En los últimos tiempos, la figura del torero se ha ido cayendo de su pedestal tradicional como icono cultural para vincularse a la prensa rosa. Históricamente el torero era celebrado por su valentía y habilidad en la arena, pero ahora muchos han ganado más fama no tanto por sus hazañas taurinas, sino por su vida personal, romances, y apariciones en revistas del corazón.

No ha ayudado la creciente oposición de la tauromaquia por parte de defensores de los derechos animales y sectores de la sociedad que ven en ella una tradición arcaica y cruel. Tampoco la eliminación por parte del Ministro de Cultura, Ernest Urtasun, del Premio Nacional de Tauromaquia. Pero Albert Serra parece haber cambiado las tornas del juego con el documental Tardes de soledad sobre Andrés Roca Rey, quien ha sufrido una cogida en la corrida de la Feria de Otoño que se celebraba este domingo en Las Ventas.

"Sonaba como favorita pero también estaba la duda de si un festival de cine en tiempos woke (en San Sebastián, sin ir más lejos, ya no hay distinción entre mejor actriz y mejor actor en los premios por aquello de que ya no hay géneros) se atrevería a premiar con la Concha de Oro una película como Tardes de soledad, como ha sucedido", apunta Juan Sardá, crítico de El Cultural. 

Albert Serra se defendió ante las quejas de PACMA o a la manifestación que convocó Podemos Euskadi para protestar por la proyección del filme en el cértamen con un "que haga todo el mundo lo que quiera, pero me parece ridículo atacar las obras de arte porque tocan un tema concreto". Después de su estreno en el certámen vasco, irreverente y provocador, el director dijo en la presentación del filme en Estados Unidos que, en realidad, "el toreo es aburrido", que no sabe nada sobre él y que "no le gusta particularmente el tema". 



Eso no le ha impedido acumular 600 horas de grabación y hacer una oda a la tauromaquia, que no es "fácil ni agradable", señala Enric Albero, crítico de series de El Cultural, ya que no escatima en sangre y muerte, pero "es su forma fílmica la que eleva la propuesta" y la convierte en "una Concha de Oro incontestable". 

Serra toma una perspectiva diferente, explorando la figura del torero desde un ángulo más antropológico o crítico, alejándose de la glorificación tradicional, y mostrando las tensiones entre vida y muerte, pero sin romantizar la violencia del espectáculo. La visión de Serra parece estar más alineada con una reflexión sobre el papel del torero como un personaje trágico, inmerso en un ritual que muchos consideran obsoleto o cruel.

Algo que hicieron en su momento artistas como Picasso, para quien el torero representaba el valor y la resistencia, pero también el sacrificio inevitable. Su famosa obra La muerte del torero es un claro reflejo de esta fascinación, donde se captura el trágico momento de la muerte en el ruedo. O Goya, en sus grabados de La Tauromaquia (1816), donde retrata con luces y sombras, técnica central en los lienzos, a la figura del torero como un ser solitario que debe enfrentarse a la naturaleza en su estado más salvaje.

En la literatura no solo fue Lorca con su doloroso Llanto por Ignacio Sánchez Mejías o Hemingway con su novela Muerte en la tarde quienes elevaron la tauromaquia al nivel del arte. El periodista Chaves Nogales, muy reivindicado últimamente debido a la reedición de toda su obra, escribió una de las mejores biografías del siglo XX en España y fue sobre un torero: Juan Belmonte, matador de toros. 

El diestro se codeó con la élite cultural de la época, desde Ortega y Gasset a la Generación del 27, quienes veían en él una representación viva del espíritu trágico y heroico que buscaban expresar en sus obras. Una especie de icono donde reflejarse. "La soledad del torero es la soledad del artista, su soledad en la cumbre", escribe Carlos Reviriego, crítico de cine de El Cultural. 

Porque, "como todos los reyes, el matador Roca Rey es un ser solitario. Lo es en el minibús, adulado por su leal cuadrilla, camino de la plaza o de regreso al hotel tras jugarse la vida en la arena. Lo es en la habitación, embutiéndose en el traje de vino y oro, o rumiando su impaciencia en el ascensor, o calzándose la montera detrás del burladero… su soledad es lo primero que sentimos", señala Reviriego. 

Aunque el cineasta ha revelado que a Roca Rey, a quien apenas conocía antes de grabar y con el que no tiene una relación, no le gustó el trabajo acabado, y tampoco a su mánager, algo que atribuyó a que "no juzgan el filme artísticamente, se juzgan a sí mismos", da la sensación de que el torero parece haber retomado en sus carnes esa tradición que unía cultura y toreo.