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Angelina Jolie y Haluk Bilginer, que interpreta a Aristóteles Onassis
'María Callas': el crepúsculo alucinado de una diosa con una monumental Angelina Jolie
Es la reticencia de la actriz a dejar caer a la gran diva de la lírica en el pozo del patetismo la que inmuniza la película contra el paternalismo y la crueldad.
Más información: 'Maria by Callas': El misterio de Maria Callas
Con la exuberante y conmovedora María Callas, el cineasta chileno Pablo Larraín (Santiago, 1976) completa una trilogía de filmes biográficos centrados en el sino trágico de varias de las mujeres más célebres del siglo XX. Así, después de las desangeladas Jackie (2016) y Spencer (2021) –que exploraban los pliegues más sórdidos de las odiseas vitales de Jackie Kennedy y Diana de Gales–, Larraín eleva el listón de su cine para retratar, con respeto y pudor, el crepúsculo de la gran diva de la lírica.
Planteada como una suerte de ópera en tres actos, incluida una obertura y un epílogo, María Callas encuentra a su protagonista cuatro años después de su retiro de los escenarios. Con el corazón y el hígado malogrados por la adicción a los barbitúricos, y con la voz mermada por la falta de entrenamiento, la Callas de Larraín sucumbe a la soledad y la frustración en el interior de las lujosas estancias de su jaula de oro parisina.
Esta premisa argumental podría haber derivado en otro de los espectáculos flagelantes que han caracterizado la trayectoria del director de El club (2015) y El Conde (2023). Sin embargo, de entre las tinieblas del relato, emerge una figura indomable, cuya rebeldía trastoca los cimientos de un mundo patriarcal y cuyo genio artístico se arremolina como un vendaval aun cuando su declive resulta evidente. Como ocurría en la inspirada Neruda (2016), en María Callas el cineasta parece identificarse con el fulgor creativo de su protagonista, un proceso empático que alumbra una obra profundamente devocional.
Más allá de su condición de panegírico mortuorio, María Callas también deviene un perfecto receptáculo para el interés de Larraín por explorar los límites entre la fantasía y la realidad. El cineasta sitúa a Callas en un territorio de coordenadas difusas, plagado de espectros del pasado, cuando no imaginarios. “Lo que es real y lo que no es real es solo cosa mía”, afirma la soprano, indignada cuando su mayordomo pone en duda que su cita con un periodista sea auténtica.
Y, de hecho, los encuentros de la diva de 53 años con un joven realizador (Kodi Smit-McPhee) que quiere filmar un documental titulado La Callas: Los últimos días aparecen tocados por un aura alucinada. Resulta difícil no pensar en el cine de Roman Polanski cuando Larraín sumerge a Callas en situaciones que bordean la enajenación, pero cabe señalar que el filme no deriva en una espiral de degradación, sino que la protagonista mantiene su dignidad intacta en todo momento. El recuerdo de su grandeza pervive como un eco imposible de asordinar.
Tomando como ancla histórica el otoño de 1977, María Callas se estructura a partir de unos flashbacks que ilustran un conjunto de hechos capitales en la vida de la soprano. El esquema podría recordar a Ciudadano Kane (Orson Welles, 1941), aunque el tono del filme remite, por su aliento onírico, a los espejismos temporales y fantasmagóricos que enriquecieron la filmografía de Ingmar Bergman.
En el presente, filmado en color, Maria acude a un restaurante “para ser adorada”, pero acaba protagonizando un incómodo diálogo con un barman que parece salido de El resplandor (Stanley Kubrick, 1980). Y luego, en un pasado en blanco y negro, la joven Callas debe “entretener” a un soldado nazi a cambio de dinero, lo que deriva en un homenaje a aquella escena de Senderos de gloria (1957), también de Kubrick, en la que una joven prisionera alemana emocionaba a una troupe de soldados con la belleza de su canto.
![Una imagen de 'María Callas'](https://s1.elespanol.com/2025/02/03/actualidad/921418226_252812284_1024x576.jpg)
Una imagen de 'María Callas'
Sería tentador definir María Callas como un réquiem cinematográfico, pero resulta más apropiado imaginarla como una sonata fílmica, construida a partir del contraste entre diferentes temas melódicos. En este sentido, el brillante guion de Steven Knight, colaborador habitual de Larraín, despliega un fértil conjunto de dicotomías y paradojas. “La felicidad nunca ha producido una bella melodía”, reclama Callas, mientras que el médico que la visita (Vincent Macaigne) le exige que hablen sobre la vida y la muerte, la cordura y la locura.
A la postre, estas dialécticas enriquecen el discurso central de la película, que apuntala la tensión entre el mito y la realidad del personaje. Tras un ensayo fallido, un colaborador musical de la diva afirma: “Esa que ha cantado es Maria. Yo quiero escuchar a Callas”.
Del interior de esa prisión esquizoide, surge la monumental interpretación de Angelina Jolie, que después de años dedicada a la dirección y a la aparición en filmes intrascendentes –su último gran papel fue el de El intercambio (Clint Eastwood, 2008)–, entrega en María Callas el mejor trabajo de su carrera.
Al sumergirse de forma visceral en el dolor y la alienación de su personaje, Jolie invita al espectador a olvidar su escaso parecido físico con Callas. Además, cuando, en un fastidioso encuentro privado, la diva le confiesa a John F. Kennedy que ambos “podemos ir donde queramos, pero jamás podremos escapar”, uno siente que las voces de Jolie y su personaje son la misma.
De hecho, es la reticencia de la actriz a dejar caer a Callas en el pozo del patetismo la que inmuniza la película contra el paternalismo y la crueldad. De la mano de Jolie, María Callas resplandece como el valioso testimonio de una grandeza que, pese al lastre de la decadencia, resiste incólume en el panteón de las artistas convertidas en mitos.
María Callas
Dirección: Pablo Larraín.
Guion: Steven Knight.
Intérpretes: Angelina Jolie, Pierfrancesco Favino, Alba Rohrwacher, Haluk Bilginer, Kodi Smit-McPhee.
Año: 2024.
Estreno: 7 de febrero