A comienzos de la década de los ochenta del siglo pasado, Miami había dejado de ser el paraíso de los jubilados para convertirse en una de las ciudades más peligrosas de Estados Unidos. El constante aluvión de refugiados cubanos, las aguas de Miami convertidas en paso natural de las drogas que llegaban desde Colombia y México, el tráfico de armas para la Contra nicaragüense y hacia otras zonas calientes de Latinoamérica, barriadas enteras dedicadas a la prostitución, el juego y la venta de estupefacientes, inmigrantes ilegales, suciedad, operativos de la CIA, miembros de los cárteles, redadas constantes de la DEA...
El guionista y productor televisivo Anthony Yerkovich se quedó de piedra al leer en un número del Wall Street Journal que el veinte por ciento del dinero negro que se movía en el país procedía de Miami. Algo así como cuarenta veces más que el generado por cualquier otra ciudad de Estados Unidos.
El veterano de Starsky & Hutch y creador de Canción triste de Hill Street pensó que aquel era el decorado ideal para una nueva historia de policías, aunque difícilmente podía adivinar el fenómeno que iba a desencadenar y cómo este cambiaría la propia realidad de la ciudad de Miami.
MTV Cops
Aunque suele tenerse la impresión de que Miami Vice, en España Corrupción en Miami, fue creada casi exclusivamente por Michael Mann, su génesis fue algo más complicada. La leyenda cuenta que uno de los talentosos programadores de la NBC, Brandon Tartikoff, apuntó la idea original en una servilleta de papel, con solo dos palabras: “MTV Cops”.
Sea o no cierto (Yerkovich lo ha desmentido varias veces), era un concepto brillante. En plena eclosión del arte y la industria del vídeo musical pop, cuando la MTV no se había convertido aún en el lamentable vehículo de reality shows para idiotas que es hoy día, fundir aquel formato audiovisual con la ficción criminal era arriesgado, pero inteligente y vanguardista.
Fue Yerkovich, sin duda, quien desarrolló la línea argumental de una pareja de detectives antivicio de Miami, trabajando infiltrados. Había descubierto que las leyes de confiscación de la propiedad ilegal permitían al departamento de policía apropiarse de los bienes de traficantes y capos, para utilizarlos en sus propias operaciones encubiertas.
Uniendo ambas cosas, surgieron los personajes de James “Sonny” Crockett, detective del Metro-Dade Police Department de Miami; y de Ricardo “Rico” Tubbs, detective de la policía de Nueva York que acaba como compañero inseparable del primero, tras llegar a Miami siguiendo una venganza personal. Ambos, juntos y por separado, viven, visten y se mueven en los ambientes criminales gracias a utilizar los mismos coches, guardarropa y accesorios que mafiosos y traficantes.
Al principio, Yerkovich intentó vender el concepto para un largometraje cinematográfico. Pero Universal estaba inmersa en la producción de, precisamente, El precio del poder (1983), el mítico remake de Scarface dirigido por Brian De Palma, con Miami como escenario para su saga de violencia, crimen y lujo.
En cambio, la Universal vio de inmediato la posibilidad de convertir aquello en una nueva serie televisiva. Fue en ese momento cuando se sumó al proyecto como productor ejecutivo Michael Mann, quien daría a Miami Vice su estilo, estética y formato definitivos y definitorios. Su primer episodio se emitió la noche del dieciséis de septiembre de 1984. El año que cambió Hollywood.
El espíritu de su tiempo
Michael Mann había debutado pocos años antes con Ladrón (1981), un estilizado neonoir protagonizado por James Caan, que unía la inspiración en el modelo gélido y esteticista del polar francés a lo Melville con una banda sonora electrónica de Tangerine Dream y un elegante look urbano nocturnal, de neones, cemento y cristal. Curtido en shows policiales como Starsky & Hutch, sería él quien introduciría el radical cambio de estética, música y carácter que iba a transformar Miami Vice en la serie de los ochenta.
En las antípodas del realismo setentero de procedimiento policial que había hecho de Canción triste de Hill Street, creada por el propio Yerkovich, un fenómeno, Miami Vice encarnaba por completo el espíritu y estilo new wave de la nueva década. Desde los títulos de crédito con la música sincopada y electrizante de Jan Hammer, hasta la utilización de numerosos hits de pop y rock, incluyendo la escena mítica del episodio piloto con Crockett y Tubbs conduciendo a través de la noche de Miami al son de Phil Collins y su “In the Air Tonight”, la serie se convirtió en perfecta fusión de imagen y sonidos ochenteros.
Su banda sonora generaría varios éxitos musicales, al tiempo que pasaban por ella no solo temas de Duran Duran, Devo, The Power Station, Kate Bush, PIL, Depeche Mode, Propaganda, The Police o Billy Idol, entre otros muchos, sino que también varias estrellas musicales intervenían en el show como actores: Leonard Cohen, Miles Davis, Frank Zappa, Sheena Easton, Gene Simmons o Gloria Estefan, por citar solo un puñado.
Como productor ejecutivo y director supervisor durante las dos primeras temporadas, Mann impuso una paleta fotográfica concreta, de la que quedaban prohibidos los tonos terrosos y oscuros, para predominar los colores pastel, cálidos y bien definidos: rosa, amarillo, blanco, negro, verde. Insistió en que el reparto fuera interracial, no solo haciendo a los protagonistas una pareja bicolor, sino introduciendo personajes como el Teniente Castillo, fantástico Edward James Olmos, o la detective Gina Calabrese (Saundra Santiago), entre otros, evitando que los latinos aparecieran solo como villanos de la función.
