Al dar un paseo por la parte "vieja" de San Sebastián resulta muy difícil imaginar lo distinta que era la ciudad hace solo 25 años. Ya no existen esas herriko tabernas que olían a hachís como para tumbar a un ejército, decoradas de manera siniestra con simbología abertzale y las sempiternas fotos de los euskal presoak.
Por las calles, hoy nutridas de turistas surferos y donostiarras bien vestidos que salen a comer pintxos, no queda rastro de aquellos carteles aún más siniestros con la foto de algún concejal o intelectual en una diana. Ni se montan batallas campales cada dos por tres en el centro que destrozaban todo a su paso. Incluso casi ha desaparecido ese característico look jarrai, las juventudes abertzales, ese peinado imposible con el flequillo "aplastado" en la frente, la melenita a cuchillo sobre la nuca y el aro en la oreja.
Ha cambiado todo tanto que podría pensarse que han pasado mil años desde entonces, pero como nos recuerda La infiltrada, ese País Vasco enzarzado en una ola interminable de miedo, violencia y odio aún existía al despuntar el milenio. Inspirada en la historia real de Arantxa Berradre, nombre en clave, la policía que se infiltró sin ser descubierta durante ocho años en ETA, uno de los logros de la película, y tiene varios, es regresar a ese mundo de locos y retratarlo con talento y cuidado en la puesta en escena.
La agonía de ETA
Arranca la película a principios de los 90, momento en el que la banda terrorista ya no mataba tanto de manera indiscriminada como en Hipercor de Barcelona (21 asesinados en 1987) o el cuartel de Zaragoza (11 muertos el mismo año), sino que prefería el tiro en la nuca a personalidades de signo político contrario. Vemos también ese momento de "crisis" dentro de la propia organización cuando el cruel asesinato de Miguel Angel Blanco en 1997 provocó una fuerte reacción de protesta en la sociedad española y vasca, debilitándolos.
Con una lograda fotografía de tonos grisáceos que recuerda a una película muy distinta pero de tema similar como Infiltrados (Martin Scorsese, 2006), La infiltrada "engancha" como el mejor de los thrillers y retrata con audacia y conocimiento de causa una época histórica reciente que hoy parece difícil de creer.
No es una película maniquea de manera que resulte inverosímil o simplista, pero también deja claro que el hecho de que los buenos, la policía, no fuera perfecta no cambia el fondo moral del asunto. Porque lo de ETA fue una carnicería con 850 muertos perfectamente inútiles como se recuerda al final en los créditos y cualquier otro calificativo en nombre de una inmoral equidistancia es sencillamente injusto.
Vemos el machismo, atroz, de la Policía nacional, acorde con el de la sociedad en general, donde muchos no se fían de que una mujer como la aguerrida Arantxa, que no puede ni comunicarse con sus padres, pueda llevar a cabo con éxito una misión tan peligrosa. Aquí, Carolina Yuste, "musa" de Arantxa Echevarría en una película tan distinta como el romance lésbico en el mundo gitano, Carmen y Lola (2018) se crece con su personaje.
La "infiltrada" no duda, pero tampoco es invulnerable, se equivoca poco, pero se equivoca, y al final corre el peligro de dejarse llevar por un cierto fanatismo. Al cine español siempre le ha costado crear héroes, algo que se le da mucho mejor al americano e incluso al francés, y aquí lo logra. Es un personaje admirable.
La película tampoco oculta las torturas en el siniestro cuartel de Intxaurrondo y muestra también, sobre todo, la descoordinación de la Policía Nacional y la Guardia Civil, que más que colaborar en una misma causa van pisándose la una a la otra, complicando las cosas. Y luego están los políticos, claro, que la van liando.
La irrupción del Mal
Aunque la identidad real de esa "Arantxa" sigue siendo secreta, sabemos que sigue trabajando para la policía en el extranjero, la película llama por su nombre a los dos etarras con los que llegó a convivir. La infiltrada no carga las tintas contra Kepa Echevarría (Iñigo Gastesi), un killer de la banda con el que la policía comparte apartamento durante años que más que un psicópata, lo vemos como una víctima de un intenso lavado de cerebro, de un entorno que ha ido perdiendo el juicio y la moral devorado por su propio fanatismo. Echevarría se ha envilecido y nada justifica sus crimenes, pero también es víctima de una locura colectiva.
El Monstruo con mayúsculas aparece en la forma de Sergio Polo (Diego Anido), que está impresionante en su interpretación de un criminal de la peor especie, un tipo malvado que simplemente encuentra en ETA el lugar en el que desarrollar sus peores instintos y que aún parezca que lo que es pura villanía tienen un fin noble. La suya es una aparición fugaz pero cuya fuerza y violencia marca la película.
Porque La infiltrada, sin ser maniquea, no confunde las cosas y el coraje de Arantxa/Yuste se convierte en el coraje de todo un país, el vasco que le acabó dando la espalda al terrorismo a pesar del miedo pero también de la democracia española, que con toda su dificultad para superar los modos autoritarios del franquismo, supo ganar la partida. Luis Tosar, como superior en la policía de la infiltrada, brilla en su personaje, al representar a un tipo decente y listo que refleja, como la propia película, el éxito colectivo del fin de la sanguinaria ETA.