Achi, que quiere escapar de las estructuras de su hogar en la Georgia provinciana. Todos ellos son víctimas del patriarcado.

P. El resultado es una película mucho menos trágica de lo que cabría esperar.

R. Sí, porque estoy cansado de ver películas donde siempre pasan cosas terribles. No me refiero sólo a las historias queer o a las de personas trans, sino en general. Estamos en tiempos tan oscuros y terribles que sentí que era importante contar algo realista pero esperanzador y amable. Mi película trata sobre la inclusión, la compasión y la solidaridad. Quiero que la audiencia atraviese este mundo horrible, pero que sepa que a sus protagonistas no les va a pasar nada malo.

P. Incluso consta de una escena de baile. ¿Es tan normal colarse en una boda en Turquía?

R. En toda película tiene que haber alguien cantando o bailando. Yo cuelo escenas musicales en las mías como sea. Es como el neorrealismo italiano, donde siempre hay una escena musical. Además, durante mi proceso de investigación en Turquía siempre acababa bailando en bodas o en restaurantes, la gente se ponía a festejar y me invitaban a levantarme y unirme a ellos.

P. Ha nombrado el neorrealismo italiano y la protagonista de Crossing ha sido comparada con Anna Magnani. ¿Es un género muy presente entre sus filias?

R. Tanto Mamma Roma (Pier Paolo Pasolini, 1962) como Las noches de Cabiria (Federico Fellini, 1957) han estado en mi inconsciente durante el rodaje de esta película. También Amor y anarquía (Lina Wertmüller, 1973), donde hay una escena en la que empiezan a cantar. Descubrí el neorrealismo italiano de manera orgánica, a lo largo de toda mi vida. Primero vi clásicos en la televisión que se quedaron conmigo, y después descubrí más títulos como estudiante. Adoro a Anna Magnani.

P. Como viene siendo habitual en su cinematografía, la película está protagonizada por una actriz profesional, Mzia Arabuli, y muchos actores que debutan frente a la cámara. ¿Esta combinación siempre funciona?

R. Siempre lo encuentro particularmente emocionante. Para ganarme la vida, a menudo dirijo episodios de series de televisión, por lo que solo trato con actores profesionales. Pero con mis propias películas quiero trabajar de otra manera. Me encanta rodar con personas que nunca han estado frente a una cámara. Resulta apasionante descubrir situaciones que no están planificadas hasta el último detalle. Como no soy documentalista, ficciono a partir de la realidad. Hay muchos momentos en Crossing, por ejemplo, en el consultorio médico o en la comisaría, donde observé con curiosidad lo que pasaba y lo lleve a mi película.

Mzia Arabuli, la Anna Magninni georgiana

P. También se le han colado un buen puñado de gatos.

R. (Risas) Los adoro. En Estambul hay muchos gatos callejeros, la gente les presta mucha atención y los cuida. En la escena en el hospital, el gato apareció de la nada, así que decíamos todo el rato que los gatos habían bendecido nuestra película, que nos daban el visto bueno.

P. Ha citado su trabajo en series internacionales, ¿cómo decidió qué hacer después del éxito de Solo nos queda bailar, estrenada en la Quincena de Realizadores de Cannes y seleccionada como candidata oficial de Suecia a los Premios Óscar?

R. No fue nada fácil. Hubo algunas ofertas de Estados Unidos, pero tenía muchas ganas de filmar Crossing. Sin embargo, necesitaba ganar dinero, así que acepté trabajar en varias series. Por suerte, una de las que acabó en mi mesa fue Entrevista con el vampiro. Soy un gran admirador de las novelas de Anne Rice. El primer libro de la saga fue uno de los primeros de temática gay que leí cuando era joven. Dirigí dos episodios de la primera temporada y luego cuatro de la segunda. Para mí ha sido una gran suerte, porque la propuesta es realmente buena, el reparto es estupendo y los guionistas son tremendamente inteligentes. Qué alegría que en el sistema de Hollywood a veces se den casos como éste, en los que te pueden pagar bien para crear algo artístico.