Pou en Llama a un inspector. Foto: David Ruano

Una obra de denuncia política, disfrazada de drama policíaco, ha vuelto a los escenarios barceloneses tras sesenta años de ausencia y con el gran actor catalán como inquietante protagonista. El aforo completo en el patio de butacas del Teatre Goya ha animado a sus responsables a prorrogar 'Truca un inspector' (Llama un inspector) hasta el mes de junio.



Josep Maria Pou es alto, muy alto. Confiesa medir 1,95 pero su envergadura y su postura corporal le confieren una presencia todavía más imponente. En realidad todo en él es arrollador, desde la verborrea incontenible y apasionada que le hace pasar de un tema a otro a una velocidad vertiginosa hasta las múltiples y variadas expresiones faciales y gestuales con las que me deleita durante nuestra charla. Difícil, mejor dicho imposible, no estar con los cinco sentidos conectados a tope cuando se tiene en frente a este actor con mayúsculas que reconoce amar a su profesión por encima de todo lo demás.



Nació en Mollet del Vallés en 1944 y hace ya diez años que vive en Barcelona, después de treinta en la capital, a donde llegó "por culpa del servicio militar. Yo en realidad quería ser periodista y trabajar en la radio. El teatro era una gran afición para mí, pero nada más. Me crié en una familia de grandes lectores, y la biblioteca de mi casa estaba muy bien surtida, sobre todo de autores clásicos de teatro. Cuando me sortearon fui destinado a Comandancia de Marina, en Madrid, y aprovechando la coyuntura me matriculé en la Escuela Superior de Arte Dramático por las tardes, con la idea de mejorar mi técnica vocal para trabajar en radio cuando regresara a Barcelona. Pero me fueron saliendo trabajos relacionados con la interpretación y, sin darme cuenta, me convertí en actor".



Su trayectoria es rica y variada, desde teatro clásico a experimental, pasando por televisión, cine, radio y dirección artística y teatral. Pero, sin ninguna duda, dónde más se reconoce a sí mismo es subido a un escenario. "El actor se forja ahí (afirma con vehemencia), para empezar porque esa disciplina férrea de representar cada día una obra, tras haberla estudiado y ensayado durante meses, es lo que de verdad te convierte en actor. El ponerte cada día a interpretar tu papel delante de un público, enfrentarte a él y recibir su energía, movilizarlo si lo ves pasivo o serenarlo si lo percibes inquieto, es lo que te da entidad".



Vive la profesión con intensidad por lo que cuando prepara una obra se zambulle gozosamente en ella, "unos meses antes voy creando mi propia burbuja en torno a ese tema. Me rodeo de toda la información que puedo relacionada con la obra, desde literatura a ensayo y desde música a películas, y paso meses buceando en ese magma. Luego empieza el estudio del papel, que vivo como un verdadero reto. Soy muy riguroso y me aprendo el texto a la perfección. Y luego ya llegan los ensayos. Es un trabajo obsesivo, sin duda, durante mucho tiempo te desdoblas entre tu personaje y tú mismo, y para nutrir y alimentar tu papel te ves obligado a realizar una tarea introspectiva muy intensa, has de mirar muy dentro de ti para extraer las emociones y experiencias necesarias para dar forma a tu personaje. Y, gracias a eso nunca he ido al psiquiatra".



Truca un inspector (Llama un inspector), la obra que el gran J. B. Priestley escribió en 1946, lo ha convertido esta temporada en un inquietante inspector de policía bajo cuya máscara saluda cada día a su público barcelonés en el Teatre Goya, con un agotadas las localidades permanente desde el día de su estreno, lo que mantendrá la obra en cartel por lo menos hasta junio. "Sorprendentemente esta obra, que se representa periódicamente en todas las capitales europeas, llevaba 60 años ausente de Barcelona, de ahí su gran acogida. Es un clásico, y además creó escuela. Fue la primera vez en que un autor situó a los personajes en un entorno único y cerrado y la trama coincide con el tiempo real en que se representa la obra, una fórmula que después se ha repetido hasta la saciedad en cine, televisión y teatro. Ésta es una pieza inteligentemente tramposa -continúa Pou-, puede pasar por una simple trama policiaca pero en realidad esconde la denuncia de un militante de izquierdas que muestra las injusticias sociales, siempre favorecedoras a las clases pudientes".



Pou alterna su labor como actor con la dirección artística del Teatre Goya en Barcelona y el Teatro de La Latina en Madrid, lo que convierte su vida en un continuo ir y venir entre ambas ciudades. No le importa, más bien al contrario, eso le permite disfrutar de ritmos muy distintos. Y mientras tanto y cuando el trabajo se lo permite, disfruta siendo espectador de cine y de arte contemporáneo, sus grandes pasiones. La red social y El cisne negro son sus últimos descubrimientos en la gran pantalla, así como la contemplación de las meninas de Alfonso Alzamora, unos lienzos que le tienen cautivado desde que los colgó en el salón de su casa.