Eduard Fernández y Clara Segura en 'El 47'

Eduard Fernández y Clara Segura en 'El 47'

Cine

Orgullo charnego en los Premios Goya: del delincuente de Marsé al héroe del pueblo en 'El 47'

El estigma del inmigrante criminal del que se hizo eco la literatura en las décadas anteriores ha sido reemplazado por la reivindicación de un legado humilde y esforzado. 

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Ángel Mora
Publicada

"Para el capital, cuando nos necesita, los trabajadores somos como el agua para sus huertos, que nos trasladan de un lado a otro". Manuel Vital era un autobusero y líder vecinal del barrio barcelonés de Torre Baró que compartía esta reflexión en una entrevista sobre el éxodo vivido durante la posguerra en la ciudad condal. No era muy conocido este hombre de ideología comunista procedente de Extremadura fuera de Barcelona. Allí, en cambio, sí que ocupó titulares durante un tiempo a finales de los años 70 por su curiosa forma de reivindicar la falta de transporte público y de carreteras asfaltadas en su barrio: secuestró el autobús articulado que conducía y lo subió hasta allí. 

Una gran hazaña de un hombre corriente que corría el riesgo de ser olvidada si no se hacía nada para evitarlo. Ha sido tarea del arte cinematográfico rescatar a este entrañable personaje. En la película El 47, gran favorita de los Premios Goya de este año con catorce nominaciones, Marcel Barrena recupera la historia de Manuel Vital —encarnado por un Eduard Fernández en estado de gracia— para realizar un ejercicio de reivindicación charnega en el que se celebra lo que aportó este éxodo en la construcción de la identidad catalana. 

No se dejaba fuera del filme, eso sí, la denuncia al ninguneo que sufrieron estas personas. Durante décadas, fueron considerados ciudadanos de segunda —si no, directamente, extranjeros—, gentes de baja estofa que no hablaban catalán, cubrían los puestos de trabajo más precarios y vivían en chabolas en zonas satélite en torno a la ciudad. En una ciudad tan estratificada como la de Barcelona, se popularizó el término "charnego" (xarnego en catalán), para referirse de forma despectiva a ellos.

Aquel flujo migratorio durante los años de resaca posteriores a la Guerra Civil no fue la primera asimilación demográfica que había vivido la ciudad —la inmigración, tanto interior como internacional, ha existido desde que el mundo es mundo, y más en una urbe industrial como Barcelona— pero sí que marcó la historia de una metrópolis que creció exponencialmente hasta la culminación vivida en los Juegos Olímpicos de 1992

Aunque se popularizara entonces, la palabra "charnego" es en realidad un vocablo antiguo. Se remonta al siglo XVI, cuando se empleaba para referirse, ya de forma despectiva, a los hijos de matrimonios mixtos entre occitanos y catalanes, que estaban mal vistos. Por su parte, la etimología del término es motivo de discusión. Hay quien arguye que proviene de "nocharniego", que según el diccionario de la Real Academia Española se refiere a "aquel que anda de noche". 

De criminal a héroe del pueblo

Y es así, nocturno y acechante, como se presenta en las primeras páginas de Últimas tardes con Teresa (Juan Marsé, 1966), al Pijoaparte, paradigma del charnego en el imaginario literario y popular durante años. Arribista y farsante, aparece al comienzo de la novela de Marsé vigilando como un depredador al acecho una fiesta privada de catalanes adinerados, círculo al que sueña con pertenecer. Apoyado en un coche, escudriña a esas gentes a las que envidia y medita la forma que tiene de infiltrarse en una sociedad hermética, haciéndose pasar por alguien que no es. 

Arribista era también Fernando Atienza, protagonista de El día de Watusi, novela mastodóntica de Francisco Casavella publicada en 2002. Es su caso, eso sí, ligeramente distinto al del personaje de Marsé. Aunque ambos sean charnegos, y en Atienza se vea una evidente herencia del Pijoaparte en cuanto a su filosofía de vida, la diferencia temporal —Últimas tardes con Teresa está ambientada en los años 50 y la obra de Casavella es una retrospectiva de los años 70 vista desde los 90— invita a ver con cierta ironía la naturaleza criminal de este tipo de hombre: el tipo melancólico e insatisfecho con su destino pasa a ser, en cambio, un individuo más bien cómico.

Marsé y Casavella (ambos con raíces charnegas) construyeron personajes herederos de la tradición de los pícaros, tan extensa en nuestro país, pero no equivalentes a estos. A la voluntad de medrar —o de sobrevivir a través del medro— propia de los truhanes de nuestra literatura se le une la mancha del extranjero, del inmigrante al que el organismo barcelonés se esfuerza en expulsar como a un cuerpo extraño. El charnego, según esta visión, es criminal porque no tiene más remedio: le invitan a ello la precariedad desasistida del inmigrante y la imposibilidad de fundirse como uno más en la sociedad catalana. 

Ahora, sin embargo, algo ha cambiado. Del estigma se ha pasado al orgullo. La imagen del charnego criminal, del personaje de los márgenes que trata de sobrevivir en la jungla barcelonesa, ha sido reemplazada por la del inmigrante trabajador que ha luchado contra viento y marea para construir los cimientos de la ciudad y poder vivir en paz. 

En ese sentido se manifestó el guionista de Casa en flames, Eduard Sola —de ascendencia andaluza—, en su discurso tras recibir el premio al mejor guion original durante la gala de los Premios Gaudí. "Si mi abuelo era analfabeto y yo me dedico a escribir, es porque algo ha pasado, y eso se llama progreso", decía emocionado, en referencia al "logro colectivo" que suponía este salto cualitativo en el nivel de vida entre distintas generaciones. Y concluía: "Sigamos, por favor, acogiendo a los de fuera, con los brazos abiertos, y veremos cómo en unos años escribirán grandes historias catalanas", poniendo en consonancia la inmigración charnega con la que se vive en Cataluña ahora, más internacional. 

Un orgullo que también demuestra la película El 47. En ella no hay ni rastro de la criminalidad con la que hasta ahora se había relacionado al charnego. En cambio, éste pasa a ser un humilde trabajador de manos encallecidas que se enfrenta a las injusticias que le imponen las clases acomodadas. Infringe la ley, sí, pero únicamente para reivindicar sus derechos. En Torre Baró, hogar de Manel Vital y protagonista mudo de esta historia, no habitó ningún malhechor, según el filme. De pronto, el Pijoaparte jamás existió