En 2021, Javier Giner, profesional ampliamente conocido dentro del sector audiovisual, publicó el libro Yo, adicto. En él relataba su experiencia en un centro de desintoxicación. En aquella novela frontal, dotada de una contagiosa fluidez, Giner no buscaba sentar cátedra ni abonar de justificaciones una confesión que, antes que cualquier otra cosa, era un testimonio personal e intransferible que, sobre todo, le servía para explicarse a sí mismo y para entenderse. Ahora, el propio Giner se sitúa detrás de las cámaras, secundado por Elena Trapé (Les distàncies), para traducir en imágenes una historia que, por su propia construcción literaria, plantea numerosas dificultades.
Pregunta. Yo, adicto era un libro confesional y uno de los riesgos de ese paso al soporte audiovisual era que el texto en primera persona se tradujese en una voice over invasiva. ¿Cómo fue ese proceso?
Respuesta. Uno de los grandes retos de la adaptación era cómo transformar un monólogo interior en un artefacto audiovisual asumiendo el principio que afirma que los personajes son las acciones y no lo que dicen y, además, sabiendo que lo que se relata es un proceso interno que se ha de exteriorizar. Así que a la cuestión de la voz en off estuvimos dándole vueltas durante mucho tiempo. De hecho, la primerísima versión de guion no tenía voz en off, era mucho más, digamos, naturalista, realista.
»Sin embargo, yo notaba la ausencia de esa especie de maestro de ceremonias que te recuerda constantemente que lo que estás viendo es una historia que se está contando desde otro lugar. Es decir, sabemos que el personaje principal que estás viendo en pantalla sobrevive y no sólo sobrevive, sino que además está haciendo la serie que tienes delante. Con la introducción de la voz en off se establece esa especie de metanarrativa juguetona que me permite jugar con el público.
»He de decir, y esto es una cosa personal, que a mí las voces en off gratuitas, sobre explicativas o muy cargantes, me refiero a aquellas que conducen en exceso el relato o caen en el subrayado, normalmente me producen mucho rechazo como espectador. Así pues, el gran reto era determinar cuándo, cómo y en qué lugares la utilizábamos. De hecho, había mucha más voz en off de la que al final ha quedado, pero durante el proceso de montaje decidí ir eliminando partes precisamente por eso, porque me daba la sensación de que estorbaba.
P. Capítulo a capítulo la serie va cambiando. Cambia el tono, el tipo de montaje, determinadas decisiones de puesta en escena, incluso el género. ¿Por qué?
R. Sí, es cierto. Todo parte de una decisión que tomo desde el comienzo, que es que, para mí, la espina dorsal de la serie la constituye un viaje emocional. Es decir, a nivel narrativo la cosa es muy simple: hablamos de una persona y de su proceso de recuperación y reconciliación. Lo que a mí me interesaba, y es lo que he intentado hacer, es contar un viaje puramente emocional y lograr que el espectador, de alguna manera, se sienta atravesado por las emociones que experimenta el protagonista.
»Para hacer eso he utilizado todas las herramientas que he tenido a mi alcance. Cada capítulo de Yo, adicto es como es porque Javier (Oriol Pla) en ese momento es como es. El primer episodio es confuso, desolador, seco, apabullante e incluso histérico, ¿no? Y lo es porque el protagonista experimenta exactamente eso. De ahí se inicia un viaje hacía hacia la serenidad, que es algo que se observa claramente en la propia interpretación de Oriol (Pla). Creo que todo eso está muy medido para que, capítulo a capítulo, tú, como espectador, de manera casi inconsciente, estés haciendo un viaje emocional junto al personaje.
»Una de las primeras cosas que yo le digo a Elena Trapé (codirectora de la serie) es: "tenemos que desaparecer como directores". No podíamos inmiscuirnos en la corriente de emoción que tenía que fluir entre la pantalla y el espectador. Y para alcanzar ese objetivo lo único que podíamos hacer era acompañar al personaje principal y a todos aquellos que le rodean. Debíamos captar a esa gente y ese ambiente de la forma más directa y menos artificiosa posible. Y con acompañar me refiero a hacerlo con todos los elementos: con la cámara, con la música, con la luz, con el montaje, incluso con los propios diálogos.
