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Si los actores, por su trabajo, suelen vivir varias vidas en una, en el caso de (Sir) Christopher Lee habría que al menos duplicar la apuesta, pues el intérprete británico, al margen de su carrera actoral y su origen aristocrático, también ejerció de militar en el ejército finlandés y británico, de espía cazador de nazis en la posguerra e incluso acabó convirtiéndose en estrella nonagenaria del heavy metal.

El 27 de mayo de 1922, con el nacimiento en Londres de Christopher Frank Carandini Lee, comenzaba un nuevo capítulo de la aristocrática familia italiana Carandini, un noble linaje que, en teoría, se remontaba hasta el mismísimo Carlomagno.

Su madre la condesa Estelle Marie Carandini di Sarzano, musa de conocidos artistas de la época como John Lavery, Oswald Birley y Clare Sheridan, para quienes posó en diversos retratos y esculturas, contrajo nuevo matrimonio con el banquero Harcourt George St-Croix Rose, tío del escritor Ian Fleming, el creador de James Bond, y sin saberlo todavía, el pequeño Lee tenía ya una cita cinematográfica pendiente con el destino.

El documental Vida y muertes de Christopher Lee (Movistar +), dirigido por Jon Spira y narrado por el cómico Peter Serafinowicz —que pone voz a extractos de las memorias del actor a través de una marioneta resultona y perfectamente caracterizada—, relata la biografía de Lee a través de los distintos aspectos que conformaron una extraordinaria vida a la altura de los estrambóticos personajes que interpretó a lo largo de su carrera, contando además con testimonios de directores-admiradores que trabajaron con él como Joe Dante, John Landis y, por supuesto, Peter Jackson.

Y es que ya de pequeño, gracias a las relaciones de su familia, conoció en Inglaterra a los asesinos de Rasputín (a quien después interpretaría en la película homónima de 1966) y también tuvo el extraño honor de presenciar en Francia la ejecución de la última persona guillotinada en público, evento que le marcaría para siempre.

Se alistó en el ejército para ir a la guerra y acabó luchando en la RAF (la fuerza aérea británica), más tarde ayudó a dar caza a criminales nazis en operaciones especiales, tema sobre el que no confesaría nada en el futuro, acogiéndose al acta de secretos oficiales que firmó.

De vuelta a Londres en los años posteriores al conflicto bélico, enfundado en un traje azul y con 200 gramos de metralla incrustada en las nalgas por culpa de una explosión, Lee decidió probar en una industria cinematográfica británica que estaba en plena apogeo, aunque en aquella época ser actor no fuese precisamente lo más glamuroso, con jornadas de nueve horas al día con un descanso para el té de 15 minutos y una hora para comer.

Con 24 años debutó en el mundo del cine de la mano del director Terence Young en la película La Extraña Cita (1948) y el problema que producía su imponente altura (1,96 centímetros) se solucionó de la manera más rápida y efectiva haciéndole actuar sentado durante toda la escena. Mientras tanto, en los años siguientes, el actor británico comenzó a participar en más ocasiones con personajes secundarios en películas no especialmente muy reconocidas, como El príncipe Negro (1954) en la que en un duelo espadachín, Errol Flynn (que no parecía ser muy buen esgrimista) casi le corta un dedo, dejando a Lee una cicatriz de por vida, que siempre mostraba orgulloso.

Los colmillos de Drácula

A mitad de los años 50, la productora británica Hammer llevaba casi dos décadas haciendo películas de bajo perfil con técnicas innovadoras que adaptaban temas bastantes conocidos de la radio de la BBC, dirigidas específicamente al mercado estadounidense. Películas no malas, pero tampoco ejemplares hoy consideradas como neo-noir.

Pero la productora necesitaba una nueva fórmula y un nuevo gancho, y por fin encontraron la gallina de los huevos de oro al recurrir al género del terror macabro, que a partir de entonces sería desde donde se sustentaría su identidad y su fortuna. Allí, Christopher comenzaría con su primer papel en La maldición de Frankenstein y el resto es historia.

Porque cuando al año siguiente, en el verano de 1958, interpretó al conde Drácula en la película de Terence Fisher Horror of Dracula, los ocho minutos que estuvo en pantalla cambiarían su vida para siempre, convirtiéndolo en una suerte de oscura estrella pop, gracias a que numerosas mujeres jóvenes quedaron fascinadas por su caracterización vampírica, —e instalando de paso los icónicos y grandes colmillos en la cultura popular—, que le transformarían en uno de los villanos más carismáticos y sexis del momento.

Su profunda amistad y química con el actor Peter Cushing les llevaría a protagonizar más de una quincena de películas juntos, dos estilos diferentes pero complementarios. Peter interpretando el personaje humano mientras Christopher siempre el monstruo, convirtiéndolos prácticamente en una versión tenebrosa de Laurel y Hardy.

Un tándem que inevitablemente disfrutaba dando lo mejor de si en estas películas histriónicas y poco sutiles que acabaron siendo reverenciadas tal y como recuerda, entre risas, el director norteamericano John Landis: "Ellos dos siempre aportaron convicción a cualquier mierda en la que estuvieran juntos".

