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Oh, Canada supone el reencuentro entre el director Paul Schrader y el actor Richard Gere (Filadelfia, Estados Unidos, 1949) más de cuatro décadas después de El último gigoló (1980). Su nueva colaboración llega este 25 de diciembre a los cines y es un mosaico de la vida de un profesor universitario que rememora transgresiones y remordimientos en un documental cuando el cáncer y dos antiguos alumnos devenidos oscarizados realizadores lo animan a echar la vista atrás. La grabación se va alternando con flashbacks donde el protagonista va articulando un epitafio confesional frente a su esposa, interpretada por Uma Thurman.

Desde aquel drama al inicio de sus carreras sobre un acompañante masculino en Los Ángeles, Schrader y Gere han acumulado extensas filmografías y, en palabras del que fuera galán de cine en los años ochenta y noventa en Cannes, donde la película participaba a concurso en Sección Oficial, se han vuelto "más cascarrabias".



Tienen, en suma, más claro cómo quiere que sea el resultado de sus trabajos. A este respecto, comparte que el único escollo en este proyecto fue acordar el nivel de maquillaje antienvejecimiento que se aplicaba al protagonista, una decisión sobre la que estuvieron debatiendo un par de meses antes de comenzar a filmar.

"Todo iba a ser, básicamente, un primer plano. En un par de días filmamos las entrevistas al personaje, y queríamos que la apariencia fuera correcta y poderosa, una caracterización que no se notara demasiado ni muy poco", explica el también activista.

Gere destaca que la dinámica en el set con el guionista y director del Nuevo Hollywood no ha cambiado nada en estos 40 años. El responsable de los guiones de Taxi Driver (1976), Toro salvaje (1980) y La última tentación de Cristo (1988) para Martin Scorsese, y Fascinación (1976) para Brian de Palma, tiene fama de no dar muchas indicaciones durante los rodajes. Su trabajo principal radica en el momento de escritura.

"Paul no es hablador. Cuando dirige no intenta muchas cosas. Suele trabajar con cronogramas muy cortos, así que es muy preciso para poder ajustarse a los tiempos. De hecho, cuando ves la película, parece que hayamos contado con mucho más presupuesto y días de rodaje que los 17 en los que la filmamos", revela.

El largometraje adapta el penúltimo libro del malogrado novelista Russell Banks, Los abandonos. Schrader ya había llevado al cine su novela homónima Aflicción (1997). En esta segunda ocasión, escribió el guion con Gere en mente, lo que le da al proyecto una cualidad meta, no solo porque aborde el rodaje una película dentro de otra película, sino por el pasado en común de ambos artistas, lo que le da al conjunto el empaque de hallarnos ante un balance vital y profesional.

En el nombre del padre

Para encarnar al docente, Gere tuvo en mente a su propio padre, fallecido el año pasado a los 100 años. Según compartía, su progenitor fue un hombre genuinamente gregario. Una persona de sentimientos, más que de palabras: "Creció en una granja, ordeñando vacas, y era muy brillante. Fue agente de seguros, pero esa no era su expresión en el mundo. Amaba a la gente y amaba a los animales. Yo no soy del todo así (risas). Tuve que trabajar un poco para comenzar a sacarlo a relucir y fomentarlo en mi propia vida, y ahora he aprovechado mucho de su forma de ser, canalizándola y trayéndola a esta propuesta".

El protagonista de Días del cielo (Terrence Malick, 1978), Oficial y caballero (Taylor Hackford, 1982) y Pretty Woman (Garry Marshall, 1990) ha encontrado semejanzas entre la forma de encarar la muerte por parte su personaje en Oh, Canada con la de su padre. Sus temores no los despierta el fin de sus días, sino el dolor y la intrascendencia.

"Mi padre no tenía miedo a morir. En todo caso, tenía miedo a ser irrelevante a medida que se hacía mayor. Cuando se jubiló trabajó en el programa de entrega de comida a domicilio a personas mayores o aisladas Meals on Wheels y luego, con el departamento de educación de las escuelas locales de la ciudad donde vivía. No obstante, su preocupación por dejar de ser útil fue una constante. Especialmente cuando la Covid-19 le arrebató la interacción con la gente", se lamenta.

Entre el relevo y el legado

Su primogénito, Homer, apreció esta invocación de su abuelo en la gran pantalla y le transmitió a su padre lo mucho que reconocía en él sus gestos. El joven de 24 años acaba de graduarse en psicología y artes visuales y durante los últimos años en la facultad ha roto mano como actor. Richard Gere no sabe si se lo tomara en serio: "Está descubriendo la vida. Es muy joven. Cuando actúa me ha dicho que fluye y se conecta con su mejor yo, así que es algo maravilloso. Sería feliz si fuera terrible actuando, porque tendría la excusa para decirle: 'Cariño, olvídalo'. Pero resulta que es muy bueno".

Cuando era pequeño, Homer no estuvo expuesto al cine de su padre, entonces ya una estrella en Hollywood, porque muchas de sus películas eran para adultos. Hubo una excepción, el drama romántico medieval El primer caballero (Jerry Zucker, 1995), donde interpretaba a Lancelot. "Había suficientes caballos, acción, gente agradable y pompa, así que estuvo bien que mi hijo la viera".

El drama confesional que ahora interpreta le ha hecho recapacitar sobre su propio legado. Ha concluido que se decanta más por la huella que puede dejar en su familia que por la que deje atrás en la historia del cine: "En mi lecho de muerte no voy a pensar en mis películas, se lo aseguro. Me preocuparé por mi esposa, por mis hijos, por mis amigos y mis maestros. El trabajo de actor es increíble. Nunca minusvaloraría su importancia en mi vida y lo que me ha permitido hacer, pero no lo deifico".