Tenía que llegar. Tarde o temprano, tras varios fallidos intentos de recuperar el aliento épico que convirtió Gladiator (2000) en éxito de taquilla y crítica, con títulos tan irregulares como El reino de los cielos (2005), Robin Hood (2010), Éxodo: Dioses y Reyes (2014), El último duelo (2021) o Napoleón (2023), Ridley Scott ha decidido, nunca sabremos hasta qué punto presionado por las circunstancias, seguir la estela de su noble y sacrificado Maximus.
El director vuelve a llevar al público a la arena del circo romano, con sus bárbaros juegos a vida o muerte, pero también con nuevas y espectaculares batallas, conspiraciones y luchas políticas, desarrollando al máximo los elementos tradicionales de un género, el péplum, que resucitó a comienzos del nuevo siglo y milenio gracias a su propio Gladiator.
Casi desde el primer momento, confirmado el triunfo de la arriesgada jugada original de Scott, se empezaron a fraguar posibles secuelas e incluso precuelas. Si el juego de Hollywood siempre fue aprovechar sus éxitos (y hasta sus fracasos), en las últimas décadas la sobreexplotación de franquicias, personajes y títulos señeros ha llegado a extremos inéditos, aparentemente inagotables pero quizá agotadores para más de un espectador.
Entre las ideas que se manejaron para continuar la historia de Gladiator, quizá la más excéntrica fuera la pergeñada hacia 2006 por el músico de culto Nick Cave, que hacía retornar a Maximus del más allá comisionado por los dioses paganos con la misión de… ¡matar a Jesucristo!
A imagen y semejanza del Judío Errante (o del mítico Longinus), Maximus acababa convertido en guerrero inmortal y maldito, atravesando las distintas eras hasta llegar al presente, ocupando un poderoso puesto en el Pentágono. Se nota que el viejo Nick ha leído con provecho a Michael Moorcock, pero eso no evitó que, por supuesto, su guion fuera amablemente rechazado. ¡Quién sabe si hubiera resultado bien!
Al final, ha predominado el sentido común y Gladiator 2, en la tradición de la exploitation clásica, no nos ofrece un Maximus interpretado por el cascado Russell Crowe, sino a su hijo y supuesto heredero del Imperio, Lucius, encarnado por Paul Mescal, involuntaria víctima de las maquinaciones por la sucesión entre los emperadores Geta (Joseph Quinn) y Caracalla (Fred Hechiger).
Aunque repite algún intérprete del original, como Connie Nielsen en el papel de Lucilla, madre de Lucius, y Derek Jacobi, el viejo Cla… Cla… Claudio de Yo Claudio (1976), como Gracchus, dispuesto a morir con las cáligas puestas, la mayoría del reparto es nuevo, incluyendo a Pedro Pascal como el ficticio general Marcus Acacius, villano de la función, o al viejo amigo de Scott Denzel Washington como Macrinus, antiguo esclavo que dirige un negocio de gladiadores pero está decidido a conquistar Roma.
Con estos personajes sobre el tablero, a juzgar por lo que hemos podido ver antes de su estreno este 15 de noviembre, Gladiator 2 arranca, siguiendo la secular tradición de las secuelas, de forma muy similar a su antecesora, casi como remake. Pero como es también tradicional en la nueva era digital, se trata de ofrecer al espectador más, pero que mucho, mucho más de lo mismo.
Scott ha podido meter en la arena ejércitos enteros, animales salvajes, inspirándose, como para la primera película, en las descripciones del libro Los que van a morir del historiador pulp y tragasables de circo Daniel P. Mannix, que ha servido también de base para la reciente serie del mismo nombre producida por Roland Emmerich. Libro editado en España con el sobrio y engañoso título de Breve historia de los gladiadores (Nowtilus).
La magia digital, combinada con efectos físicos —en los primeros meses de rodaje en África del Norte el incendio de un decorado causó heridas a varios extras y técnicos— y escenarios naturales, permite ahora que las batallas sean inmensas, por mar y tierra (aunque todo tenga un poco el aire del Canal Historia o National Geographic), que las peleas sean más sangrientas y que por el Coliseo desfilen mandriles salvajes y hasta un gigantesco rinoceronte blanco, que nos obligan a la suspensión de la incredulidad tanto o más que los viejos leones de peluche a los que se enfrentaran Maciste y Ursus.
Ya puestos, ¿no hubiera sido mejor entrar de lleno en un Universo Gladiator, una historia paralela de Roma, con dragones, dioses y hechiceros? Si Macrinus, de noble origen bereber, jurista, burócrata y prefecto de la guardia pretoriana puede ser antiguo esclavo, maestro de gladiadores y tan negro como Denzel, fantasía no les falta a los guionistas.
Quienes han visto el filme, hablan de un espectáculo más histérico que histórico, entretenido y vistoso, que carece, sin embargo, de la convicción y el corazón —fuerza y honor— del primero. Veremos.
Ojalá que, como ocurriera con aquel, Gladiator 2 provoque otra avalancha de películas de romanos y aventuras seudohistóricas, ridículas y divertidas a partes desiguales. Lo dudo. Ahora el campo de batalla está en otro lado (series y plataformas, videojuegos e internet), pero peor sería que Scott repitiera la lamentable maniobra de Prometeus (2012), y nos veamos condenados, como nuevos Virgilios renuentes, a acompañar eternamente una franquicia Gladiator infernal e interminable, que, como los universos Marvel y DC, Star Wars, Tolkien o Star Trek, venga a subrayar una vez más la falta de ideas, frescura y novedad en el panorama actual de la narrativa audiovisual. Entonces podremos decir todos, cinéfilos, cinéfagos, críticos y espectadores: “¡Ave, Hollywood! Los que se van a aburrir te saludan”.