La actriz, en una escena de la obra

Vicky Peña "atraviesa por uno de sus momentos artísticos más fecundos". Lo afirma Mario Gas, quien la ha dirigido en el personaje de Blanche en Un tranvía llamado deseo, junto a Roberto Álamo, Ariadna Gil y Alex Casanovas. La obra de Tennesse Williams, un viejo sueño del productor Juanjo Seoane, llega al Español el próximo día 4 en versión de José Luis Miranda.

El sombrerito vintage que corona su cabeza le da un aire simpático a Vicky Peña (Barcelona, 1954) y camufla también la fatiga de una jornada ajetreada: viaje en tren hacia Madrid, almuerzo de trabajo y prueba de vestuario para la serie de televisión La Señora, remata con esta entrevista en la cafetería del Teatro Español. Allí se encuentra con Mario Gas, el padre de sus hijos, el director de escena que mejor la conoce y con el que no ha dejado de trabajar en sus casi cuarenta años sobre los escenarios. Son una pareja artística sólida y fiel: cuando Peña recibió la oferta de interpretar a Blanche DuBois, de Un tranvía llamado deseo, sólo exigió que Gas fuera el director. "Volví a leer Un tranvía..., la analicé para saber si sería capaz de llevar a cabo este personaje y ví que dramáticamente podía siempre que hubiera una persona en la dirección en la que yo confiara muchísimo. Antes de decir que sí, quise tener muy claro que al timón había alguien de quien fiarme. El grado de intimidad que hay entre Mario y yo es un activo que ha sido muy importante en el proceso de creación del personaje".



Material para Actor's Studio

Este drama fue el gran éxito de Tennesse Williams, pero también el descubrimiento de un terrorista sexual como Marlon Brando. Williams teje una historia de relaciones enfrentadas entre una fantasiosa y atormentada mujer, Blanche, con ínfulas de gran dama, y su cuñado, Stanley, un tosco y vulgar hombre que se ha casado con su hermana Stella y con la que vive en un barrio obrero de Nueva Orleans. Los desencuentros entre los personajes, el tórrido ambiente, la latencia sexual que se respira se adecuaron como un guante a los objetivos del Método interpretativo del Actor's Studio, con cuyos actores la estrenó Elia Kazan en 1947. Primero, en una versión teatral con Jessica Tandy como Blanche y Marlon Brando como Stanley. Luego, en la mítica versión cinematográfica en la que Vivian Leigh sustituyó a Tandy.



-¿Qué oculta un personaje como Blanche para una actriz?

-Por lo general, los personajes tienen un desarrollo, aparecen y van evolucionando hacia el conflicto. Blanche desde el principio muestra todas las caras, de golpe. Luego, claro, hay que hacerlas crecer, pero no es un desarrollo lineal. Por eso quería a alguien que me vigilara de cerca. A veces, un director te dice ‘qué bonito ensayo has hecho hoy'. Pero eso no basta. Necesitas a alguien más crítico. Con Mario tengo la suficiente franqueza para enfadarme con él o, si estoy muy disgustada, echarme a llorar. Porque, mientras ensayamos, los actores somos muy frágiles, muy vulnerables y, según lo que te dicen, te pueden machacar y te cortocircuitan.



-Recuerdan a Liv Ullman y Bergman. Pero trabajar con tu expareja sentimental no es lo habitual.

-Mario y yo somos muy amigos. Nos queremos mucho, muchísimo, no somos una pareja convencional. Creo que es mi amigo más íntimo, aunque me pelee con él mucho, y haya cosas que no comparta. Pero no es extraño, hemos llegado a un grado de intimidad personal que no surge si no es con este tipo de vivencias.



-¿Se refiere a que comparten intereses intelectuales?

-Bueno, no sé si intelectuales. Sabemos de lo que hablamos, jugamos al mismo juego. Y él sabe qué tiene que decirme para que yo resuelva. Otro director también me lo dirá, pero con un discurso más racional. Pero con Mario funciona un mecanismo automático.



-Se dice que Mario es muy exigente y usted, puntillosa. -Que Mario es muy exigente, seguro. Y yo soy torracollons (tocapelotas), que decimos en Cataluña. Necesito tener las agujas del tambor muy bien tensadas. Luego, cuando conozco el terreno que piso, me puedo volver loca, explorar, pero hay cosas en las que necesito rigor, porque yo no soy una persona disciplinada.



-Creía lo contrario.

-Que va, soy muy desordenada, y en el teatro, como me gusta mucho, necesito tenerlo muy claro, soy exigente. Se me llevan los demonios si voy a un teatro más grande y ese día no tengo la voz adecuada para que se me oiga bien. Un cirujano si va a operar quiere tener su instrumental bien puesto, bien desinfectado, ¿no? Para mi esta profesión es muy seria, no me la tomo frívolamente. Luego, una vez está todo compuesto, no soy una actriz estricta, me gusta que pasen cosas. Si un día un compañero cambia algo, juego.



-He leído que Tenesse Williams le dijo a Kazan durante los ensayos de Un tranvía que Blanche, sobre todo, debía dar mucha pena. ¿Ha sido ésta la consigna?

-No. Además, los autores no son buenos para indicar las líneas de sus propias obras. No hay más que oír a los poetas recitar. Son horrendos, no conocen las claves de lo que hay que subrayar para que todo tenga color.



-Pero su personaje es todo dolor, desvalimiento.

