Mélanie Thierry como Gwen en una escena de 'Morlaix' de Jaime Rosales

Mélanie Thierry como Gwen en una escena de 'Morlaix' de Jaime Rosales

Cine

Lois Patiño y Jaime Rosales flirtean en Róterdam con un megamix shakespeariano y un canto a la juventud

El regreso en el Festival de Róterdam de dos grandes del cine de autor, con 'Ariel' y 'Morlaix' respectivamente, marca el inicio de una temporada prometedora para el cine español.

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El Festival de Róterdam, al que desde ayer y hasta el 9 de febrero han sido convocados los perros verdes del circuito alternativo, es un buen primer termómetro para comprobar si el sello made in Spain sigue estando a la altura de los titulares triunfalistas del otoño anterior. Coproducciones y cortometrajes a parte, en Róterdam verán su estreno internacional La guitarra flamenca de Yerai Cortés de Antón Álvarez, que viene de San Sebastián, o Deuses de pedra, de Iván Castiñeiras Gallego, avalada por el Festival de Gijón. Pero Lois Patiño y Jaime Rosales son los nombres del cine patrio que más anticipación acarrean.

Lois Patiño festeja con Shakespeare en Ariel

Estos dos años, el realizador gallego ha viajado desde lo más recóndito de Galicia hasta el Japón hipermoderno (El sembrador de estrellas), a los templos de Luang Prabang y las costas de Tanzania (Samsara)… Para coquetear, igual que siempre, con los puentes entre no ficción, paisaje y antropología, pintando mares que supuran inquietud y fragilidad a partes iguales, cine ambient para amantes del granito.

Y aunque Ariel, presentada en la paralela Harbour, sigue siendo una película romántica, bellísima non plus ultra, para quienes esperaran otra Samsara meditativa y anargumental, el cambio será radical. Lois Patiño se ha aliado con Matías Piñeiro, el gran comentarista de Shakespeare (Isabella), para su realizar una primera película narrativa, una ficción dentro de los posibles, más popular (que no comercial, no se apuren…).

Con Piñeiro, el realizador ya colaboró en la relectura de La tempestad, Sycorax (cortometraje de 2021) y, de hecho, acabaron por no codirigir Ariel juntos sólo por problemas de agenda. De su compatriota, en cualquier caso, el cineasta toma tanto la fantástica actriz Agustina Muñoz, como un acercamiento juguetón y metaficcional a los best hits del corpus del celebérrimo dramaturgo británico.

Un fotograma de 'Ariel', de Lois Patiño

Un fotograma de 'Ariel', de Lois Patiño

Su personaje, Agustina (Muñoz, rompemos la cuarta pared), viaja a una pequeña isla de las Azores para trabajar con la compañía teatral Voadora (Marta Pazos, Hugo Torres y José Díaz, que también hacen de sí mismos), pero el viaje toma un giro al realismo mágico. En la isla, todo el mundo —abuelas, criaturas, marinos— vive por y para interpretar papeles de obras de Shakespeare... Paradójicamente, dirige esta sociedad satisfechamente condenada a la eterna repetición la mismísima Ariel (Irene Escolar), ninfa del aire que en La tempestad encapsulaba todas las bondades del libre albedrío.

Divertido, Patiño invoca un friso humano medio reconocible, donde todo lo que se dice nos suena declamado de otra parte y que, de hecho, como película tampoco teme a ser un megamix satisfecho de referencias. Pongamos: es una Niebla de Unamuno, ordenada por los arquetipos narrativos del folk horror, infusionados a la vez por la frialdad pictórica del cine de autor luso (Oliveira, Azevedo) y el humor extrañado de Aki Kaurismäki. Y que también es, en lo paisajístico, un precioso retrato de marca Lois. ¿Jugamos?

Jaime Rosales canta a la juventud en Morlaix

Rosales descubrió el pueblecillo bretón de Morlaix durante el rodaje de Petra y, dice, quedó prendado. Dos años después de Girasoles silvestres, el barcelonés ha vuelto allí para desplegar un coming of age melodramático alrededor del romance entre una adolescente tardía, Gwen (Aminthe Audiard, sobrina del cineasta Jacques), y una réplica del jovencísimo Jean-Pierre Léaud, un chaval parisino tan atractivo como cínico (es Samuel Kircher, al que vimos en El último verano de Catherine Breillat; él y su hermano Paul han ido cosechando todos los papeles de mauvais garçon del cine de autor contemporáneo).

La comparativa con el niño icono de Truffaut no resulta gratuita, pues Rosales se arropa en los visos modernos de la nueva ola francesa para retratar este affair, amorío tormentoso como sólo lo parecen las cosas del querer en la “edad del pavo”. Primero, flirteando con los diálogos obtusos y el cambio de formato (entre el 35mm en blanco y negro y el 16mm en color).

Pero después, porque la propia película encasilla a sus protagonistas bajo los sombreros de Karina y Belmondo sin actualizarlos de forma alguna: tan peliculeros y antipáticos, radicalmente atemporales y fascinantes como siempre. El gesto podrá verse como una celebración nostálgica o como un revolverse conservador, aunque lo cierto es que al replicar las formas de un cine que ya no se hace, igual que el coetáneo Philippe Garrel (último romántico francés, con Amante por un día o Los amantes habituales), Rosales se expone el apelativo de “viejo” antes que al de “vendido”.

No por viejo, el perro es menos sabio ni arriesgado. De hecho, Morlaix esconde una comprensión casi preocupante sobre los fundamentos del lenguaje audiovisual. Saltándose el rácord, descompensando los encuadres y sobrecomponiendo las imágenes, Rosales es capaz, en la línea de un Miró en la pintura, de simplificar las ideas y errar en el trazo para vibrar en consonancia con la historia que cuenta; cine al que le falta un hervor para un romance de gentes a medio cocer. Esta es una película deliberadamente fea, vieja y aburrida, pero lo es porque quiere.