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Durante varias décadas, el más estadounidense de los géneros cinematográficos abandonó los territorios que lo vieron nacer para trasladarse a la lejana patria (al menos adoptiva) de su descubridor. Ni más ni menos que España.

Desde que a finales de los años cincuenta el veterano Raoul Walsh firmase el primer wéstern rodado en nuestro país, La rubia y el sheriff (1958), coproducción con el Reino Unido protagonizada por el británico Kenneth More (el futuro Padre Brown, inmensamente popular también en España gracias a la televisión) y la explosiva Jayne Mansfield (embarazada de seis semanas y más explosiva todavía de lo habitual), hasta que cuarenta años después tuviera lugar el rodaje de los dos últimos: Un dólar por los muertos (1999) y La justicia de los forajidos (1999), telefilmes dirigidos por Gene Quintano y Bill Corcoran respectivamente.

Ambos fueron protagonizados, el primero, por Emilio Estévez y el segundo por Kris Kristofferson, el país de Colón, Hernán Cortés, Cabeza de Vaca, Fray Junípero Serra y Coronado —el descubridor, no José—, sin los cuales nunca habrían existido vaqueros, pistoleros, buscadores de oro ni tramperos, se convirtió en escenario privilegiado para revivir la gesta de la conquista del Oeste, de las más distintas y variadas formas.

Carlos Aguilar, veterano y reconocido crítico e historiador del cine, curtido en el territorio de la más salvaje Serie B y del cine popular, experto en el wéstern europeo, italiano y nacional, resucita este mundo fronterizo en todos los sentidos en su nuevo, documentado y profusamente ilustrado libro, American Western en España. Pero lo hace, como su título indica, con mirada distinta a la habitual.

Durante estas últimas décadas han aparecido numerosos estudios sobre el denominado spaghetti western, el wéstern italiano y a menudo hispano-italiano, que diera genios como Sergio Leone y maestros como los otros Sergios: Corbucci y Sollima.

Aguilar pone ahora el ojo (y la bala, por supuesto) sobre los numerosos wésterns de producción estadounidense, frecuentemente también con participación británica o de otros países, que por motivos económicos e industriales eligieron España como plató, haciendo desfilar por estas tierras estrellas como Yul Brynner, Lee Marvin, Raquel Welch, Robert Mitchum, Faye Dunaway, Burt Lancaster, Kirk Douglas, Richard Widmark, Jack Palance, Robert Ryan, Richard Crenna, Charles Bronson, Ernest Borgnine, Telly Savalas, Lee Van Cleef o Burt Reynolds… Acompañadas por nuestros Fernando Rey, Diana Lorys, Julián Mateos, José Nieto o el inolvidable Sancho Gracia, entre otros muchos y muchas.

Al rico wéstern americano

Seguramente, como comenta no sin ironía Aguilar en algunas de sus páginas, pocos espectadores tanto estadounidenses como españoles podían sospechar que algunos títulos no eran genuinos wésterns de Hollywood, sino que habían sido rodados en escenarios ibéricos, fundamentalmente los de Almería o la Sierra madrileña, además de con participación de actores y equipo técnico español. Muchos creerían que, como tantas otras producciones americanas del género, se habían filmado en México o sus alrededores.

Nos referimos a títulos como La última aventura del general Custer (1967) de Robert Siodmak, con Robert Shaw como el mítico militar masacrado en Little Big Horn; Shalako (1968) de Edward Dmytryk, con Sean Connery, según Louis L'Amour; la excelente y violenta La quebrada del diablo (1970) de Burt Kennedy, con Richard Crenna; ¡Qué viene Valdez! (1970) de Edward Sherrin, fiel adaptación de una novela de Elmore Leonard; Tres forajidos y un pistolero (1973) de Richard Fleischer, con Lee Marvin; Chato, el apache (1971) de Michael Winner y Caballos salvajes (1973) de John Sturges, ambas protagonizadas por Charles Bronson

Un fotograma de '¡Qué viene Valdez!' (1970), un genuino wéstern americano con Burt Lancaster... rodado entre Almería y la Sierra de Madrid

Estos y otros títulos de producción estadounidense poseen características propias y distintivas, que los diferencian claramente del spaghetti western y del chorizo o paella wéstern a la usanza mediterránea. Contagiados por el éxito de la fórmula latina llevada por Leone a su máxima expresión, poseen sin embargo el estilo de la narrativa cinematográfica usamericana, compartiendo en general el sesgo sucio, crepuscular, revisionista y desmitificador del Nuevo Hollywood.

