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El racismo de Estados Unidos estaba desde los 90 y Clinton al menos agazapado a nivel institucional en el lenguaje “políticamente correcto”, palabra que ha sido sustituida por la igualmente nunca suficientemente despreciada woke. Ahora parece que hay vía libre para los viejos insultos y la propia Facebook ha anunciado que ya nadie verá cómo le suspenden la página por decir “maricón” o negrata”. O sea, vuelta a lo de siempre.

Dirigida por RaMell Ross, Nickel Boys, sobre la barbarie de un correccional de menores, se ha convertido en la película “fantasma” en España en la temporada de premios. Según la página IMDB tiene hasta 49 galardones y ¡190 nominaciones! Queda claro que el director ha podido ahorrar estos meses en comida a base de ponerse ciego a canapés en una gala detrás de la otra (de los Globos de Oro a los Satellite Awards). En la película, a los afroamericanos, “negrata” es casi lo más simpáticos que les dicen sus carceleros.

A los Oscar, esta odisea de dos adolescentes afroamericanos en un centro de menores brutal, llega rodeada de una Aurea de prestigio con dos candidaturas, a mejor película, que no ganará, y mejor guion adaptado, que muy probablemente sí. Está firmado por el propio director y el autor de la novela, el muy prestigioso Colson Whitehead, que ya ganó el Premio Pulitzer por la novela.

De las rimas de Public Enemy a 2Pac hasta llegar a Kendrick Lamar, el “fatalismo” de los negros de Estados Unidos ha quedado claro. El afroamericano, por el hecho de serlo, nace condenado por la sociedad a ser pobre, probablemente fracasado y con mucha frecuencia, delincuente. Rapeaba el gran Notorious B.I.G.: “A los diez años me di cuenta de que no hacía falta ir al colegio / A esa edad me empecé a encontrar con mis compinches / Pensando cómo derrumbar el edificio / Romperlo en secciones, drogas según las selecciones”.

El fatalismo afroamericano adquiere una dimensión más trágica en la figura de Elwood (Ethan Herisse), un chaval en los años 60 al que su abuela ha sacado adelante a base de muchas penalidades (la figura de la madre heroica aparece en Kendrick Lamar y las familias desestructuradas son la esencia misma del rap) ) y sueña con ir a la universidad. Inspirado por Martin Luther King, aspira a ganar por la fuerza de la razón, de la propia decencia. Se le ocurre hacer autostop, la policía para el coche y resulta que es un coche robado. Antes de ser mayor de edad, Elwood termina en un correccional de menores donde los maltratan.

Realismo o cinismo

Inspirándose de manera confesa y clara en el siniestro Florida School for Boys, que llegó a ser el centro de detención de menores más grande de Estados Unidos y fue clausurado tras décadas de abusos, físico, sexual, psicológico e incluso de asesinatos perpetrados por los carceleros, que escondían los cuerpos enterrados en la propia escuela. Se encontraron los cadáveres de 55 personas. Pocos meses antes de ser asesinado 2Pac escribió: “He sido asesinado con una bala, te lo puedo contar palabra por palabra, la mayoría de la gente pensará que el negrata por fin tiene lo que se merece”. Es tal cual la película.

Contada a base de flashbacks de los 80 a los 60, mezclando fragmentos de películas de Sidney Poitier, found footage o imágenes directamente de cine experimental, el gran quid de Nickel Boys es estar contada con cámara subjetiva. Esto significa que siempre vemos la película (no siempre, algunas pocas veces no) desde el punto de vista del protagonista, Elwood o su mejor amigo en el correccional, Turner (Brandon Wilson).

La película dura dos horas y media y por momentos es inevitable que la apuesta visual de RaMell Ross pueda ser agotadora. Con una inspiración clara en Terrence Malick, la realidad también es que no solo se agradece la audacia del cineasta por buscar una narrativa no convencional, también que algunas imágenes (toda esa infancia narrada desde el punto de vista de un niño) resulten a veces embriagadoras, bellísimas.

El catálogo de horrores del internado es imaginable, esa voluntad no solo por hacer daño físico si no también moral, por “romperlos” para que sean juguetes rotos toda la vida, y deja helado. La película se centra en la relación entre Elwood y Turner, el primero, idealista a pesar de estar encarcelado de manera injusta, y el segundo, “realista”, convencido de que Estados Unidos es un país racista en su misma esencia y nunca cambiará. Por desgracia, tanto en la película como en la propia realidad, parece que en este caso más que de cinismo, puede hablarse de cruda objetividad.