Hoy, con un doble episodio, arranca el final de Rapa. La teleficción creada por Pepe Coira y Fran Araújo, uno de los grandes éxitos de Movistar Plus +, ha ido evolucionando en cada una de sus tres entregas hasta lograr un inusual equilibrio entre el procedimental clásico, representado por la sargento de la Guardia Civil Maite Estévez (Mónica López), y el apunte sociológico, encarnado por el enfermo exprofesor Tomás Hernández (Javier Cámara).
Así pues, que su última tanda de episodios se vertebre en torno a dos casos -el secuestro de la hija de una familia adinerada y un asesinato en los astilleros de Ferrol- mientras nos muestra a un Tomás consumido por la ELA que ultima los detalles para su eutanasia, no es más que la consecuencia ulterior de los planteamientos de la serie.
Pregunta. Una de las particularidades de Rapa es la inhabitual relación, al menos en la ficción española, entre sus dos protagonistas. Una relación que se ha ido consolidando a lo largo de tres temporadas, ajena al romance, un tanto convulsa al principio…
Respuesta. Y además protagonizada por personas que tienen casi sesenta años. De hecho, su historia es algo que ninguno de los dos espera. Mónica (López) y yo hemos hablado mucho de esto. Al principio debatíamos sobre hacia dónde iba ir la serie, porque los dos estábamos muy interesados en que nuestros personajes tuvieran carne. No queríamos estar únicamente en una serie en la que se resuelven casos, que pueden ser propuestas válidas y que en España hay gente que las hace muy bien, pero como actores no era lo que buscábamos.
»Y es cierto que en la primera temporada todo quedaba como muy esbozado, el personaje de Mónica (López) metido en una trama puramente policial, aunque viéramos a parte de su familia y asistiéramos a su divorcio; el mío, un profesor que empezaba a desarrollar una enfermedad… Al principio los dos dudábamos de hacia dónde iba todo y, sin embargo y al mismo tiempo, nos gustaba mucho que nos dejasen ser sutiles a la hora de contar nuestra historia compartida.
»Si lo recuerdas, cuando todo empieza se tratan de manera osca, y luego se va desarrollando una relación que desemboca incluso en admiración, en la que nunca hay ningún tipo de interés romántico, ¿cómo lo va a haber si uno es un enfermo y ella se está divorciando? Es una relación a contrapelo porque a los dos les viene muy mal que, en ese momento, aparezca alguien especial en su vida. Y en el caso de Maite ya no es que aparezca alguien especial, es que el que aparece es un tocapelotas.
»Nos gustó mucho hacer la primera temporada porque, en el fondo, vimos que aquello no era sal gorda. No había ningún momento en el que se nos pidiera algún exceso, ni había peligro de que rozásemos el melodrama o de que se buscara que la relación tomase otro camino.
P. Y para rizar el rizo. esa extemporánea relación de pareja se amplía a un trío con la inclusión de Tacho (Darío Lourerio), el acompañante y cuidador a tiempo completo de Tomás.
R. Lo que más me gusta de esta tercera temporada es la presencia de un personaje como el de Tacho, que es el que emocionalmente se implica, el que no entiende qué coño pasa. Es alguien que acaba de entrar en la vida de Tomás justo cuando éste amenaza con salirse de ella. Y lo más bonito de esta relación a tres bandas es cuando Maite dice aquello de "es su decisión".
»El punto de vista de ella, su madurez en esos momentos, a mí me alucina, porque yo no soy capaz de pensar en qué situación me dejaría que una persona querida me dijese: "se acabó, no quiero vivir más". Me gusta mucho cómo está escrito y cómo Mónica lo interpreta.
»Es casi como una madre que acepta la decisión de su hijo y que se la explica a Tacho, que asume que tiene que estar ahí por si Tomás quiere volverse atrás, pero que, si no lo hace, lo único que puede prestarle es ayuda, preguntarle cómo está, si tiene miedo, ofrecerse siempre para hablar con él, pero sin invadir jamás su espacio ni su pensamiento. Rodar todo eso ha sido ha sido muy emocionante.
P. Dentro de un procedimental no deja de sorprender que las cuestiones relacionadas con la ELA y la eutanasia cojan tanto peso…
R. Era inevitable. Es una trama que termina apropiándose de la historia porque la gente ya conoce a los personajes, ya sabe de dónde viene el sarcasmo de Tomás, de dónde viene su enfado, qué significa cada cruce de miradas entre ellos... Interpretar esa parte de la historia al lado de Mónica ha sido un regalo.
