La película Jungla de cristal, estrenada en 1988, se convirtió rápidamente, y por méritos propios, en un clásico de referencia y renovador del género de acción ochentero, llegando a propiciar hasta cuatro secuelas con el tiempo. Lo curioso es que, con el paso de los años, también ha alcanzado el estatus de película navideña de culto.
Son muchas las características que han convertido a este filme en una joya icónica del cine con action-hero. Concebida como una extraña y particular buddie movie, protagonizada por dos policías de calle que solo se comunican por walkie-talkie y que no se ven hasta el final, contaba también con un villano refinado y cruel, Hans Gruber, a cargo de un grandísimo Alan Rickman, en su primer papel para la gran pantalla.
Gracias a un estupendo guion, escrito prácticamente a la vez que se rodaba, que mezclaba audazmente comedia, acción, drama y romance y que concentraba la historia en una sola noche y en un único lugar, la víspera de Navidad en el icónico edificio Nakatomi Plaza, el filme resultó más inteligente y sofisticado que el resto de producciones de acción en aquel momento.
Pero si algo hizo que Jungla de cristal se convirtiese en una película tan emblemática y querida por el gran público fue el carisma incontestable de su protagonista Bruce Willis, que en ese momento era una estrella de la televisión gracias a la serie Luz de luna y que se enfrentaba a su segundo largometraje importante tras el fracaso de la comedia Cita a ciegas (1987) de Blake Edwards.
La apuesta por Willis suponía un riesgo importante, ya que el actor no respondía al canon musculoso reinante entre las estrellas de acción como Stallone o Schwarzenegger -a los que por cierto, se cita un par de veces con sorna a lo largo de la película-. Sin embargo, esta elección de casting acabaría cambiando el paradigma del héroe de los 80, transformándolo en un personaje más sufridor y real, más humano y reconocible.
Bruce Willis se convertiría en una inmensa estrella mundial gracias a su carismático John McClane, un policía de calle íntegro, cínico y cachondo. En la película, lo encontramos viajando de Nueva York a Los Ángeles para intentar salvar su matrimonio, pero se verá envuelto de manera accidental (y descalzo) en un peligroso ataque de unos terroristas implacables. Solo ante el peligro, acabará con el cuerpo para el arrastre después de sufrir todo tipo de penurias físicas a lo largo del metraje. Lo que viene a ser un día de perros. En este caso, una noche. Y, encima, Nochebuena.
Todos nos hemos sentido identificados con McClane cuando se nos complican mucho las cosas. Por ello, que el Festival de Cine Fantástico Europeo Sombra haya traído a su director, John McTiernan, para una proyección especial de su mítico filme y un coloquio se antojaba como un plan perfecto para la fría noche del domingo.
El director norteamericano apareció sobre el escenario de la sala principal de los cines del Palacio de la Prensa de Madrid y fue recibido como una auténtica eminencia por un enfervorecido público, que abarrotaba el patio de butacas. McTiernan se mostró muy sorprendido por la gran ovación y recordó al público asistente, entre carcajadas, que su película no era precisamente de "terror".
"Desde el principio quisimos tratar la película de acción en clave de comedia shakesperiana, al estilo de El sueño de una noche de verano, donde todo resulta como una especie de festival humano donde los malos se convierten en buenos y los buenos en malos", explicaba McTiernan al ser cuestionado por cómo surgió el enfoque tan particular del filme. "Por eso elegí que transcurriese en Nochebuena, intentando retratar un momento concreto de una sociedad con sus diferentes tipos de personajes, algo estrambóticos, y viendo como rebotan unos contra otros. De tal manera que el público pudiese disfrutar de la estupidez de toda esta gente”.
En el patio de butacas reinaba algo de barullo, con un público entusiasta que preguntaba de manera atropellada, tanto en inglés como en castellano, provocando una confusión que seguramente hubiera hecho gracia al mísmisimo John McClaine. "El coraje y la perseverancia del ser humano, cuando hay posibilidades muy reales de perder o morir, hacen posible que aparezca una buena historia dramática", revelaba McTiernan sobre la deconstrucción del héroes que supuso el personaje encarnado por Bruce Willis.