Generalmente trágicos, violentos y poco o nada heroicos, con finales a veces abiertos y personajes rara vez simpáticos o convencionales, tienden también a romper las fronteras entre distintos géneros, utilizando intrigas de misterio como en El oro de nadie (1971) de Sam Wanamaker, de nuevo sobre novela de Louis L'Amour, con reparto encabezado por Yul Brynner, Richard Crenna y el mismísimo Spock, Leonard Nimoy.

Raquel Welch y Robert Culp en 'Ana Caulder' (1971), un wéstern de violación y venganza dirigido en España por Burt Kennedy

En otras ocasiones, se trata de escenarios postwestern como el del México revolucionario en la violenta Los 100 rifles (1969) de Tom Gries, según obra de Robert MacLeod, ni más ni menos que con Jim Brown, Raquel Welch y Burt Reynolds; o hasta el protofeminista subgénero del rape & revenge (violación y venganza), como en Ana Caulder (1971) de Burt Kennedy, con Raquel Welch, Robert Culp, Ernest Borgnine e incluso Christopher Lee, en su único wéstern.

Aquí, el premio gordo se lo lleva la psicotrónica Sol rojo (1971) de Terence Young, que reúne en una delirante trama de samurái en el lejano Oeste un heterogéneo reparto internacional que incluye a Charles Bronson, Toshirô Mifune, Alain Delon, Ursula Andress, el italiano Luc Merenda y los españoles José Nieto, Mónica Randall y Julio Peña. En cualquier caso, se trata de títulos que, por exóticos y peculiares que resulten, están al tiempo bien alejados de los estereotipos y estilemas característicos del spaghetti más canónico.

Tierras de España

Lo curioso es que el paisaje y la orografía de ciertas regiones españolas resulta extremadamente adecuado para recrear los espacios, tanto reales como míticos, del Viejo Oeste. Ello propició la aparición de una verdadera industria cinematográfica saneada, que en pleno tardofranquismo dio trabajo y bienestar a numerosas familias.

Como explica Aguilar: "La construcción de poblados westernianos en España suma el número de seis, si solo consideramos los de tipo estable a lo largo de un cierto periodo de tiempo, amén de otros enclaves afines (ranchos, fuertes, cabañas, etc.). Todos ellos se erigieron a lo largo de los años 60: tres en las afueras de Madrid (Hoyo de Manzanares, Colmenar Viejo, Daganzo), uno cerca de Barcelona (Esplugues de Llobregat) y dos en la provincia de Almería".

Una vista del pueblo del Oeste de Tabernas, el Mini Hollywood de Almería

A ellos podría sumarse, aunque con menor relevancia cinematográfica, el que se considera primer parque temático del género en España, Sioux City, situado a unos cincuenta kilómetros de Las Palmas de Gran Canaria, en el Barranco del Águila, perteneciente al municipio de San Bartolomé de Tirajana. Fundado como plató cinematográfico en 1971, allí se rodaría el espaghetti Por la senda más dura (1975) de Antonio Margheritti, con Jim Brown, Lee Van Cleef y Fred Williamson, así como las escenas situadas en el Oeste de la comedia alemana Die Einsteiger (1985).

Escenario para anuncios, fiestas privadas, bodas y eventos, con sus espectáculos del Viejo Oeste, volvería a la actualidad al rodarse allí, entre 2022 y 2024, parte de la serie española para Amazon Zorro, nueva versión del personaje de Johnston McCulley reinventado por el guionista Carlos Portela.

