Anora, de Sean Baker, se ha impuesto en la 97.ª edición de los premios Oscar conquistando cinco estatuillas de las seis a las que optaba: mejor película, mejor dirección, mejor actriz para Mikey Madison, mejor guion original y mejor montaje.
Es el triunfo de un filme que ha divertido y emocionado al público con la historia de un personaje complejo, que se siente real, una bailarina de lap-dance neoyorquina que lucha por no perder la dignidad ante el menosprecio de los poderosos. Una película en continua mutación, que arranca adaptando la fábula de Cenicienta al siglo XXI y que se convierte de repente en una mezcla de comedia de enredo y thriller criminal para desembocar en unos de los finales más poderosos del cine reciente.
También es el triunfo de Sean Baker (Summit, Nueva Jersey, 1971), un director de 54 años que desde los márgenes del cine independiente ha acabado conquistado Hollywood sin renunciar a su esencia humanista, siempre interesado en la cara oculta del comercio sexual.
Optaba a título personal a cuatro estatuillas: mejor película, dirección, guion original y montaje. Pues se ha llevado las cuatro, igualando un récord que ostentaban nada menos que Walt Disney y Bong Joon-ho, que lo logró por Parásitos en 2019. Además, Anora es el tercer trabajo que logra la Palma de Oro y el Oscar a la mejor película, tras la mencionada película Bong y Marty (1955), de Delbert Mann.
Y, por último, es el triunfo del cine entendido como arte, ya que su gran rival, Cónclave, no pasaba de ser un eficaz entretenimiento. En la liga de Anora, estaban Emilia Pérez, The Brutalist o La sustancia -que, en todo caso, tiene su puesto asegurado en el olimpo del cine de culto-. Cualquiera de las cuatro hubiese sido una digna ganadora, pero fue Anora quien se llevó los grandes premios.
La única sorpresa de la noche la dio Mikey Madison, protagonista del filme de Baker, que le arrebató el premio a la mejor actriz a la favorita Demi Moore, que se desnudaba física y simbólicamente en La sustancia, el alocado filme de Caroline Fargeat -que solo consiguió el premio al mejor maquillaje y peluquería-. Los académicos nos arrebataron con esta decisión el que hubiera sido uno de los momentos de la noche, pero lo cierto es que Madison hace un trabajo superlativo en Anora. Nada que objetar.
La actriz española Karla Sofía Gascon, a la que no vimos desfilar por la alfombra roja, hacía tiempo que había perdido sus opciones de hacerse con la estatuilla, por culpa de unos polémicos tuits racistas de unos años atrás, y su papel en la gala se limitó a recibir un par de dardos en el monólogo del presentador, Conan O’Brian.
En cualquier caso, es curioso ver cómo el favoritismo de uno u otro candidato varía en función de las polémicas que saltan a la actualidad, en vez de permanecer tan inmutable como el metraje de cualquier filme. Está claro que los académicos tienen en cuenta algo más que la calidad de la obra para decidir sus votos. Y en esta temporada de premios, que ha sido larga y tortuosa para algunos, se ha notado bastante más que en otras ocasiones.
Los Oscar, en cualquier caso, acabaron castigando a Emilia Pérez, tras haberle concedido 13 nominaciones y, con ello, el favoritismo. Pero los tuits de la intérprete española, junto con el polémico estreno en México, donde se la acusó de banalizar la violencia de los narcos, y alguna salida de tono del director Jacques Audiard, lastraron sus opciones en las principales categorías.
Hasta el punto de que Aún estoy aquí, del brasileño Walter Salles, le terminó arrebatando el premio a la mejor película internacional, donde parecía que podía resistir. No fue así. Finalmente, Emilia Pérez se tiene que conformar con los premios a mejor actriz de reparto para Zoe Saldaña y mejor canción por El mal.
Por lo demás, los premios estuvieron muy repartidos. The Brutalist, la monumental película de Brady Corbet, se llevó tres estatuillas importantes: fotografía, banda sonora y mejor actor para Adrien Brody, que regresa a la primera línea de la interpretación más de 20 años después de ganar su primer Oscar por El pianista (Roman Polanski, 2002). Premios merecidos para un filme asombroso en su envoltorio, aunque algo débil en la escritura.
Wicked, la taquillera adaptación del musical de Broadway ambientado en el mundo de El Mago de Oz, logró dos galardones: diseño de producción y vestuario. El mismo número que conquistó Dune: Parte Dos: efectos visuales y sonido. Por su parte, A Real Pain se llevó el de mejor actor de reparto para Kieran Culkin.
Tras Emilia Pérez, la otra decepción de la noche fue Cónclave, que optaba a ocho galardones y se tuvo que conformar con el premio a mejor guion adaptado, ya que parte de una novela de Robert Harris. Tampoco es este apartado lo más destacado de un thriller apreciable a nivel visual y por el trabajo de su elenco.
Conan O’Brian estuvo correcto como presentador, divertido en la mayor parte de sus intervenciones, pero sin meterse en demasiados jardines. De hecho, esa fue la tónica habitual en los discursos de los galardonados.
No hubo casi ningún alegato reivindicativo en una gala que ha orillado los discursos políticos y que se centra casi en exclusiva en vender las películas a los mil millones de espectadores que siguen el sarao en todo el mundo.
Tan solo el israelí Yuval Abraham y el palestino Basel Adra, ganadores del Oscar al mejor documental por No Other Land, un trabajo que denuncia la ocupación de Palestina, criticaron frontalmente la postura de EE.UU. en el conflicto en la Franja de Gaza. Ni una sola mención a Donald Trump.