Durante este tiempo la Hammer se convirtió en una especie de familia para él en una serie de rodajes donde se repetía prácticamente el mismo equipo técnico película tras película. Pero también su demanda constante para interpretar estos personajes sórdidos dejaba atrás la posibilidad de conseguir protagonistas románticos o héroes de matinée, obligándole, además, a actuar en algunas ocasiones en estas películas sin desearlo realmente ante la responsabilidad de dejar tirado a todo un equipo que, en gran parte, dependía económicamente de su presencia en los filmes.

De tal manera que el documental también se centra en cómo el personaje que le había dado tanta relevancia, acabaría convirtiéndose en una losa difícil de dejar atrás, un encasillamiento que le llevó a buscar desesperadamente nuevos personajes queriendo pasar página cuanto antes mientras envidiaba el aura de prestigio que tenían otros actores como Michael Caine.

Cuando se mudó a Suiza por motivos fiscales y gracias a su variedad de idiomas (hablaba italiano, francés y alemán con sorprendente fluidez), acabó haciendo todo tipo de papeles en producciones europeas de bajo presupuesto. Conoció a Mario Bava y a Jess Franco, con el que decidió rodar su particular versión de Drácula en Barcelona,  mientras que el cineasta experimental Pere Portabella registraría aquel singular rodaje para la posteridad a través del documental vanguardista Drácula Barcelona (2017) que plasma de manera bastante psicodélica el encuentro entre dos cineastas que se movían hábilmente en los márgenes de la industria.

La muerte os sienta tan bien

Después de 23 años en la interpretación y de más de 100 películas hechas, por fin en ese momento pudo trabajar a las órdenes de un director al que admiraba como Billy Wilder en la excelente La vida privada de Sherlock Holmes (1970). Al fin le llamaba uno de los grandes.

Y más tarde cuando en 1974 Christopher Lee encarnó al malvado megalómano Francisco Scaramanga en la película de James Bond El hombre de la Pistola de Oro, acabó recibiendo buenas críticas por su interpretación y el ansiado reconocimiento internacional, sin duda uno de los mejores villanos de la saga aunque el filme estuviese lejos de ser uno de las grandes éxitos de la franquicia Bond en la taquilla de aquella época.

Christopher decidió mudarse a Hollywood donde a partir de entonces conseguiría un flujo de trabajo bastante continuado. Un periodo muy fructífero en el que llegó a compartir pantalla con leyendas como Jack Lemmon, Olivia de Havilland o James Stewart en la catastrofista Aeropuerto 77 donde, por supuesto, su personaje volvía a morir una vez más, pero en este caso bajo el agua, lo cual le llevó a una preparación especial para ello. Lee, el rey de las muertes más variadas.

Su versatilidad y curiosidad constante le llevaron a interpretar durante los siguientes años todo tipo de pequeños papeles de villano que simultaneaba en varias películas que se rodaban al mismo tiempo, sin plantearse si realmente había algún mérito artístico en ello y sobre todo por huir como la pólvora de la imagen que arrastraba de la Hammer.

De hecho cuando fue nombrado caballero por la reina Isabel II en 2009, el intérprete también dejó claro que le gustaría ser recordado por el film Mohammed Ali Jinnah (1998) donde encarnó al fundador de Pakistán así como por sus mas recientes trabajos sin nombrar en ningún momento ninguna de sus anteriores películas exploitation. Y cuando Peter Jackson durante el rodaje de El Señor de Los Anillos le pidió que le firmase un poster de The Taste Of Blood Of Drácula el actor aceptó torciendo el gesto mientras escribía la frase "Querido Peter, esto pertenece a otra vida". 

Más duro que el Metal

La recuperación del actor británico en la etapa final de su carrera por directores que habían sido influenciados por sus películas, como Tim Burton o las trilogías de Lucas y Jackson, le llevaría merecidamente a un nuevo estatus de reconocimiento intergeneracional y su interpretación de Saruman (aunque él realmente siempre quiso interpretar a Gandalf) quedaría como su última gran rúbrica actoral.

En 2007 entró en el libro Guinnes de los récords por su participación en 244 películas, pero este no sería su último triunfo, y es que las inquietudes artísticas de Lee le hicieron adentrarse en el mundo de la música para, con 90 años ya cumplidos, convertirse en la persona más longeva en aparecer en las listas musicales de éxitos gracias a su villancico Jingle Hell con su banda de heavy metal.

Sus intentos pasados por haber querido ser cantante de ópera quedaron resarcidos, en parte, gracias al poder redentor del rock y, además, en un encuentro con Tommy Iommi guitarrista de la legendaria banda metalera Black Sabbath, éste le reconoció que el heavy metal surgió gracias a la influencia de las películas que había protagonizado en la Hammer.

Finalmente el 7 de junio de 2015, Christopher Lee fallecía a los 93 años y,  curiosamente, pasó la última noche de su vida viendo El Señor de los Anillos en la televisión del hospital como fan acérrimo de Tolkien que era (leía religiosamente los libros una vez al año) mientras relataba todo tipo de detalles de la película y de su actuación a las enfermeras que lo cuidaban.

Y es que echando un vistazo rápido a su carrera se podría decir que la muerte igual no le pilló tan de sorpresa, después de haber representado más de sesenta variadas defunciones de los personajes malvados a los que siempre trató de interpretar con altas dosis de dignidad personal. De hecho, cuando la gente le repetía que "siempre hacía de villano" él no dudaba en responder: "No, yo interpreto a personas. El bien y el mal dependen estrictamente de que lado estés".