»Estos tres años a su lado han sido una maravilla. Primero por la amistad que hemos trabado y después por tener siempre esa mirada al otro lado. Ella es una actriz muy práctica, pero a la vez es un cuchillo interpretando. Cuando dicen corten, tú le ves la cara y ya sabes que hay que hacer otra toma porque ella no está contenta con lo que ha dado, busca otra cosa o algo se le ha quedado en el tintero.
»Es una mujer que se hace muchas preguntas, preguntas que van más allá de lo que estamos haciendo. Yo a veces le decía: "Mónica, esto no es solamente una serie sobre el ELA o sobre la eutanasia", pero, muy probablemente, si he trabajado tan a gusto con ella es porque siempre me hacía preguntas importantes sobre estas cuestiones.
P. Incidiendo en lo que acaba de comentar, suele decirse que, para los actores, interpretar a alguien como Tomás es un regalo y quizá perdamos de vista que también conlleva cierta responsabilidad poner en pantalla una enfermedad como la ELA. ¿Lo cree así?
R. Es como el chiste aquel que salía en Extras: "si haces una peli sobre el Holocausto, ganas un Óscar seguro" (risas). Bueno, creo que esto es algo de lo que hay que hablar. Me ha contactado gente muy bonita por internet, gente afectada por la enfermedad, ya sean personas concretas, familias o asociaciones. Y muchas veces iba al rodaje y me decía, vale, estamos haciendo un thriller, hay unos asesinatos, uno señor que ha escrito una novela, un tío que está enfermo... Es decir, le voy a dar la medida que tiene esto. Si hiciéramos una serie que habla directamente de la enfermedad, haríamos otra cosa.
»De algún modo, intentaba quitarme ese peso de encima, pero, en el fondo, soy un actor emocional y me fue imposible hacerlo. No podía evitar sentarme en esa silla -poner el cuerpo de una manera muy concreta, porque no podía interpretar ni con las manos, ni con las piernas, ni prácticamente con nada- y ponerme a pensar en la gente que me escribía un WhatsApp diciéndome "qué ganas tenemos de ver la tercera temporada, a ver cómo evoluciona, a ver cómo ponéis el ELA en pantalla, a ver cómo habláis de la enfermedad".
»Cuando sucede eso, no dejas de pensar que la decisión de Tomás, de alguien que no quiere vivir más así, afectará a esa gente que ha estado escribiéndote a lo largo de este año. Yo siempre les he dicho: "os apoyo cuando veáis la serie, cuando la veáis me voy a donde me digáis, pero necesito que la veáis, necesito que veáis lo que hemos hecho, porque no sé si os va a gustar".
»Y partimos de la base de que no estamos contando la historia de nadie en concreto… Mira, cuando hablábamos con las especialistas en ELA, yo les preguntaba cómo era el día a día de sus pacientes y me decían que cada uno es muy distinto. Eso nos dio cierta libertad para inventarnos a nuestro enfermo, porque, por ejemplo, hay gente que sufre ahogamientos, pero luego puede seguir hablando, y otros que no pueden hacerlo durante días. Así que en la ficción puedes tomarte ciertas licencias, y más en una ficción criminal como esta.
»De todos modos, cada vez que reflejábamos cualquier cosa de este tipo, como lo que acabo de mencionar de los ahogamientos, yo no podía dormir por la noche porque pensaba en las reacciones de la gente, en qué dirán cuando lo vean, en si nos achacarán que no hemos sido fieles a la realidad, o que hemos exagerado demasiado...
»Es decir, ¿que si pienso en la gente que me escribe y que está esperando ver la serie? No te lo quiero ni contar. Hay varias personas que quiero que la vean, porque quiero saber si les ha gustado, asumiendo que no estamos retratando su día a día, ni su realidad, sino a un enfermo de ELA que toma una decisión muy concreta en un determinado momento de su vida.
P. Tomás explicita claramente que se trata de una decisión personal y no pretende ponerse como ejemplo para el mundo. Lo que resulta fascinante de él es que, pese a no poder casi ni moverse, manifiesta una hiperactividad continua.