»El viaje de la serie y del personaje es un viaje desde la confusión y la oscuridad hacia la serenidad y la luz, y la serie va mutando para dirigirse hacia ese lugar. Si te fijas, y esto no es un spoiler, el último plano es un plano secuencia donde Oriol (Pla) no tiene nada alrededor, está sin anclajes, absolutamente desnudo en un sentido metafórico frente al espectador. Cuando hablaba de transmisión directa entre lo que ocurre en la pantalla y el público me refería a eso, aquí hay, literalmente, una transmisión directa entre una mirada (la de Oriol) y otra (la del espectador).
P. Adoptas una puesta en escena muy física, con la cámara pegada a la piel de los personajes, a veces da incluso de la sensación de que quiere meterse en el interior de la cabeza del protagonista. ¿Qué motivó ese tipo de aproximación?
R. Perseguía un objetivo imposible que me puse desde el principio y que incluso el propio personaje verbaliza en uno de los capítulos finales cuando afirma que "no se puede capturar la vida". Sé que no se puede hacer, pero quería acercarme lo máximo posible a eso.
»Hay una apuesta muy consciente en todo lo que tiene que ver con la eliminación del artificio. No quería que la forma fuera una distracción, y soy consciente de que muchas personas lo pueden valorar como algo formalmente pobre, pero es una decisión ultra consciente.
»La propuesta, como he dicho, implica la realización de un viaje emocional y para ello hay que acompañar constantemente al protagonista. Es, por lo tanto, una serie hecha por y para actores. No quería que se nos viese a nosotros como directores y creo que, en ese sentido, es heredera del cine de Cassavetes. Me refiero, por ejemplo, al sostenimiento del primer plano, a darle un uso expresivo a ese tipo de composiciones cercanas, no para que se vea al actor, sino para que tú como espectador estés obligado a transitar las emociones que estás viendo en sus ojos.
P. Hay secuencias cuya duración las dota de una intensidad por momentos insoportable, como por ejemplo la discusión entre Javier y su padre en el quinto episodio. ¿Por qué decidiste alargar tanto ese tipo de pasajes?
R. Hay muchos momentos en los que, entre comillas, me permito ciertas licencias que son absolutamente conscientes. La secuencia que has mencionado sería una de ellas, pero también está el paseo de Javier con su madre, un paseo en el que no hay diálogos y que es extremadamente largo. No son efectismos, lo que busco es que el público sienta y piense lo mismo que el protagonista que, en este caso es ¿cuándo cojones voy a salir de aquí? Javier está sintiendo eso en ese momento. Cuando Javier acompaña a su madre andando parece que esté atravesando un túnel para el que no hay salida, es eterno, y el espectador también debe pasar por ahí.
»En cuanto a la discusión familiar, es cierto que la puedes contar en cinco minutos, Esa discusión creo que dura más de veinte minutos y hay un monólogo de Oriol (Pla) que es de, aproximadamente, diez minutos. ¡Claro que el monólogo puede durar tres minutos y la discusión ser mucho más corta! Pero la idea es otra, la idea era meter al espectador dentro de una olla a presión, ponerle incómodo, removerle, que en su inconsciente salte la pregunta de ¿por qué me están obligando a ser testigo de esto? Eso está hecho a conciencia.
»Creo que todo el capítulo quinto es muy arriesgado porque está escrito, dirigido y concebido como una obra de teatro de cámara. Encerramos a la audiencia en dos localizaciones, la consulta del psicólogo y la casa de Javier. Ese encapsulamiento, la retirada de todo aquello que, entre comillas, podía entretener al espectador, como la aparición de otros personajes u otros escenarios, queda fuera. El capítulo quinto reúne todo aquello que te dicen que nunca debes hacer en televisión que es encerrar al espectador, negarle cualquier asidero y decirle que no hay escapatoria, que va a tener que pasar por ahí igual que pasa Javier.
»De hecho, el momento explosivo del quinto capítulo, que es el largo monólogo de Oriol (Pla) para muchos espectadores funciona como una liberación catártica, y esto lo digo porque gente que ha visto la serie y me ha dado feedback de que lo ha vivido así. Aunque haya sido de manera inconsciente, has ido pegado a él, experimentando lo mismo que él, y cuando llegas a ese punto, explotas con él.
P. En función de las decisiones que acaba de explicar, la serie se entrega a la eficacia de los actores, especialmente de Oriol Pla. ¿Lo cree así? ¿Cómo fue el trabajo con ellos?
R. Lo que más me preocupaba de la serie eran, entre comillas, los actores, sobre todo porque si eliminas todo artificio, si no quieres que se note la mano del director -aquí no hay drones, ni grúas, ni sinfonías- lo que me quedan son los actores, y eso es una apuesta mía, clara y directa, que busca que tú como espectador y yo como narrador nos encontremos en el sitio más veraz posible.
