Image: Aurélia Thierrée: “La vida es más surreal de lo que me gustaría”

Image: Aurélia Thierrée: “La vida es más surreal de lo que me gustaría”

Escenarios

Aurélia Thierrée: “La vida es más surreal de lo que me gustaría”

Actúa dentro de la programación del Festival de Otoño en Primavera

14 mayo, 2010 02:00

Las leyes que imperan en El oratorio de Aurélia son más propias del sueño que de la razón, lo que compone un espectáculo fascinante para niños y mayores. Protagonizado por Aurélia Thierrée y dirigido por Victoria Chaplin (de El Circo Invisible), llega al Español de Madrid del 20 al 30 de mayo.

Su padre, Jean Baptiste Thierrée, fundó Le Cirque Imaginaire en Francia en los años noventa. Su madre, Victoria Chaplin, una de los ocho hijos que Charlie tuvo con Oona O'Neill (hija de Eugène O'Neill), se unió a él tras protagonizar una romántica fuga de la casa paterna. En sus inicios, la pareja se bastó para concebir y protagonizar un circo de ensueño, que hoy se conoce como el Circo Invisible, y en el que solían aparecer sus hijos, los pequeños Aurélia y James. Atípica infancia que propició que la niña, en su adolescencia, renegara del circo. Pero "una añoranza visceral" la devolvió al espectáculo y, desde hace ya siete años gira El oratorio de Aurélia, en el que ha colaborado con su madre.
-¿Cómo surgió esta obra?
-Surgió de un deseo común y en un momento muy oportuno. He trabajado con mi familia cuando era niña, pero muy poco ya de mayor. Así que empecé a echarlo de menos. Vicky tenía varias ideas para un espectáculo. Comenzamos y, poco a poco, fue creciendo hasta su forma final.

-¿Por qué lo han llamado oratorio?
-No tengo ni idea. Hay un cierto misterio en la palabra oratorio, un sentido de la teatralidad, de estar con algo invisible que puede ser imaginario. Y, por otro lado, mi padre encontró el título, y como ha sido su única contribución, nos quedamos con él. Jugamos con la idea de que cada uno de nosotros tenemos un íntimo y privado oratorio más próximo a la locura que a la palabra. Por eso, quizá, no hay ni diálogo ni texto en este espectáculo.

-Dicen que es como un cuento a lo Alicia en el país de las maravillas ¿se aproxima?
-Me encanta Alicia en el país de las maravillas, pero ella era una niña. Siempre me interesa saber lo que la gente opina del espectáculo. Trata de un mundo al revés, donde la lógica debe ser redefinida como si se tratara de un sueño: cuando se sueña, si algo ilógico ocurre, te adaptas, y sólo cuando te despiertas, te lo cuestionas. Quizá con la locura pasa igual..., pero no hemos prescindido del entretenimiento.

-¿Es su primer espectáculo en solitario?
-No estoy sola. En Madrid, Jaime Martínez compartirá el escenario conmigo. Somos cinco personas en escena y hay tres personajes importantes: Jaime, yo misma y la escenografía, que está hecha con cuerdas, madera, cartón y telas. También confiamos en la imaginación del público, que es frágil y puede romperse en cualquier momento.

-A la crítica le cuesta clasificar el estilo de los espectáculos de su familia.
-No me gustan las clasificaciones. Es teatro y necesita de la experiencia. Somos, probablemente, un híbrido de estilos y géneros.

-Cuando una está acostumbrada a los escenarios, ¿la vida real resulta muy aburrida?
-Encuentro la vida real más surreal de lo que soy capaz de admitir. Nosotros, comunes mortales, somos fascinantes, impredecibles e indefinibles y, también, insoportables, muy misteriosos y, en ningun caso, clasificables. El teatro me parece mucho más real, incluso si dura una hora y diez minutos.

-¿Cómo fue su niñez?
-Tuve una niñez muy interesante, aunque no era consciente de ello entonces. En realidad, no fui al colegio. A los catorce años protagonicé una minirebelión: decidí que ya estaba bien de giras, quería vivir en una casa e ir al colegio. Fue una auténtica aventura. Me escapé del circo.
¿Mi último show?
- Y luego, de adolescente, ¿nunca dudó de que se dedicaría al espectáculo?
-Todavía tengo dudas. Cada noche, antes de que comience el espectáculo, me pregunto si será el último... A la larga, no se puede estar en el teatro si no es con pasión, con todo lo que supone. Porque, en cierta medida, esto tiene que ser tu vida. Mi infancia fue mi infancia y haber hecho giras y haber participado en shows mientras crecía no significa que me tuviera que dedicar a lo mismo. Pero llegó un momento enque empecé a echar de menos los escenarios y entonces recorrí el círculo al revés.

-¿Por qué sentía nostalgia?
-Echaba de menos el olor a madera, la sensación de un teatro en la oscuridad, no lo pensé... fue una añoranza visceral. Yo era asistente y trabajaba detrás del escenario. Estuve de gira ocasionalmente. Y luego trabajé con los Tiger Lillies en un cabaret durante tres años y, poco a poco, volví. Vicky y yo creemos que cuando ya sabemos cómo funcionará un espectáculo es el momento adecuado de dejarlo. No hay que dejar de aprender.

Los Chaplin, por Ignacio García May

La infancia de Charles Chaplin fue como la de un personaje de Dickens: su padre, cantante y actor de music hall, murió con el hígado hecho foiegras por el alcohol. Su madre, también cantante y actriz, se pasó la vida entrando y saliendo en hospitales psiquiátricos. Él mismo actuó desde niño sobre los escenarios de los antros londinenses. Mucho tiempo después algunos críticos le echarían en cara la propensión al sentimentalismo y al melodrama de sus películas. Pasaban por alto que en El chico, en El circo, en Candilejas, Chaplin rendía homenaje a un pasado de indigencia y de farándula que superaba a cualquier ficción. Anciano ya y retirado en su mansión suiza, el cómico preparó una última película que protagonizaría su hija Victoria, la historia de una muchacha a la que le crecen dos alas.

Victoria voló, pero de otro modo: se fugó de casa para dedicarse al circo. Nieta, por línea materna, de Eugene O'Neill, otro coloso, su marido Jean Baptiste Thierreé, culpable de aquel secuestro romántico y circense, había participado en un filme mítico, Muriel, de Resnais. Juntos pusieron en marcha una compañía que ha llevado diversos nombres y que hoy se conoce como El Circo Invisible. Hay que verles para entenderlo, porque le faltan a uno palabras para describir su arte hipnótico: los dos solos hacen todos los animales, los payasos, los trapecistas, los domadores. Como la sangre de los Chaplin debe llevar algún componente excepcional, el prodigio se perpetúa en sus dos hijos, James y Aurélia Thierreé, mimos, acróbatas, músicos, asombrosos magos de la escena que trascienden toda etiqueta. ¡Cómo gozaría el Gran Charlie si pudiera verles, sabiendo, además, que el circo no va obligatoriamente unido al hambre!