Macondo, mágico en la obra de García Márquez y real en Netflix: los lugares donde se rodó 'Cien años de soledad'
- El imaginario pueblo de su obra magna ha 'cristalizado' en cuatro departamentos que sí existen en Colombia: Tolima, La Guajira, Cundinamarca y Cesar.
- Más información: 'Cien años de soledad' y el universo de Macondo, por primera vez en la pantalla: "Es como atreverse con la Biblia"
En Cien años de soledad (1967), Macondo toma protagonismo como un pueblo mágico y misterioso en medio de las montañas que no se puede ubicar en un mapa real. Sin embargo, gracias al realismo mágico, la mezcla de lo real y lo fantasioso, resulta casi imperceptible para muchos lectores. Hoy, Netflix hace realidad lo que parecía imposible al adaptar la obra de Gabriel García Márquez y, para ello, recrea este pueblo a partir de cuatro localidades diferentes y poco conocidas de Colombia
1. El set principal de la serie fue construido en el pueblo de Alvarado, en la region Andina del departamento del Tolima. Este lugar, situado a orillas del río Magdalena y rodeado de verdes paisajes, es conocido por su tradición agrícola y su arquitectura colonial que conserva un aire nostálgico. La producción creo un Macondo calcado al de la obra, con sus calles empedradas y casas coloridas, un diseño que rinde homenaje a la cultura del Caribe colombiano, la zona de donde fue originario García Márquez.
En palabras de la directora de la serie, Laura Mora, “El reto era capturar la poética y la universalidad de esta historia profundamente nuestra". Este esfuerzo no solo involucró a arquitectos y diseñadores, sino también a las comunidades locales, que ayudaron a construir este espacio mágico.
La descripción inicial del pueblo en la novela cobra vida aquí: “Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas claras que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos”.
2. Aracataca, en el departamento del Magdalena, no solo es el lugar de nacimiento de Gabo (como se le conoce allí), sino también una pieza fundamental para la esencia de la serie. Este municipio es famoso por su historia ferroviaria y sus plantaciones bananeras, las cuales inspiraron las referencias a la compañía bananera en la novela. En sus memorias Vivir para contarla, García Márquez explica que su pueblo fue la inspiración principal para la creación de Macondo. Residentes de Aracataca, como Ana Graciela Romero (87), explican lo mágico de este lugar: “Aquí nos conocemos todos, da igual si vives al otro lado del pueblo que, igualmente, te consideramos vecino”. Este ambiente fue fundamental para transmitir la atmósfera de las primeras generaciones de los Buendía, marcada por la convivencia íntima y el encanto de lo cotidiano. En palabras de la novela: “Era en verdad una aldea feliz, donde nadie era mayor de treinta años y donde nadie había muerto”.
3. En el punto más norte del país está el departamento de La Guajira, una región rica en tradiciones culturales y conocida por sus paisajes únicos que combinan desiertos áridos y costas impresionantes. Esta zona es el hogar de la comunidad Wayuu, un grupo étnico que ha mantenido vivas sus costumbres ancestrales a lo largo de los siglos. La producción colaboró estrechamente con la comunidad Wayuu para ser fiel a las tradiciones de su cultura, desde la vestimenta hasta los rituales representados en pantalla.
Además, La Guajira también simboliza una conexión con lo mítico en la serie, evocando personajes como Visitación, la ayudante de la familia Buendía. “Los desiertos interminables de arena amarilla se mezclaban con el azul del cielo, donde no había más frontera que el horizonte”, escribió con su feraz elocuencia el autor de Del amor y otros demonios.
4. Los departamentos de Cesar y Cundinamarca, aunque ubicados en zonas completamente opuestas, uno en el norte caribeño y el otro en el centro del país, sirvieron como locaciones adicionales que enriquecieron la serie al nivel de la narrativa literaria. Como explica uno de los productores de la serie: “Ambas zonas representan la evolución de Macondo hacia la desolación, que se refleja, a su vez, en la familia”.
En el caso del Cesar, conocido por su tradición del vallenato (un estilo de música tradicional del pais) y sus paisajes de llanuras y montes bajos, aportó un contraste visual que refleja la transición de Macondo desde su apogeo hasta su declive. En la novela se describe con la llegada de las plantaciones bananeras: “Los hombres que llegaron con la compañía bananera trajeron una época de esplendor... Pero después de la masacre, todo quedó en ruinas, como si nunca hubiera existido”.
Cundinamarca, por su parte, la producción aprovechó los climas fríos y los paisajes nublados de las montañas andinas para representar el estado final del pueblo: oscuro, desolado y aislado. En las escenas finales, los paisajes se tornan más oscuros y vacíos, evocando el deterioro del pueblo que, al igual que la familia Buendía, se desvanece en el tiempo. “Las lluvias continuaron incesantes durante casi cinco años... Macondo quedó sumido en un fango interminable”.
Macondo en esta serie trasciende la simple representación visual; es también un homenaje a los paisajes, culturas y personas que inspiraron a Gabriel García Márquez. Desde la colorida Magdalena hasta la ancestral Guajira, no solo reflejan la diversidad geográfica y cultural de Colombia, sino que reafirman el vínculo inquebrantable entre la obra literaria y la identidad del país. Cada escenario seleccionado captura la esencia de Macondo, desde su origen utópico hasta su inevitable decadencia, mostrando cómo la riqueza cultural y el pasado histórico de Colombia fueron fundamentales para dar vida al pueblo ficticio.
La llegada de Cien años de soledad a la pantalla es un hito cultural que no solo celebra la obra de García Márquez, sino que también reivindica la diversidad y el patrimonio de Colombia. Mientras los espectadores se adentran en Macondo, los escenarios reales detrás de la serie son un recordatorio de cómo la literatura y la realidad pueden converger en un homenaje eterno al Caribe colombiano.
Para Laura Mora, esta adaptación es una oportunidad para mostrar una Colombia profunda y auténtica, lejos de las grandes ciudades y los estereotipos popularizados por otro tipo de producciones.“El realismo mágico nos ha enseñado a soportar nuestras tragedias con belleza”, señala Laura. Así, la producción no solo pone a Macondo en el mapa, sino que refuerza su lugar en el imaginario colectivo como un símbolo de la diversidad y el espíritu colombiano.
*Ailin Vanesa Zapata Olivella, autora del reportaje, es alumna de la segunda promoción 2024-2025 del Máster de Periodismo de EL ESPAÑOL/UCJC.