R. Es un personaje que tiene el cuerpo a cero y la cabeza a mil. La capacidad de un tipo que físicamente apenas puede valerse por sí mismo, pero cuya actividad mental es desbordante me atrajo desde el principio. Es un personaje que, además, tiene ese punto fantasioso, y toda la parte novelesca que tiene esta temporada final casa muy bien con esa personalidad y además creo que sirve para cerrar la serie maravillosamente bien.
»Hablamos de alguien que fantasea con los casos, de alguien que escribió una novela pero que no se atrevió a publicarla, quizá por el miedo al rechazo, quizá porque no se consideraba un buen escritor. Observar cómo ese proyecto inacabado enlaza con uno de los casos y sirve para poner el punto final me parece muy bonito. Estoy muy contento con esta temporada.
P. El uso del dron es habitual en la mayoría de los episodios de la serie, principalmente para dar cuenta de ese entorno, sin embargo, en el episodio que ha dirigido (el tercero) su aparición tiene una motivación narrativa puesto que forma parte de un dispositivo policial.
R. Yo creo que cuando Alberto Rodríguez hizo La isla mínima, con esos títulos de créditos tan fascinantes, creó una tendencia que vino para quedarse (risas). En general, creo que en la serie se maneja bien, pero sí que es verdad que en el capítulo que me tocó dirigir intenté ser moderado, no solo en lo que al dron se refiere, sino en cuanto al uso de la música e incluso con los movimientos de cámara.
P. ¿Cómo es eso de dirigirse a uno mismo?
R. ¿Sabes que es lo más importante? Que no hay tiempo. Siempre vas pillado, así que hay que ser práctico, y para eso necesitas un gran equipo al lado. Había tres personas absolutamente fundamentales para mí. Una era Alba Gallego, la script, Jaime Pérez, el director de fotografía, y Diego Méndez que es el ayudante de dirección. Me reuní con ellos y les dije: "cuando esté en plano, haré tres tomas seguidas, y si hay alguna cosa muy concreta que vosotros veáis que no está bien, hacemos otra, porque yo no voy a venir al combo a verme todo el rato".
»Lo bueno de esto es que es una tercera temporada, y ya sabes cómo es el personaje. El problema sería dirigirte por primera vez en una serie nueva. Eso te obliga a ir a verte, para ver si das el tono exacto, si estás bien, etcétera. Aquí, con gente tan cómplice como Alba y Jaime, Diego también, pero estaba menos en el combo, yo sabía que si las cuestiones técnicas estaban bien, hacía tres tomas y listo. Con los otros actores no, con los otros hacía ocho, porque me encanta ver trabajar a los actores, pero lo mío era un coñazo.
»Por ejemplo, gocé mucho la secuencia de la entrega del rescate. Una secuencia larga, sin apenas diálogos… Eso es lo que mola hacer. De hecho, cuando leí el capítulo le dije a Jorge Coira, "¿me dejas hacer este?" Y me dijo, "hombre, ese es el mejor". Pero la verdad es que tenía muchas cosas que me gustaban. Esa parte de la ejecutiva agresiva [se refiere al personaje que interpreta Cristina Castaño] y sus tejemanejes con la empresa, el órdago, fruto de su carácter, que lanza durante el secuestro y cómo después tiene que enfrentarse a todo eso sola.
»Me gusta ver a esa tía ultra pija metida en un autobús en el que todos los que viajan le parecen sospechosos por una cuestión de clase. Es una mujer que tiene que volver a la realidad, y la realidad es enfrentarte a lo que es el día a día de la gente normal. Además, Cristina estuvo maravillosa, más teniendo en cuenta que creo era lo primero que tenía que rodar.
P. ¿Qué ha supuesto el cambio de registro con respecto a sus anteriores trabajos de dirección en Vamos Juan o Venga Juan?
R. Cuando me ofrecieron dirigir el capítulo pensé que, de haber elegido un proyecto, nunca habría hecho algo así, no por el género o por algún tipo de prejuicio, sino porque la serie necesita tener un ritmo interno muy potente y si no sabes adaptarte a él, puedes fastidiarla.
»Es decir, en la trilogía de Juan Carrasco dirigí capítulos embotellados, en los que podía manejar otro tempo porque no iba a ir en detrimento del ritmo de la serie, pero aquí la cosa cambiaba mucho. Así que lo vi como un reto y como una responsabilidad. Y lo disfruté mucho, porque aprendes tantas cosas que como actor nunca verá -preproducir, localizaciones, cuestiones técnicas, montaje- que solo puedes estar agradecido, y más en una producción de cierta envergadura como esta.