»Al final, la serie es, también, una reivindicación que pasa por dotar de humanidad a personas que normalmente o están marginadas o están silenciadas, personas infrarrepresentadas que no aparecen en la ficción y que cuando aparecen están condenadas a ser retratadas desde el estereotipo que Yo, adicto pretende desmontar desde su base.
»Para hacer eso necesitaba, aparte de a actores en estado de gracia, que me acompañasen en todo este proceso. Hay una cosa que, a mí, personalmente, me produce mucho orgullo, que es que todos ellos hacen un trabajo hiper valiente, sin red de seguridad, van a tumba abierta, haciéndose cargo de personajes extremadamente complejos no sólo de interpretar, sino de interpretarlos del modo en el que ellos lo hacen. Primero, porque no tienen el apoyo del estereotipo. De hecho, creo que estos actores trascienden la interpretación en el sentido de que no detectas qué herramientas han utilizado para encarnar esos personajes, hasta el punto de que me he encontrado con gente que pensaba que algunos de los actores secundarios eran personas reales haciendo de sí mismos.
»Lograr eso es posible porque hemos tenido unos periodos de ensayos larguísimos, impensables en el audiovisual digamos más ortodoxo y porque ellos han venido con muchas ganas. Se han puesto en mis manos no ya como actores, sino como seres humanos que sentían una responsabilidad y un compromiso con lo que estábamos contando. Al final ha sido como ensayar una obra de teatro, casi como si hubiésemos creado compañía. Mi objetivo era llegar al set y que ellos estuviesen tan seguros habitando a sus personajes que, pasase lo que pasase, yo sabía que iba a estar bien.
»Me siento orgulloso de que una serie tan arriesgada con la que nos podíamos haber caído con todo el equipo, se sostenga tan bien. Y se sostiene por el trabajo de los actores y, especialmente, por el trabajo de Oriol Pla, que es el director de orquesta, el que lleva la batuta. Yo estaba muy obsesionado con esa idea de crear una especie de orquesta, donde todos los instrumentos estuviesen afinados, porque la sensación que tenía o la preocupación que tenía era que si, de repente, un violín desafinaba, todo se venía abajo. Y ahí, evidentemente, quien lleva la batuta es Oriol (Pla).
» A ver, yo no soy objetivo, pero el trabajo que ha hecho Oriol (Pla) en esta serie me parece que lo he visto muy pocas veces en pantalla. Además, he vivido todo el proceso con él, he visto su compromiso, su generosidad, su entrega y la manera en la que ha trascendido la relación director / actor.
»Creo que con todos los actores se han establecido unos vínculos muy profundos, no sé si por el contenido de la serie o por las cosas sobre las que habla, y eso nos ha llevado a trabajar desde nuestra humanidad, desde el cuidado y desde el cariño.
La serie es una reivindicación por dotar de humanidad a personas que normalmente están marginadas y silenciadas
P. Anais, la educadora social que encarna Nora Navas, funciona casi por oposición a Javier. Es, además, un personaje sin arco narrativo, que no evoluciona a lo largo de la historia.
R. Quizá la actuación de Nora (Navas) pase más desapercibida, pero yo me siento muy orgulloso de ella. Su personaje tiene los diálogos más difíciles de la serie, algunos son imposibles de decir, y además yo no le permito que sea nada más allá de su profesión.
Todo eso viene provocado porque el tratamiento del punto de vista no puede ser más claro y contundente: es el de Javier. Así que el espectador no puede saber nada del personaje que encarna Nora (Navas).
»Eso un reflejo absolutamente veraz de la realidad: como enfermo, el vínculo que te une a esos profesionales no es un vínculo personal, por muy personal que sea lo que les estás contando. De hecho, hay un momento en el que Javier le dice a Anaís, "tía, dame algo, que tú lo sabes todo de mí, y yo no sé nada de ti".
»Eso es algo absolutamente real. Recuerdo que en muchas de las terapias le decía a Anais "oye, pero cuéntame algo tuyo" y no pueden porque si no el proceso terapéutico se desmonta. Ella es un muro. Y ahí Nora (Navas) hace un trabajo súper humilde, súper bonito y súper orgánico. Muchas veces la veo y me digo, "¿cómo puede sonar tan bien lo que está diciendo?". Y lo hace desde un sitio tan pequeñito, tan poco necesitado de foco, que a mí me emociona mucho. Y la dupla Oriol Pla-Nora Navas me parece que es eléctrica.