Una imagen del show del Oeste que se sigue ofreciendo en el parque temático Sioux City (Gran Canaria)

Por supuesto, Almería es el Oeste español por excelencia: "...sin ningún asomo de duda", explica Aguilar, "(…) Almería representa la location cardinal del wéstern en España, de forma absoluta y sublimemente emblemática. De hecho, reveló una vitalidad industrial tan formidable, incluso espectacular, que justifica el apelativo de "el Hollywood europeo" durante el decenio del boom (1965/1975)".

Allí se rodarían, en la frontera con el nuevo siglo y milenio, los últimos wésterns americanos en España. Hoy sigue ofreciendo tanto espectáculos del Oeste como facilidades de rodaje en su parque temático Oasys del pueblo de Tabernas, donde se celebra también el Almería Western Film Festival, del que es habitual insustituible Aguilar, y en los poblados de Fort Bravo y Western Leone.

En su día, estos platós, por los que pasaron desde Clint Eastwood hasta Robert Mitchum, junto a Fernando Sancho, José Bódalo, Ricardo Palacios o italianos como Aldo Sambrell y Giuliano Gemma, sacaron a Almería y parte de Andalucía de la depresión económica, poniendo a España en un mapa privilegiado para los rodajes internacionales, más allá de la brecha abierta por Samuel Bronston en los años cincuenta.

Wéstern de pata negra

Aparte de la industria de la producción internacional de cine del Oeste en suelo patrio, lo cierto es que el wéstern era, en aquellas décadas de la segunda mitad del siglo XX, uno de los géneros más populares, si no el más popular y querido por los españoles.

Ahora que series y películas del Oeste son solo una más de las muchas e infinitas opciones del entretenimiento audiovisual, muy por debajo de la popularidad de otras tendencias como el thriller, la fantasía o la ciencia ficción, resulta difícil de creer, pero lo que las clases medias y bajas del tardofranquismo y la Transición consumían y devoraban eran películas, series televisivas, tebeos, bolsilibros y novelas del Lejano Oeste.

La familia Cartwright de 'Bonanza', una de las series del Oeste que conquistaron a los españoles

La televisión rebosaba de galopadas, indios y vaqueros, tiroteos y peleas de saloon (que no de salón). Bonanza, Caravana, El Gran Chaparral, El hombre del rifle, El Virginiano, La hora de Zane Grey

Darían paso a variaciones de todo tipo: familiares y sentimentales como La casa de la pradera; de artes marciales como Kung Fu; al borde de la ciencia ficción y el thriller bondiano como Jim West; de misterio criminal como Hec Ramsay; de acción y humor como Costa Bárbara; dramas y culebrones bélicos e históricos como Norte y Sur o Centennial y de tintes reivindicativos como Raíces. El telespectador español estaba más familiarizado con la historia y la leyenda de la Frontera Americana y la formación de los Estados Unidos que con la de su país.

Todo ello contribuyó a que surgiera también una próspera industria del bolsilibro popular del Oeste, las famosas e infames novelitas "de a duro", escritas por autores españoles que adoptaban sonoros nombres anglosajones, entre otros: Silver Kane (Francisco García Ledesma), Curtis Garland (Juan Gallardo Muñoz), Frank Caudett (Francisco Caudet Yarza), Clark Carrados (Luis García Lecha) o Keith Luger (Miguel Oliveros Tovar), con excepción del más prolífico y especializado Marcial Lafuente Estefanía.

Mientras los anteriores cultivaron todo el espectro de la literatura popular, del terror y la ciencia ficción al policial o el espionaje, Estefanía unió su nombre al wéstern, siendo posiblemente uno de los escritores españoles más leídos de nuestra historia.

Marcial Lafuente Estefanía, el más prolífico y leído escritor español del Oeste... y de todo lo demás.