El título original de la película, Die Hard -se podría traducir literalmente con ese Duro de matar que usaron en Hispanoámerica-, aquí acabó siendo un Jungla de cristal que hacía referencia al lugar donde trascurre la acción, el edificio Nakatomi Plaza. El director reconoció “no estar cualificado para opinar sobre ello”, pero aprovechó para recordar que el título original fue cambiado en casi todos los idiomas. "Die Hard hace referencia a aquel hombre incapaz de rendirse pese a las circunstancias, pero también puede hacer referencia a la batería de un coche”.
Dentro de una larga lista de torpes traducciones, quizás Jungla de cristal sea uno de los títulos más acertados, teniendo en cuenta que la producción de la película destinó más de 130.000 dólares en cristales para hacerlos añicos durante el rodaje.
McTiernan confesó su primigenia reticencia cuando le llegó el argumento original. “Trataba principalmente sobre terrorismo y la rechacé porque pensaba, y pienso, que el terrorismo no es un buen entretenimiento", comentaba el cineasta. "Propuse que los malos fuesen ladrones y alterar notablemente el tono original. Lo aceptaron y fue entonces cuando decidí encargarme del proyecto”.
John McTiernan, en Madrid. Foto: Martín Page
"Comenzamos con tan solo 30 páginas de guion, pero teníamos un muy buen escritor que sabía perfectamente hacía donde iba la historia", continúa McTiernan. "Desde luego, hacer eso no era la mejor opción, pero nos pareció divertido. Éramos jóvenes y arrogantes y no teníamos dificultad para encontrar el camino que estábamos buscando. Afortunadamente conseguimos contagiar a todo el equipo con nuestra energía".
Otro momento divertido de la noche ocurrió cuando alguien del público le pidió al cineasta que revelase algún secreto del rodaje, a lo que McTiernan rápidamente contestó: "¿Durante 40 años he guardado silencio y ahora quieres que te lo cuente a ti?". La carcajada general fue monumental.
"La elección de Bruce Willis no fue mía", comentaba el cineasta respecto a la arriesgada decisión de apostar en aquel momento por el actor para el protagonista. "El estudio lo había planificado originalmente para que el protagonista fuese Richard Gere, pero lo rechazó. Después me dijeron: ¿lo harías con Bruce entonces? Lo estuve pensando y creí que si daba la vuelta a algunas cosas, podría funcionar. Estaba escrita para un tío muy cool y Bruce Willis era más clase obrera, así que tuvimos que transformar muchos elementos y cambiar a los terroristas en europeos sofisticados y con buenas maneras".
“Bruce hizo tres películas antes de esta y todas fracasaron", recordaba este domingo McTiernan. "Esto no era muy halagüeño. Incluso tres semanas antes del estreno la Fox quitó a Bruce Willis de la imagen del cartel, dejando solo la foto del edificio Nakatomi, por miedo a que jugase en su contra. Parecía que al público no le gustaba que su sentido del humor surgiese a partir de la rabia y la frustración. Vimos todo eso y plasmamos en el guión el dolor emocional y físico que contiene su personaje, y hasta qué punto está enfadado consigo mismo. Si dejas que el público vea eso y que el humor surja para superar el dolor, el resultado es que el público acaba empatizando totalmente”.
Y para terminar esta velada tan especial y cercana, el director norteamericano aprovechó para confesar que está enfrascado en cuatro proyectos diferentes de películas, pero que sobre todo hay una con muchas probabilidades de que se haga. "Soy una persona supersticiosa y prefiero no decir nada por si me cae el mal de ojo", aseguraba. "Nuestra intención es anunciar que la estamos haciendo después de llevar rodando un mes”.
Las cosas si no se complican, mejor. Y si no que se lo digan a McClane.