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Para Timothée Chalamet, el autoproclamado "completo desconocido" de Minnesota representa un auténtico faro: "Acepté este proyecto porque sentí que Dylan estaba dejando una hoja de ruta para otros artistas que le siguieran. Como actor y como músico, eso me pareció tremendamente inspirador".

El intérprete de 29 años vive exiliado en lo más alto de la taquilla; la semana pasada rompió la barrera de los 200 millones de recaudación anual en salas, un récord que sólo consiguió John Travolta hace 45 años. Los referentes, en este contexto, pesan incluso más.

De cómo Bob Dylan llevó su fama, dice haber aprendido a "mantener la cabeza baja", a ser humilde, algo indispensable "si quieres atraer al público con tus papeles". Ello no significa que no esté satisfecho de haber protagonizado Dune, Call Me By Your Name o Wonka, tres de los hitos culturales del siglo.

En 2015, ha recordado, vino a Berlín a presentar El paraíso perdido (One & Two) de Andrew Droz Palermo, "una película que ha ido ganando en popularidad. Y estoy orgulloso de eso". En fin, "la única conclusión a la que he llegado es que para trabajar tienes que saber reírte de ti mismo. Es importante mantener la falta de seriedad". 

Por lo demás, rechaza titulares y advierte: "Tened cuidado con cualquiera que diga que tiene una solución. Mucho cuidado". Pero esa "es la moraleja de Dune de Frank Herbert, que fue escrita en el mismo período de la historia estadounidense. Es cierto que Frank Herbert estaba en la Costa Oeste, probablemente consumiendo ácido sobre una máquina de escribir", ha matizado, "pero el mensaje es similar. Tengamos cuidado con los líderes de culto, sean quienes sean".

Desde la reverencia ha encarado el actor al que generalmente vemos como el gran enigma de la música del siglo pasado, de carrera mucho más errática que los Beatles y los Rolling Stones, de éxitos comprensibles, razonables. Su versión de Dylan Un completo desconocido tampoco trata de resolver cuál fue el norte que guió la mano del cantautor "eléctrico" o Judas del folk.

De hecho, la crónica de los cuatro años que marcaron su ascenso musical está más interesada en retratar el contexto de profundo cambio social que cimentó la encrucijada-Dylan que en explicar nada. Luchas civiles y culturales en una redefinición constante de lo "pop": quizás ahí está el ingrediente secreto… Bajo esta luz, haber contado con un actor bisagra (entre el atractivo reconocible y un aura aguda, particular) resulta un camino indiscutible. 

Timothee Chalamet. Foto: EFE/EPA/CHRISTOPHER NEUNDORF

Lo menos discutible, en tanto que abierta al diálogo, ha sido una rueda de prensa en la que el actor ha rechazado con segundas cualquier pregunta que considerara –citamos– "pretenciosa". "Si te vuelves demasiado científico, puedes arruinar tu trabajo. La creación y el análisis son procesos diferentes. Y quieres mantenerte relajado y sin seriedad en tu trabajo".

Sobre la separación entre obra y artista, mirando a Dylan: "Creo que no se complicaba en materia de activismo. Pienso que era más divertido tener una banda y tocar rock and roll". Ha prometido no entrar en detalles, afirmando sólo que "él realmente hizo todo lo posible para no ser catalogado como activista, a pesar de que su música era muy reflexiva. No todo su trabajo fue político, pero gran parte lo fue".

"Hay dos versiones de una película de Bob Dylan que se pueden hacer. Tienes una versión que es una clase magistral sobre comportamiento, sobre un tipo que realmente no hacía contacto visual con tanta frecuencia y sobre el misterio que lo rodeaba, o haces algo que podría ser poco sincero con su vida y su trabajo, una recopilación de grandes éxitos que ignora el hecho de que su carrera no fue una trayectoria en línea recta. Jim ha trabajado para caminar por una delgada línea entre desmitificar a Bob y no hacer algo adulador".

Chalamet tuvo su tiempo para caminar esa fina línea. La producción se había ido retrasando durante la pandemia y por las huegas de Hollywood, lo que dio un margen extra al actor para que se hiciera a la idea: "Una vez que me metí en papel, no hubo vuelta atrás", dice Chalamet. "Estaba completamente entregado a la Iglesia de Bob".

Además, "sabía que lo que se vea y se escriba sobre la película nunca podrá compararse con la experiencia de hacerla. Pasé un tiempo realmente mágico haciéndola". Fueron cinco años y medio de clases de guitarra y coach vocal, aunque "nunca fui académico en mi preparación para este papel. Todo fue por ósmosis. Simplemente viví este material sin parar".

Y "no como una obligación, o como un trabajo, sino porque Dylan (el hombre, el artista) se convirtió en una luz brillante para mí y me ha guiado hasta el día de hoy, con su individualidad y su negativa a ser parte del caos". En cualquier caso, nunca es mala opción disfrutar del talento armónico del joven actor, que ya lució sus maneras de showman como el gerente de la fábrica de chocolate de Wonka, bajo las órdenes de Paul King.

Además de Chalamet, en Un completo desconocido oiremos cantar y tocar a Monica Barbaro, enfundada con brío en las botas de Joan Baez, y a Edward Norton, que interpreta al mentor y amigo Pete Seeger, imagen viva del género que Bob Dylan revolucionó y uno de los primeros papeles abiertamente positivos del actor.

Quien no canta es Elle Fanning, que da vida a la activista y pareja del cantante Sylvie Russo (seudónimo de la verdadera Suze Rotolo), aunque su papel —roto, digno y algo adicto al misterio Dylan— bien merecería una nominación en los premios de la Academia.

James Mangold rechaza el playback, hizo lo mismo en su otro biopic musical: para Walk the Line, Joaquin Phoenix tuvo que aprender a entonar como Johnny Cash y que brindó magníficas críticas tanto al protagonista, muy adepto a un método interpretativo radical, como a su director.

Mangold, de hecho, es un firme creyente en la necesidad de trascender la impostura del biopic: "No quería que Timmy desapareciera. Está actuando. Quería que Timmy le infundiera quién es a Bob. Si se convierte sólo en una serie de muecas e impresiones vocales, [es que] no hay nadie realmente allí".

Pasa que, además de aprender a cantar y a tocar como Dylan, Chalamet engordó nueve kilos para parecerse más físicamente al cantautor. Me falta entender cómo concuerda esta estrategia con la flexibilidad por la que aboga James Mangold.