El 6 de agosto de 1974, el líder de los Panteras Negras, Huey P. Newton, fue acusado de matar a una prostituta adolescente. El activista ya acumulaba un sinfín de rifirrafes con las autoridades desde la adolescencia y 22 meses de prisión entre 1968 y 1970 por el presunto asesinato de un agente, del que finalmente fue exonerado.
Temeroso de volver a la cárcel, hostigado por la policía y paranoico contra sus colaboradores más cercanos por las insidias y las manipulaciones de las que fue objeto por parte del FBI a través de su programa de contrainteligencia, decidió buscar cobijo en el lugar más insospechado, la mansión de uno de los principales adalides del Nuevo Hollywood, el productor Bert Schneider.
La extraña pareja protagonizó uno de los episodios más inverosímiles de la confluencia entre la lucha por los derechos civiles y la contracultura en los años setenta.
Apple TV+ acaba de estrenar la miniserie The Big Cigar: la gran fuga, donde se detalla la huida del fugitivo a Cuba asistido por el responsable de títulos como La última película (Peter Bogdanovich, 1971) y Días del cielo (Terrence Malick, 1978). La tapadera fue fingir que estaban rodando una película.
Si introduces el nombre de Huey P. Newton en Google, la primera imagen que irrumpe en la pantalla es la de un joven negro sentado sobre un sillón de mimbre Emmanuelle con aire retador, ataviado con boina ladeada y chupa de cuero y blandiendo una lanza en la mano izquierda y un rifle en la derecha. A ambos lados aparece flanqueado por dos escudos de guerra africanos y sus pies reposan sobre una alfombra de cebra.
El autodenominado ministro de Defensa del partido de los Panteras Negras había fundado la organización politica de autodefensa junto a Bobby Seale y David Hilliard en 1966 tras el asesinato de Malcolm X.
"En las imágenes de la época los ves cargados con armas, pero lo que mucha gente desconoce es que pusieron en marcha todo tipo de programas sociales en aras de la equidad. A las 5 de la mañana preparaban desayunos para miles de escolares en Oakland, establecieron un servicio de ambulancias y una factoría para confeccionar ropa y zapatos, una clínica de atención médica y escuelas. John Edgar Hoover vio que esto podía funcionar y transformar el mundo, así que les declaró la guerra", se explaya el guionista de la propuesta de seis episodios, Jim Hecht.
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El FBI puso en marcha una campaña de acoso y derribo que incluyó infiltraciones en sus filas, descrédito en prensa, escuchas, montajes y violencia policial que en ocasiones resultó en la muerte de sus integrantes. "En los memorandos oficiales de los federales aparece escrito, literalmente, que querían eliminar a Newton. Fue un asesinato a cámara lenta, porque no querían cargárselo, pero hicieron todo lo posible para quitarlo de circulación", lamenta Hecht.
El líder revolucionario recibía llamadas telefónicas amañadas y cartas falsificadas de sus amigos donde le amenazaban con matarlo. A ese asedio persistente se unió el tiroteo a Martin Luther King. Había razones de peso para pensar que aquel que intentara luchar por el cambio, quizás no vería la luz del sol a la mañana siguiente.
El primer acto de fe
En la clase social, la raza y el pedigrí familiar opuestos se hallaba Bert Schneider. El productor inició su carrera como director de Screen Gems, la división televisiva de la empresa de su padre, Abraham Schneider, Columbia Pictures. En 1965 se unió a su mejor amigo, Steve Blauner, y a Bob Rafelson y forjaron la productora BBS, fundamental en la sacudida que experimentó la industria del cine en los setenta.
Su primer proyecto fue una serie de televisión sobre un grupo de pop ficticio, The Monkees, inspirado en la película de los Beatles ¡Qué noche la de aquel día! (Richard Lester, 1964). El éxito fue tal que el cuarteto se hizo realidad con cuatro álbumes y sus peripecias se extendieron a lo largo de 58 episodios distribuidos en dos temporadas.
A aquel feliz experimento le siguió un más difícil todavía. Como detalla Peter Biskind en su ensayo Moteros tranquilos, toros salvajes: La generación que cambió Hollywood (Anagrama, 2008), una mañana visitaron su despacho Dennis Hopper, Peter Fonda y el dramaturgo Michael McClure para proponerle una idea tildada de descabellada por el estudio American International Pictures.
Schneider decidió respaldar el proyecto con dinero propio a pesar de que la pareja "no tenía todavía un currículum en dirección o producción, aunque sí una buena reputación como creadores de líos. En otras palabras, basándose en poco más que una corazonada, Bert se atrevió a arriesgar demasiado. Por si fuiera poco, prometió no interferir", apunta Biskind.
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Aquel acto de fe fraguó en Easy Rider: buscando mi destino (Dennis Hopper, 1969), un hito generacional que lanzó a Jack Nicholson al estrellato y se alzó con el premio a la mejor ópera prima en el todopoderoso Festival de Cannes. Costó 501.000 dólares y recaudó 19,1 millones.
Para entonces, el altísimo productor -media casi dos metros-, ya había dado muestras de su talante comprometido fuera de la pantalla. Bert ayudó al abogado de los Ocho de Chicago, Abbie Hoffman, cuando hubo de pasar a la clandestinidad después de saltarse la libertad bajo fianza por cargos de drogas que, según él, habían sido inventados por las autoridades.
