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Es totalmente lógico que Quentin Dupieux dedique una película a Salvador Dalí, el pintor del siglo XX que logró una inmensa fama mundial con sus cuadros surrealistas. No solo porque este año se cumple el centenario del movimiento, también porque el director francés es el más surrealista de los directores contemporáneos.

Para muestra, varios botones. En sus tiempos como dj, a principios de siglo, cuando se hacía llamar Mr. Oizo, se ponía la careta de un muñeco que lo representaba en los vídeos musicales. El muñeco, se llamaba Flat Eric, y aparecía en el vídeo de su hit más espectacular, Flat Beat. Era solo el principio de su prolija trayectoria en el mundo del surrealismo.

La primera película de Dupieux que llegó a los cines españoles fue Mandíbulas (2021), sobre una pareja de amigos cuarentones, fracasados en toda regla y catastróficos, que después de encontrar una mosca gigante en el maletero de su coche pretenden forrarse con ella. En Increíble pero cierto (2022), un sótano tiene la propiedad de "rejuvenecer" a quien lo visita pero al mismo tiempo quita tiempo de vida en una parábola sobre la obsesión por no envejecer. En Fumar provoca tos (2022), se burla del cine de superhéroes y el team building en una película sobre un "comando tabaco" que lucha contra el tabaco y se va de "retiro".

Y en Filmin, una joya, Yannick (2023), una película pequeña, casi minúscula. Trata sobre un joven que va al teatro en París, no le gusta la obra, la interrumpe, acaba secuestrando el teatro y montando su propia representación. Al final, acaba siendo una película sobre la soledad. Hasta llegar a esta Daaaaaalí!, en la que vemos a un Dalí que habla en francés, y que es en todo sentido, “padre artístico” de este Dupieux para el que la realidad es una mezcla de fantasía, subjetividad y claro, surrealismo.

El genio, el tirano y el corazoncito

En Daaaaaalí! (son seis "es" en consonancia con su propia forma de referirse a sí mismo) al artista lo interpretan varios actores de distintas edades. Para ser exactos, cinco: Gilles Lelouche, Jonathan Coen, Pio Marmaï, Edouard Baer y Didier Flamand. La miga del asunto es que no se trata de que veamos al genio en diversas épocas de su vida si no que siempre está en la misma, no sabemos exactamente cuál porque se mezclan, pero siempre se sitúa en la misma línea temporal.

La trama trata sobre una periodista (Anaïs Demoustier), siempre la misma, que trata una y otra vez primero de entrevistarle y después, porque solo se presta a ser entrevistado con una cámara, a hacer una película sobre él. Una película que nunca llega a hacerse porque una y otra vez pasa algo que lo impide. A su vez, podría ser también que toda la película fuera el sueño que un cardenal cuenta en una cena porque desde la primera secuencia, maravillosa, en la que Dalí recorre eternamente un pasillo, dando cuenta visualmente de la distancia entre el "genio" y la humilde periodista, en Daaaaaalí! todo es daliniano.

Rodada en Cadaqués y Port Lligat, donde míticamente residía, vemos a un Dalí hiperbólico que siempre habla de sí mismo en tercera persona (solo en una ocasión se le escapa el "yo" y se corrige), se da muchísima importancia y pinta a Gala, que es más bien fría como un témpano. Un Dalí que va en Rolls Royce (el coche de John Lennon, dice), está ansioso por ser querido, dice boutades como que no soporta a los niños y aún menos los dibujos infantiles y se define como "anarquista y monárquico".

En la película abundan las imágenes dalinianas, al gusto del propio Dupieux como ese "piano-fuente—piscina" o el tipo que se sujeta una malformación en el cráneo con un palo. La historia contrapone, por una parte, a la "pobre" periodista, siempre ninguneada por Dalí y por su propio jefe (Romain Duris), que la llama "panadera", y al genio encumbrado pero solitario, dolido por su vejez.

La película no distingue entre persona y personaje. Dalí no se comportaba como Dalí, era así todo el rato. Visualmente audaz y original, como siempre en el cine de Dupieux detrás de tanto "disparate" en lo que parece una comedia del absurdo, late una sincera humanidad, una cierta ternura incluso. Quizá su mayor acierto sea mostrar a un Dalí divo e insoportable pero al mismo tiempo extrañamente dulce y entrañable, como si detrás de tanto artificio ya hubiera dado en la diana de su corazoncito.