Juan Carlos Pérez de la Fuente. Foto: Sergio Enríquez-Nistal

Hace ocho años, Juan Carlos Pérez de la Fuente, cuando cesó como director del Centro Dramático Nacional, creó con su socia Rosario Calleja la empresa desde la que producir los "espectáculos que yo quiero hacer pero nadie me encarga".



Desde entonces, ha dirigido cinco obras y dos encargos (Puerta del Sol y La vida es sueño), siendo la última, Angelina o el honor de un brigadier, una de las más celebradas. En estos años de "actividad privada", Pérez de la Fuente ha sido fiel a la autoría española -clásica y contemporánea- y, lo más sorprendente, no le ha importado embarcarse en producciones con elencos numerosos y escenografías caras: "Yo no soy un productor al uso", comenta, "mucha gente me dice haz comedia, que se vende mejor. Pero no voy a hacer teatro con dos actores si no encuentro una obra que me guste. Sé que nos asemejamos más a una compañía de teatro público". Así que nada de extraño tiene que acabe de producir y dirigir El tiempo y los Conway, un drama de J.B. Priestley con una decena de actores, que se representa mañana en Móstoles y el día 25 en Zamora.



Paralelamente a sus proyectos privados, Pérez de la Fuente atiende encargos que le llegan desde instituciones. Mañana estrena en Madrid con la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC) Un bobo hace ciento, disparatada comedia del Siglo de Oro de un desconocido Antonio Solís y Rivadeneyra, que se escenifica precedida de una loa, como era habitual en su tiempo. "Eduardo Vasco me ofreció dirigir esta obra después de ver Angelina y el honor... Entonces me pregunté qué llevó a Vasco a relacionar la obra con Jardiel; más tarde descubrí el espíritu burlesco y satírico que hay en ella. Yo, en realidad, pensé al principio más en Pelo de Tormenta, esa idea de teatro caótico, festivo, barroco, que tanto ha inspirado a Nieva. La obra se estrenó el martes de carnaval de 1656, cuando la gran fiesta barroca era la unión de teatro y carnaval. Y ese experimento es lo que me he propuesto hacer.



-¿No teme que se le identifique con el teatro festivo?

-El teatro festivo no es ocioso, no pretendo hacer un parque de atracciones. Yo lo entiendo en el sentido barroco, un teatro que surge con la decadencia del Imperio, que mezcla los géneros teatrales, que está más dirigido a los sentidos que a la razón, que une ceremonias religiosas y profanas.



El figurón o gracioso

-Es la primera vez que la CNTC estrena a Solís y Rivadeneyra. Cuando un clásico tarda en darse a conocer, ¿no es sospechosa su calidad?

-Es posible que sucedan estas cosas cuando tenemos tan grandes autores y nuestra Compañía sólo tiene 30 años de existencia. Antonio Solís era el alumno predilecto de Calderón y llegó a ser secretario de Felipe IV. Y aunque no es de los grandes, sí es interesante porque es el verdadero introductor de la comedia de figurón, que convierte a todos los personajes de la obra en graciosos. Su obra ofrece una visión poco ortodoxa de un mundo, el de la corte (al que él pertenecía), que se va a la deriva. Es un teatro inverosímil, recuerda el cine de Almodóvar, porque lleva las situaciones al límite. Es una fiesta de locos, tiene mucho de vodevil.



- En estos tiempos tan atribulados ¿cuál es el riesgo de dirigir y producir sus obras?

-No me arrepiento de producir, dirigir y distribuir mis propios espectáculos, pero hemos pasado momentos muy duros, especialmente los dos primeros años. Las dificultades para hacer teatro y, sobre todo, distribuirlo en España son muchas, porque hay 17 autonomías que son casi estados. Hoy, prácticamente, el teatro privado no existe en España, si atendemos a las salas de exhibición. Dependemos de los teatros públicos, por lo que los pagos se dilatan, algunos hasta 18 meses. Así que vivimos de los créditos, de los bancos, son los que de verdad te examinan.



-¿Y cómo se nota la crisis?

-El jardiel que estrenamos el año pasado, con doce actores, se ha vendido muy bien, pero ahora con la crisis te piden que rebajes y rebajes. O, si no, que vayas a taquilla, lo que es un riesgo, como nos ocurrió en Barcelona, que, llenando el Romea, hemos perdido dinero. No se puede ir con doce actores, con las dietas que debes pagarles, y al 70 por ciento de un aforo. Lo haces porque no quieres que la compañía se vaya al garete. Pero los márgenes de beneficio dan risa.



-¿Por qué lo hace? ¿Volverá a Barcelona con su nueva obra?

-No, no volveré, si no aparece un esponsor o una ayuda pública. La gente va al teatro, pero no tanto, ciudades a las que antes ibas dos días, ahora vas uno.



-¿El tiempo y los Conway, de Priestley, era un viejo deseo?

-Sí, es una obra de grandes actores y he tenido la suerte de contar con Luisa Martín, sin ella no me hubiera lanzado a hacerla, porque el personaje de la madre es muy complejo. La obra se estrenó en un periodo de entreguerras y es un gran texto, que ahora ha adaptado Luis Alberto de Cuenca y Alicia Mariño. Habla, sobre todo, de la responsabilidad individual. Sí, España va mal, el gobierno lo hace fatal, pero también nosotros contribuimos con nuestra pasividad.



-¿La familia también sale malparada?

-La familia es el núcleo social fundamental. Digan lo que digan, vivamos ahora momentos en los que el mundo gay reclama otras formas de unión, lo cierto es que todo lo aprendemos en familia, o no aprendemos nada. La obra ofrece una reflexión amarga pero muy lúcida del comportamiento humano dentro del núcleo familiar.



-Y ahora le toca La Revoltosa, otra fiesta escénica ¿no?

-Estamos con el casting. Nunca he hecho zarzuela y este encargo de los Teatros del Canal lo veo como una gran fiesta de obreros. Cuando la escucho, concluyo que no tiene final. El maestro Roa también me lo dice. ¿Cuál es el final? Pues otra vez el 98, donde tantas veces he indagado. Yo, incluso, veo la zarzuela más de actores que de cantantes. Quiero convertir la sala verde en una gran corrala, bajo un cielo madrileño, y todas las escaleras de acceso adornadas con romero y espliego. Quiero evitar esas postales tan falsas, coloreadas, que a veces nos presenta la zarzuela. Me inspira Arniches, y también Mihura. Yo la veo como una panda de diletantes, y quiero sacar la parte canalla del pueblo.



-¿La va a presentar en un programa doble?

-No, solo La Revoltosa. Dura una hora y cuarto. Ella solita.