"Durante aquel periodo, mucha gente se dio cuenta de la injusticia que afrontaba la comunidad afroamericana en todo el país. Los linchamientos en el sur se habían generalizado, la violencia policial se ejercía sin disimulo y se les aplicaba un redlining, esto es, la negación sistemática de servicios por las agencias del gobierno federal, local y el sector privado, o directamente el aumento selectivo de precios en el acceso a la vivienda. Concienciado con la situación, Bert reparó en Huey Newton y decidió que no iba a quedarse de brazos cruzados", explica la showrunner de la serie de Apple TV+, Janine Sherman Barrois.
Mao reencarnado en un pantera negra
Cuando se conocieron, sus reacciones fueron dispares. El pantera negra consideraba que solo la gente podía cambiar la sociedad, no Hollywood. El productor, en cambio, se rindió al carisma del afroamericano. Había encontrado a un gurú al que venerar, a su héroe, "a Mao", en sus propias palabras.
El guionista Jacob Brackman recuerda su magnetismo en el ensayo de Biskind: "Huey era hermoso a la manera de Belafonte. Era un ejemplar fantástico de salud y claridad, también de poderío físico, y tenía una gran personalidad".
En último término, Newton reparó en el potencial de la gran pantalla para difundir el mensaje de su organización. "Entendió el poder mediático de mostrar lo que estaba sucediendo a través de imágenes. Si la gente veía lo que su comunidad estaba sufriendo en las calles, quizás harían algo", completa Sherman Barrois.
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Schneider no reparaba en gastos para respaldar la misión de su nuevo amigo. Por poner un ejemplo, la práctica totalidad de los 300.000 dólares que costó la Conferencia de Supervivencia puesta en marcda por los Panteras para repartir alimento y calzado, salió de su bolsillo.
El cénit de su amistad es ahora objeto de una ficción televisiva protagonizada por André Holland en la piel del huido y Alessandro Nivola en la de su cómplice en términos de logística y financiación.
La serie está inspirada en un artículo publicado en 2012 en Playboy por el periodista Joshuah Bearman, autor de otra publicación en Wired en la que se basó la película Argo (Ben Affleck, 2012). Entre sus productores se encuentra Don Cheadle, que dirige sus dos primeros capítulos.
Una superproducción de pega
Newton empezó por refugiarse en la mansión de Bel Air de Steve Blauner. A la semana, ambos se subían ya por las paredes. Para darse un respiro se escabulleron, Huey "disfrazado" con un sombrero calado, para ver "la película más violenta en cartelera", Harry el sucio (Ted Post, 1973).
Días después, el fugado regresaba a Oakland, convencido de que las aguas ya estaban calmadas, pero le endosaron nuevas acusaciones, así que se encaminó en coche a Big Sur. Allí se alojó esta vez en casa de un amigo de Bert, el guionista Artie Ross. Según se muestra en la ficción, Schneider y Blauner enterraron el automóvil con el que había conducido el pantera negra en un pozo que cavaron con un buldózer.
Arrancó entonces la operación que acuñaron como "la película". Sus artífices, según se detalla en Moteros tranquilos, toros salvajes, adoptaron nombres en clave para sus conversaciones, ante la suspicacia de tener los teléfonos pinchados. El promotor musical Benny Shapiro era "el Judío", Artie, "la niñera", Huey, "la estrella" o "el paquete", que tenían que trasladar al "Gran Cigarro". Esto es, Cuba.
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En esta aventura donde la vida imitaba el arte, los géneros se confundían y relevaban. El drama adoptó visos de thriller y de cine de acción, pero también de comedia. Bert adquirió un equipo de radar y sónar punterísimos para pertrechar un trimarán que Artie tenía atracado en Miami. El objetivo que se marcaron era cruzar el canal de Panamá, recoger a Huey en México y partir a Cuba en barco.
Todo iba viento en popa hasta que la embarcación encalló con El Cristo del Abismo, una estatua de bronce de Jesús, sumergida en 1954 en el fondo de la bahía de San Fruttuoso. Artie tuvo que alcanzar la costa a nado.
Pusieron entonces en marcha el plan B: trasladar al "paquete" a México por carretera, para después volar a Ciudad de México y de ahí a un complejo en Jalapa, situado en plena selva, que Bert y un grupo de amigos habían comprado en 1968 cuando pensaron que el fascismo estaba a las puertas con un nuevo mandato del presidente Nixon.
Un capitan de barco apodado "el Pirata" se encargó de sacar finalmente de Acapulco a Newton y su mujer, Gwen Fontaine, y acercarlos hasta aguas cubanas. Pero antes hubo intercambio de disparos con la mafia y el FBI, una boda clandestina, torturas, traiciones y tensiones varias.
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"Algunos Panteras Negras de Oakland pensaban que Huey se había pasado a Hollywood, que su fácil acceso al dinero (y a la cocaína) de Schneider lo distraía y le impedía dedicarse a la lucha. A la inversa, era fácil interpretar el encaprichamiento de Schneider con Huey como la peor variante del radicalismo chic", se explaya Peter Biskind en su libro.
Lo que en la serie contradice esa sensación es el riesgo personal y profesional asumido por el productor en nombre de la fraternidad y de la acción política. Más allá de la revolución cultural, Bert quería mojarse en la vida real.