-En muchos personajes femeninos de Williams hay una sombra de dolor, de incomprensión, de ausencia, creo que es debido a su experiencia con su hermana Rose, a la que le practicaron una terrible lobotomía que la incapacitó para toda su vida. Pero también está presente su propia inadaptación como ser humano. Su vida fue conflictiva, por su tendencia a la bebida, por su tendencia sexual. Y, a lo mejor, este comentario de Williams a Kazan pretende recordarle la fragilidad de Blanche. Pero estos personajes frágiles están también en otras obras suyas, como Laura de El zoo de cristal. En cualquier caso, yo no he ido a dar pena.



-Desde el comienzo de la obra conocemos el fatal destino de Blanche.

-Blanche es una lianta que gestiona muy mal su vida. Llega a Nueva Orleans con todos los triunfos en la mano, pero llega al peor lugar, en el peor momento y se encuentra al peor oponente. Se mete en casa de su hermana con esos aires de grandeza, cuando su hermana ha bajado a la tierra, ha encontrado un chico guapísimo, estupendo, que la folla como Dios y está feliz. Stanley siente que su territorio está amenazado por alguien que se las va dando de reina cuando tiene un pasado oscuro. Por eso, se ensaña con ella. Sí, con Blanche empatizamos porque es muy desgraciada.



-Me encanta cómo Williams enfrenta el mundo sensible que representa Blanche con el vulgar de Stanley.

-Ésa es una de las líneas de la obra. Esa dualidad entre el mundo del sur americano, de las grandes plantaciones, que no olvidemos que eran muy finos, pero machacaron a los esclavos. Y su antítesis, el que representa Stanley, hijo de emigrantes, pero americano, pues ha nacido allí. Su generación anterior son los que aparecen en esas fotos preciosas de edificios con obreros comiéndose un bocadillo. Ésos levantaron la grandeza de Estados Unidos, de la que luego los americanos se han dado el pisto.



Siempre en grandes papeles

En la carrera artística de Vicky Peña no ha habido lugar para personajes menores. Su trayectoria está jalonada de grandes papeles dramáticos. Y eso que, aunque hija de Montserrat Carulla y Felipe Peña y acostumbrada desde niña a los camerinos, no descubrió su vocación hasta tarde. "Yo había estudiado una carrera y estaba trabajando en un hospital, como enfermera, pero un buen día, como San Pablo, me caí del caballo, y me dije ‘yo quiero dedicarme a esto'. Fue cuando entré en el Institut del Teatre, pero no me acababa de sentir bien. Luego me fui metiendo en la profesión. Pero también he pasado periodos de mucha sequía, estuve desde 1977 a 1983 prácticamente sin hacer nada. Estaba desolada".

-¿Y por qué?

-Pues no lo sé, no me ofrecían nada de teatro. Y en cambio hice mucho doblaje, lo que resultó una escuela magnífica. Nunca me lo tomé como una profesión menor, es una profesión muy seria, hay que hacerlo muy bien. Me ayudó a encontrar recursos en mí misma, tonos, voces, sentimientos, maneras de emitir la voz que a lo mejor hubiera tardado mucho tiempo en aprender.



-¿Cómo vivió esas rachas de paro?

-Pues como cualquier trabajador. Se vive con angustia, pero en esta profesión, en la que además estás cara al público y la gratificación del trabajo es muy inmediata, piensas que no vas a trabajar nunca más. Cuando decidí dedicarme a esto mi madre ya me avisó: "ya sabes donde te metes". Se pasan épocas malas. Yo las he vivido en casa, con mi padre, que era actor de doblaje y era muy dado a preocuparse por las cuestiones sociales, negoció convenios de doblaje, lo que le costó represalias.



-Repaso algunos trabajos suyos: la descubrí en 1995 como Miss Lovett, de Sweeney Todd, que triunfó hace tres temporadas. Luego, como aquella trágica irlandesa de La reina de la belleza de Leenane, que protagonizó con su madre; de Antígona, en Edipo Rey, o en el monólogo de Homebody-Kabul. No hay trabajos menores.

-La verdad es que siempre he hecho papeles estupendos. No, no he hecho papeles pequeños, sí he estado en producciones muy sencillas. Y, en general, han sido papeles dramáticos, pero también hay algunos como la Polly Peachum de la Ópera de tres peniques, un personaje picaresco que hice en 1984. O la Miss Lovett, que es más bien cómico. O la Domina de Golfus de Roma.



El paraíso Londres

-¿Creo que va mucho a Londres?

-Cuando puedo, voy a ver teatro y me resulta muy vivificante ver cómo se vive allí el teatro. En Londres el teatro es como aquí los bares: la gente lo vive con naturalidad. Siempre hay cosas interesantes, una obra, un actor que te encanta.



-¿Por ejemplo?

-No soy especialmente mitómana, pero he visto a Vanessa Redgrave o, el pasado septiembre, a Michael Gambon en La última cinta de Krapp. Los grandes actores siempre están haciendo teatro. Me gusta que una celebridad actúe con toda normalidad, sin divismos.



-¿Echa de menos esa actitud tan intensa hacia el teatro en Madrid y Barcelona?

-Más que intensa es que lo viven con normalidad. Es cierto que aquí se va, pero tengo la sensación de que la gente acude como si se tratara de un acto social, a ver esa obra que le han dicho que está bien, a cubrir un cupo cultural. En Inglaterra, el teatro no está aislado, no es un acontecimiento.



-Que protagonice ahora Un tranvía... tiene bastante de acontecimiento ¿no le parece?

-¡Por Dios, qué susto! Prefiero no pensarlo. Prefiero pensar que es una obra magnífica, un friso humano interesante que los espectadores no han visto desde los años 90.