Si cabe destacar las novelitas de Silver Kane entre las mejores y más originales, al extremo de ser uno de los autores favoritos de Alejandro Jodorowsky, que lo prefiere (y ni él ni yo bromeamos) a Cervantes, sobre todos ellos reina la figura de José Mallorquí. Creador de El Coyote, personaje que fue también de los primeros en protagonizar wésterns españoles rodados en México a mediados de los años cincuenta, gracias al pionero Joaquín Luis Romero Marchent, Mallorquí, traductor, escritor, editor y erudito, dio réplica a El Zorro con un animal similar pero de distinta especie: un justiciero español que defiende a los nativos californios de los malvados yanquis.

La ambientación de las novelas de El Coyote, así como de otras series del autor, como Tres Hombres Buenos o Lorena Harding, está francamente cuidada y es tan convincente literaria e históricamente como para situar su obra y personalidad por encima del territorio salvaje del puro y duro bolsilibro.

Eso sí, no debemos confundir este fenómeno literario del Oeste español con la genuina literatura wéstern estadounidense, que también se publicaba con éxito en aquel tiempo, tanto en colecciones especializadas, como las de Molino o Toray, como en editoriales de prestigio como Plaza y Janés, Planeta, Caralt, Noguer, etc. Quien quiera aproximarse hoy a estas novelas americanas históricas y de aventuras, a menudo de gran nivel literario, galardonadas el algunos casos con premios como el Pulitzer, hará bien en echar un vistazo a la colección Frontera de la editorial Valdemar, que dirige Alfredo Lara.

En cualquier caso, la idiosincrasia del Oeste mítico, con sus cualidades abstractas y arquetípicas, penetró tanto en el espíritu nacional, que no solo se manifestó en algunos wésterns cinematográficos de notable valía, como El sabor de la venganza (1963), Antes llega la muerte (1964), La muerte cumple condena (1966), Fedra West (1968) o la brutal Condenados a vivir (1972), favorita de Tarantino, que la homenajea y plagia en Los odiosos ocho (2015), todos ellos firmados por Joaquín Romero Marchent, sino también en la westernización del género de bandoleros andaluces y afines.

Sancho Gracia como Curro Jiménez, el epítome del bandolero generoso en clave de wéstern andaluz

Precisamente Joaquín Romero Marchent dirigiría varios de los mejores episodios de la serie Curro Jiménez (1976-1978), aunque mucho antes el espíritu del wéstern y sus personajes, situaciones y motivos había permeado títulos de este subgénero tan fundamentales como la fundacional Amanecer en Puerta Oscura (1957) de José María Forqué o Llanto por un bandido (1964) de Carlos Saura.

No es extraño que otro de los artífices del popular Curro Jiménez encarnado por Sancho Gracia, Mario Camus, dirigiera antes La cólera del viento (1971), filme que llevaba el lenguaje y los parámetros estilísticos del spaghetti western político y rojo de Corbucci o Sollima al campo valenciano de principios del siglo XX, arriesgándose, con un guión basado en historia original de Manolo Marinero, a poner citas de Buenaventura Durruti en boca de uno de sus personajes, asesinado por orden del cacique local. Atrevimiento que pasaría desapercibido para la censura gracias al envoltorio wéstern de lo que es en realidad un manifiesto político y social.

Pero con su paso a la pequeña pantalla, Curro Jiménez significó, sin duda, el canto del cisne. Tanto para unos bandidos generosos cada vez más pasados de moda como para un género, el wéstern, que tampoco parecía decir mucho a las jóvenes generaciones criadas con galaxias, tiburones gigantes, superhéroes y kaijus. No obstante, el fuerte lazo de hermandad entre ambos mundos lo certifica, a destiempo pero esforzadamente, esa Libertad (2021) de Enrique Urbizu que aplica al bandolero andaluz el revisionismo del Oeste estilo Peckinpah o Arthur Penn.

El crepúsculo del Oeste español

El Oeste fue abandonando rápidamente las tierras ibéricas, las carteleras de cine y el imaginario colectivo con producciones tan pintorescas como El valle de Gwangi (1969) de Jim O'Connolly, con Ray Harryhausen como el genio de la stop motion y los monstruos gigantes detrás, un Weird Western (o wéstern extraño, que lo es) donde podemos asistir al espectáculo de un grupo de cowboys cabalgando con dinosaurios por entre las moles de Las Majadas de Cuenca y un tiranosaurio destruyendo su catedral.