Mann hizo que la cámara se recreara en edificios y barrios con el distintivo estilo art déco de la ciudad, resucitándolo de sus cenizas. También filmó a menudo en el área empobrecida de South Beach, contratando auténticos residentes locales como extras, para crear autenticidad.
Su acertada idea, que tantas series han olvidado hoy, era rodar cada episodio de una hora como si fuera una película, perfectamente independiente. Como tales, no solo abordaron el tema del tráfico de drogas, con su corolario de corrupción política y policial, cárteles y capos, sino también la financiación ilegal de la Contra, los asesinos en serie, el mundo del arte, las snuff movies, el sida, los cultos mesiánicos, el terrorismo, la santería afrocubana...
Luego estaban el espectacular vestuario y accesorios: el estilo “camiseta con chaqueta Armani” de Crockett, sus relojes Rolex o Ebel, los zapatos Crockett & Tubbs, comercializados por la casa Kenneth Cole, las Ray-Ban Wayfarers, los Ferrari Daytona y Testarossa, la colaboración de diseñadores como Versace y Hugo Boss… Incluso la perfecta barba de dos días de Crockett, que se convirtió en seña de identidad masculina de la década. Un paraíso para Patrick Bateman, el American Psycho de Brett Easton Ellis.
Desde los primeros tiempos de James Bond, ninguna creación de ficción había influido y marcado tendencia fuera de las pantallas con tanta fuerza como Miami Vice. Crockett y Tubbs, interpretados por Don Johnson y Philip Michael Thomas, se erigieron en modelos de una nueva masculinidad metrosexual inédita hasta entonces, transformando en estrellas a los dos actores, que a duras penas se recuperarían después de su éxito, una vez cancelada la serie.
Miami, la ciudad del vicio y el mal, que a comienzos de la década evitaban turistas y jubilados, se transformó de nuevo en destino favorito. Joan Didion le dedicó uno de sus mejores libros. Gracias al éxito de Miami Vice las autoridades locales emprendieron una labor intensiva de recuperación de edificios históricos, limpieza de calles y playas y lavado de cara (en todos los sentidos), que le daría su nuevo brillo y esplendor actual. Pocas series o películas pueden decir que han reformado una ciudad entera.
El precio del vicio
Michael Mann abandonó tras las dos primeras temporadas para irse a dirigir Hunter (1986), su peculiar y superior adaptación de El dragón rojo de Thomas Harris, primera aparición en pantalla de Hannibal Lecter, protagonizada por William Petersen (que luego encarnaría el mismo espíritu en CSI Las Vegas).
En su lugar, asumiría el control Dick Wolf, guionista de Canción triste de Hill Street y prolífico creador de series criminales como Ley & Orden, quien dio un tono más oscuro y serio a las historias, intentando mantener el espíritu y la estética que la habían hecho popular.
Sin embargo, las audiencias fueron bajando y en mayo de 1989, NBC emitió el último episodio no solo de la quinta temporada, sino de la serie, un especial de dos horas. Durante 1990 se siguieron programando algunos capítulos inéditos, pero Miami Vice había llegado a su final. Al igual que la década que la vio nacer. Aunque los primeros noventa aguantarían el tipo, la era de las luces de neón, los colores pastel, la arruga bella y la mejor MTV había pasado ya.
Desde el primer momento, Miami Vice tuvo detractores. El crítico estándar de cine y televisión de la época, especialmente el español, odiaba la estética, el montaje e incluso se diría que la ética del videoclip. Se habló de su glamurización de la violencia y el crimen. Del consumismo que provocaba. De las fantasías masculinas (y femeninas, ojo, que se lo digan a Don Johnson y Philip Michael Thomas) que proyectaba, alejadas de la realidad del trabajo policial auténtico.
Los ochenta fueron también década de enfrentamiento y división: Prince o Michael Jackson, Marvel o DC, heavy metal o new wave, Madonna o Sade… Canción triste de Hill Street o Corrupción en Miami. En España, los críticos y la intelligentsia se decantaron por la primera; los espectadores, especialmente jóvenes, por la segunda. Y las carpetas de las estudiantes adolescentes, cubiertas con pegatinas de Don Johnson y Philip Michael Thomas, siempre saben mucho más que los críticos.
De Miami Vice descenderían en línea directa la franquicia CSI, tanto Las Vegas como, claro, Miami, entre otras muchas series, y hasta videojuegos como Grand Theft Auto, así como buena parte del estilo de cineastas como Abel Ferrara, Tony y Ridley Scott, Kathryn Bigelow, Michael Bay, Tarantino, Guy Ritchie, Jim Mickle, Antoine Fuqua, Nicolas Winding Refn o Denis Villeneuve, que denotan su influencia en mayor o menor grado.
Lástima que Mann no fuera capaz de resucitar su auténtico espíritu en el filme de 2006, en absoluto desdeñable, aunque muy lejos de las vibraciones de la serie original. Hoy, sabemos que el crimen casi nunca paga, pero el vicio siempre tiene un precio: no ser reconocido como virtud hasta que pasan, al menos, cuarenta años.