O como El hombre de una tierra salvaje (1971) de Richard C. Sarafian, superior versión de la misma historia que cuenta la pomposa El renacido (2015) de Iñárritu, donde Richard Harris, después de sobrevivir a un oso renuente, persigue decidido a John Huston, quien arrastra un barco con cañón incluido por las sierras de Covaleda, en la provincia de Soria.

'El valle de Gwangi' (1969), cazando dinosaurios en el Oeste... de Cuenca

Los pueblos del Oeste de Almería o Sioux City en Gran Canaria, aparte de algún rodaje publicitario o televisivo, quedaron para turismo y eventos. Los americanos, aunque tardaron tres décadas, al final siguieron el ejemplo de aquel Mr. Marshall bienvenido de Berlanga, con el que comienza Carlos Aguilar su crónica del American Western en España, y se largaron.

En un arrebato de nostalgia, Álex de la Iglesia, defensor de causas perdidas, dedicó a este mundo olvidado por el tiempo su largometraje 800 balas (2002), que no se cuenta entre los mejores de su filmografía, si bien al menos dio a conocer a las nuevas generaciones una historia marginada y despreciada.

La historia de un Viejo Oeste que durante casi cuarenta años arraigó en una mucho más vieja España, mientras esta pasaba de la dictadura a la democracia aunque al tiempo perdía, paradójicamente, una industria del espectáculo potente, variada y económicamente viable, que sacó de la pobreza durante años a regiones habitualmente deprimidas como Andalucía o Canarias.

Por supuesto, la culpa no fue de la democracia, aunque Pilar Miró hiciera de las suyas en los años ochenta, sino de un cambio radical en los modelos narrativos e industriales del cine en general y del de Hollywood en particular. Eso sí: algo de delito tuvo la ceguera de los críticos.

La actriz española Diana Lorys junto a Broderick Crawford en 'Texas Kid' (1966)

Como bien dice la mítica actriz Diana Lorys en su prólogo al libro de Aguilar: "Muchos profesionales del cine y todos los intelectuales desdeñaban estas películas. Cometieron una injusticia enorme, en un desprecio que nos salpicaba a los actores que trabajábamos en ellas. Fue un error histórico, porque aquellas películas del Oeste (…), se hacían con mucho oficio, con aplicación, con ganas e ilusiones. Aquél cine de género era muy digno, merecía respeto, aunque no todas sus películas fueran buenas, como es lógico".

Pese a que resucita puntual y constantemente, el wéstern ya no es ni puede ser el género rey. Ahora no es más, y tampoco menos, que uno de los muchos subgéneros que forman parte del negocio, gracias al empeño de tipos chapados a la antigua como Kevin Costner o el ya casi centenario Clint Eastwood y de otros tan peculiares como David Milch, Taylor Sheridan, Mark L. Smith o Graham Yost.

Con mayor o menor fortuna, estos últimos han conseguido hacer de series como Yellowstone (2018-2024) con todos sus spin-offs, Deadwood (2004-2006), Érase una vez el oeste (2025) o Justified: la ley de Raylan (2010-2015, más una temporada final en 2023), éxitos de audiencia.

Sin embargo, indios y vaqueros han huido del imaginario popular. Los niños ya no juegan con colts y winchesters de plástico, ni con arcos y flechas de mentira, ni con fuertes o caballos de madera. En España no se hacen wésterns. Excepciones como 800 balas o la serie Zorro solo confirman con cierto regusto pírrico crepuscular una realidad que parece definitiva y que la llegada al poder de Trump no hará más que subrayar.

Por eso es tan importante que libros como este American Western en España de Carlos Aguilar o el nostálgico documental Desenterrando Sad Hill (2017) de Guillermo de Oliveira, nos recuerden que el Viejo Oeste fue una vez tan nuestro como el jamón, el flamenco o los toros. Todos hoy, tan poco correctos políticamente.